Unos minutos más tarde, cuando salía yo por la puerta para ir a currar, seguía oyéndose el trasiego de la mudanza en las escaleras. Estaba echando la llave cuando oí a mis espaldas una voz masculina: “Hola...” Me giré, y lo que me encontré fue... tremendísima aparición.
Un auténtico adonis se erguía ante mí; musculado en su punto justo, con una camiseta de tirantes blanca, todo él brillando y refulgiendo por el sudor... y guapo el jodío hasta decir basta. Como para mostrar su gran potencia muscular, llevaba una bombona de butano en cada mano como el que no quiere la cosa, y no se le ocurrió soltarlas en todo el rato que estuvo hablando conmigo -me gustaría pensar que estaban vacías.
-Oye –me preguntó como si no fuera la encarnación de un dios griego- ¿a ti te han robado?
-¿¿Cómooo??
-¿No te han robado a ti, anoche?
-Nooo... no me han robado, ¿por qué? –le pregunté más que extrañada.
-Porque me han dicho que habían robado en la casa de alguien.
-Ah, pues no, a mí no...
-No roban aquí, ¿no? (¿cuántas veces se puede decir “no” en una primera conversación de escalera? Pues aún iba a haber una más.)
-Hombre, pues que yo sepa no. ¿Qué eres, el nuevo vecino? -le pregunté sonriente y arrebolada.
-Sí –sonrisa profidén con chispita de brillo en un diente... ¡ching!
-Bueno, yo me llamo Laura, ¿Cómo te llamas tú?
-Hugo
Así que el adonis se llama Hugo. Dudé de si darle los dos besos de rigor, pero estando como estaba tan sudoroso, y con una bombona colgando de cada brazo, no me pareció lo más indicado. Lo que sí hice fue regresar a la realidad más... mundana, y comentarle la gotera que las obras habían hecho en el techo de mi cocina y baño, interesándome amablemente sobre cuándo se pondría remedio a tan peliagudo asunto.
-Ah, bueno, pero eso lo tienes que hablar con el dueño; un chico delgado que verás por aquí.
-Vale, muy bien, pero coméntaselo, si te parece- le dije con una sonrisa probablemente bobalicona.
Y bueno, intercambiamos unas pocas frases más y nos despedimos.
Mientras sacaba mi bici del patio pensaba que menudo pimpollo reventón que me había tocado por vecino, a la vez que comenzaba a especular sobre las nuevas líneas de investigación que las últimas conversaciones con el vecindario habían abierto ante mi: ¿Estaría mi tocaya llorando porque le habían robado a ella? ¿Vivirán el adonis y el chico delgado en el apartamento-ático? ¿Serán pareja, pues? Todo un mundo de incógnitas y posibilidades se abre en mi escalera.