viernes, 24 de septiembre de 2010

Un gatito en acogida -segunda parte.

Cuando volví de Conil y llamé a Cristina para ir a recoger al mini-minino en seguida me di cuenta de que las cosas habían cambiado notablemente:

- Hola Cristina, que ya he vuelto de vacaciones y mañana voy a comer a casa de mis padres, así que si te parece me paso por allí a recoger al peque.
- Ah… pero pensaba que volvías el domingo…
- Pues no; volví ayer viernes.
- Ah, pero es que… el gatito está malito y… (blablabla…)
-Aha…
-Y blablabla…
-A ver Cristina –le dije divertida- me parece a mí que te has encariñado con el gatito, ¿no?
-Es que es tan bonito y tan bueno… pero no me le puedo quedar, porque tengo otros dos, y blablabla…
-Mira; tú piensa lo que quieres hacer y me llamas en unos días, ¿vale?

Y en eso quedamos.

He de decir que en un par de conversaciones con ella –y alguna más extra que se coló por ahí-  la buena mujer se las había apañado para informarme sobre su vida al completo: que estaba divorciada, que tenía dos hijos, uno de los cuales vivía en Londres, que su marido estaba enfermo de nosequé y no le podía pasar pensión, por lo que se veía obligada a sobrevivir del dinero que sus hijos le daban; aproximadamente trescientos euros al mes entrambos. Vivía sola y se aburría soberanamente –esto lo deduje yo por mí misma gracias a mis grandes dotes detectivescas- por lo que aprovechaba la más mínima ocasión para pegar la hebra con cualquier incauto que se dejara. En este caso, servidora.

Pasaron un, dos, tres, cuatro, cinco, seis días… y de Cristina, nada. Pero me llamó Carmen, de la asociación, para azuzarme a que fuera a por el gato; según me dijo no se sentía tranquila de las condiciones en las que estaba: encerrado en el baño a refugio de los otros gatos de Cristina, que no parecían bienvenir al intruso -y se lo demostraban bufándole cada vez que le veían asomar el hocico. Me dio instrucciones de llamar a Cristina para recoger al gatillo cuanto antes, y yo que soy de naturaleza sumisa así lo hice, aunque sabía que eso suponía de diez a quince minutos al teléfono como poco - como de hecho sucedió.

Al día siguiente, cuando iba en el 32 camino de Moratalaz para recoger al bichejo recibí una llamada de Cristina en el móvil.

- Hola Cristina, ya voy para allá.
- Sí, mira… es que tengo que pedirte un favor…
- Dime
- Pues… -sollozos al otro lado del teléfono.
- ¿Qué te pasa mujer?
- Mira, me da mucha vergüenza –más sollozos- pero… mira, es que ayer me robaron el bolso donde tenía el poco dinero que me quedaba para el mes, y… ¿Tú no me podrías prestar veinte euros y te los devuelvo el lunes? Es que… (explicación moderadamente convincente de por qué yo era la única persona a quien podía recurrir)
- Claro que te los puedo dejar Cristina, no te preocupes…
- Pero es que no me conoces de nada, y yo te pido dinero y de verdad que me da muchísima vergüenza…
- Yo me alegro de que me lo pidas si lo necesitas. Si estoy dispuesta a echar una mano con un gatito, qué no voy a hacer por una persona, Cristina, no te preocupes, de verdad…

Lo del bolso… no me lo creí. Lo de que necesitaba la pasta y le daba vergüenza pedírmela sí, pobre mujer.

3 comentarios:

  1. Acabas de adoptar a una vecina de tus padres...

    Ojalá hubiera mas gente con el corazón que tu demuestras.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Ya tío. Es el dos por uno de las buenas acciones. :D

    En realidad... la mayoría de las personas tenemos buen corazón -pero si vemos tanto las noticias acabamos por creernos lo contrario.

    ResponderEliminar
  3. huromarujas, marugatos y gaturones...

    demasiada promiscuidad.

    yo hubiera pasado.

    añade buena a tu lista de adjetivos

    ResponderEliminar