sábado, 20 de noviembre de 2010

Filosofía de barrio

¿Qué tienen en común el karma y tu novio?

Versión actualizada de un clásico

Impeliendo a la acción

(Sodomicé a tu progenitora) Vivo en un barrio políglota, eso sí.

Reivindicaciones estudiantiles


Tempus fugit

jueves, 18 de noviembre de 2010

Precio negativo

Supongo que después de un par de semanas tan prolíficas en lo que a posts se refiere, era de esperar este pequeño descansito que me he tomado. Bueno, en parte se ha debido a la ley del péndulo, y en parte a que  estos días he tenido un invitado en casa que me entretiene con grata conversación cuando vuelvo a mi hogar después de una dura jornada. 

En fin, que el martes pasado cuando llegué de currar, Javier, que estaba ya en casa, se ofreció muy dispuesto: “Cariño; hoy me encargo yo de la cena... ”  "Oh, amorrr..., ¿de veras harías eso por mí?" "¡Claro pastelito, ¡Tú te lo mereces todo!... ¿Tienes el teléfono del telepizza a mano?"  

Como suelo tirar los folletos de publicidad que dejan en el buzón, busqué en internet el teléfono del telepizza más cercano y vimos que casualmente los martes era “martes loco” y las pizzas estaban a mitad de precio. Guay. Javier, que es de gustos gastronómicos sencillos,  sugirió una pizza de jamón y queso -o sea, de jamón- y yo que soy de fácil conformar, accedí a sus preferencias y le pasé el teléfono para que se lo currara él:

-Hola, queríamos una pizza para dos, ¿qué tamaño nos recomiendas?
_(...)
-¿La mediana es suficiente para dos? Vale, pues una mediana.
_...
-¿Bebidas queremos? –me preguntó.
-No, yo paso... -respondí.
-No, no queremos bebidas.
-...
-Ah... ¿Cuánto es con bebidas?
-...
-¡Caramba! –le oí exclamar- Bueno pues... ¿Qué bebidas tenéis?
-...
-Laura, ¿qué quieres: coca cola, fanta, nestea...?
-Pues nestea –contesté yo.

Cuando colgó le pregunté extrañada cuánto costaban las bebidas para que hubiera decidido pedirlas tan sin atisbo de duda. Resulta que con bebidas el pedido costaba... ¡un euro menos!

-¡Pero tío... se les va la olla! ¡un euro menos si pides bebidas! Pero qué cosa más extraña... ¡yo eso lo tengo que contar!
-¿Sí? Pues a mí no me sorprende tanto...
- ¿Cómo que no te sorprende tanto? A ver: esta tía lo que te está diciendo es que si no quieres bebidas te penalizan con un euro. O sea, que te obligan a pedirlas, básicamente. Es que es para decirles: “Sí, sí, queremos la bebida...” y cuando lleguen: ¡¡Pues ahora la bebida no te la cojo!! MUAJAJAJA... ¡¡te jodes!!” “No, no, ¡pues entonces me tienes que pagar un euro más...!” Y le das con la puerta en las narices. A ver; una cosa es que las bebidas te salgan gratis, pero que te salgan a menos cincuenta céntimos cada una... ¿¿Qué ganan ellos con eso?? ¡No me jodas!...

No, si ya lo decían ellos: el martes, martes loco. Como una chota.


PD: Con este post me salgo ya, y llego a la cifra de 84 este año, que es el número de posts que escribí en los dos años anteriores. Me pensaré si dar 2010 por concluido...

viernes, 12 de noviembre de 2010

La muchacha en el noviazgo

No sé muy bien si Pili me regaló este libro porque sabe que me fascina este tipo de lectura, o si simplemente aprovechó que su padre iba a tirarlo a la basura para rescatarlo y tener un gesto sarcástico conmigo -a Cari le tocó "la muchacha en el hogar". Quizás ni siquiera estaba segura de que me lo fuera a leer, pero ¡vaya si me lo he leído! hasta lo he subrayado primero en lápiz y luego en fluorescente! ¡Si es que es todo miga!  

El libro es de 1967, casualmente el año en que se casó mi madre. Esto es lo que aquella generación de mujeres tuvo que aguantar.

"¿Qué le dicen a la muchachita del noviazgo en el cine, la novela, la amiga que se las da de atrevida, el amigo picaresco que se le ha cruzado en el camino? Le hablan de pasarlo bien, de disfrutar de placeres deliciosos, de efusiones cariñosas más o menos carnales... ¡No!¡No!¡No! ¡Ese no es el verdadero concepto del noviazgo. Ese lenguaje es pagano, huele a carne, tiene sabor de bacanal. A quienes así hablan debe ponerse una mordaza.

(...) Pasan los días, los meses... el novio no llega. Acaso se han intentado e iniciado diversos noviazgos, acaso hasta ha habido algún “patinazo” con jirones de pudor. (¿?) El miedo a la soltería es un coco que aterra a muchas que no se dan cuenta de que las solteras también tienen su puesto en la vida.

