Heather está este mes asilada conmigo, en un intermedio entre el domicilio del que ha huido y el hogar al que se mudará ya el martes que viene. Lleva aquí casi un mes, y desde el principio se desenvuelve por casa con absoluta naturalidad.
No es la primera vez que vive conmigo; hace un par de años pasó aquí una temporada larga, por eso no le costó mucho recordar dónde está cada cosa en la cocina, dónde está cada enchufe de la casa… hasta reconoce los ruidos de los diferentes vecinos y sabe sus historias; "Joder con la alemana, que parece que se levanta de la cama con los tacones ya puestos." Se interesa casi con curiosidad por seguir mis costumbres, como dónde suelo poner las cosas, las áreas que prefiero “despejadas”… todas esas manías que tengo después de haber vivido sola tanto tiempo. Dice que lo hace en parte por respeto y en parte porque para ella también tienen lógica, lo cual me hace sentirme menos Mónica.
Cuando Flecha -mi hurón- anda por ahí zascandileando, Heather juega y se “comunica” con ella como yo lo hago, y como yo, después de un ratito se jarta de que Flecha intente morderla y pasa a evitarla. Se sienta en la mesa del salón con el portátil, en la silla en la que yo siempre me siento, y en un momento dado decide hacer un tea break. Va a la cocina, coge su taza favorita –ya tiene taza favorita, porque las conoce todas- pone la kettle para calentar el agua, se estira para alcanzar el té en el último estante del armario, elige la cuchara que más le apetece, se echa un hielo para no tener que esperar demasiado a que el té se enfríe...
Y es como verme a mi misma desde fuera; ver una actriz que hace mi papel mientras yo estoy observándola desde el sofá, viendo la función de quien soy cada noche cuando estoy sola en mi casa.