Cuántas jovencitas que se montaron apresuradamente en el tren de unos amores prematuros se ven precisadas a apearse de él, y como no se conforman, andan montando y desmontando en una cadena larga de noviazgos chiquitos y caricaturescos!

En un porcentaje enorme las chicas fracasan por su culpa. Vamos a ver, ¿Por qué fracasaste tú?

Muchas fracasan por excesivamente fáciles al amor. Parece que lo mendigan. (...)En cuanto uno se le dirige, lo reciben sin más; inician correspondencia epistolar con la mayor facilidad, se confían a un desconocido, traban con él amistad; desde el primer día le permiten intimidad; sin darse cuenta, o dándosela, se hacen novios.

-¿Quién es ese chico? ¿Cuál es su familia?
-Ni lo sé ni me importa. Me quiere y le quiero. Es muy bueno.

Muy bueno y, en cuanto se descuida la deja plantada. Fue el juguete de un verano, el entretenimiento a su paso por aquella población, la novia de turno, el número X de la serie.

Estoy oyendo tu comentario: “Hay hombres malvados” Permíteme te exponga el mío: ¡Hay mujeres tontas! ¿No es este tu caso? Pues ¿Cuál es?

A continuación da un exhaustivo repaso a todos los casos por los que una mujer puede fracasar en el noviazgo:  mujeres que no se muestran dignas de su novio, las volubles que se cansan pronto, aquellas a quienes gusta el monólogo, las exigentes cabecitas soñadoras, las demasiado condescendientes, las blandengues y excesivamente almibaradas, las incomprensivas, las desgraciadas que se lanzan a la caza del hombre... Tal y como está escrito cuesta creer que lo escribiera un cura y no un tío resentido con las mujeres. Aunque quizás una circunstancia sea motivo de la otra.

Y acabo –por hoy- el repaso al libro, con esta jugosa cita:

¿Por qué hay tantos matrimonios desgraciados? Porque abundan mucho las mujeres casadas que no saben callar, ceder y sonreír. El noventa y nueve por ciento de los disgustos familiares, aun de aquellos en los cuales el hombre ha cometido una grave falta, la culpa es de la mujer. (...) Cuando se enfade, callarás, cuando grite, bajarás la cabeza sin replicar, cuando exija, cederás a no ser que tu conciencia cristiana te lo impida. A sus modales ásperos responderás con tu delicadeza y a su cara hosca con tu sonrisa.

Ameeeeennn...

jueves, 11 de noviembre de 2010

Mundo fantástico

No sé si os habrá pasado a vosotros alguna vez; tienes un recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo, pero es como si los años lo hubieran... desgastado, o algo así. De alguna manera ya casi hasta cuesta dar crédito a ese recuerdo, y necesitas que otra persona lo confirme, que te diga “Sí, yo me acuerdo de eso. En efecto, sucedió.”

Desde principios de la década de los noventa hay un sex shop de considerables dimensiones en la calle Atocha, en el centro de Madrid. Se llama Mundo Fantástico. Antes de que se convirtiera en una tienda erótica, era una juguetería, y se llamaba... ¡Mundo fantástico! Cambió el negocio pero no el nombre, y hasta se mantuvo el cartel original. A mí esa historia... como que me pirraba, pero no encontraba a nadie que compartiera mi recuerdo para volver a darle la nitidez de la realidad, por así decir.


Me pasó lo mismo durante años con una noticia que salió en los periódicos cuando yo iba a la universidad; un pobre depravado murió aplastado por una roca cuando se zoofilizaba a una gallina. Pasaron los años, y yo parecía ser la única persona que lo recordaba; cuando le preguntaba a la gente si se acordaban de aquello me miraban con pasmo: “¿¿En serio pasó eso?? ¡venga ya!” Hasta que años más tarde llegó a mis manos la prueba fehaciente en forma de imagen en un suplemento de la revista FHM.

Total, que este martes, cuando camino del Retiro pasé por delante de Mundo Fantástico, me dije: ¡De esta semana no pasa, maldita sea! Y me puse en acción. Al llegar a casa llamé a mi padre por teléfono, y le interrogué sobre el tema; él nació y vivió toda su infancia y parte de su juventud en la calle León, en lo que es ahora el Barrio de las Letras –cerca del local de marras- y podría ser que recordara la juguetería. Además la anécdota es de las que a él le molan. “Pues no, no lo recuerdo, la verdad –reconoció muy a pesar nuestro- pero ¿sabes quién puede que lo sepa? Mi hermana. Espérate, que ahora mismito la llamo y se lo pregunto” –se ofreció muy diligente. 

Apenas unos minutos más tarde me llamó y, vía mi tía Pili, me confirmó de una vez por todas la magnífica historia de “Mundo fantástico”, la juguetería que creció para convertirse en “Mundo fantástico”, juguetería de adultos.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Hojas de otoño

El lunes hacía tanto viento que las calles de mi barrio estaban llenas de hojas, amontonadas en los margenes. Iba yo andando hacia la parada del autobús, arrastrando los pies entre las hojas, y me iba acordando de algo que me dijo mi madre hace ya muchos años: “Ten cuidado cuando hagas eso, que lo mismo hay una caca de perro y te la llevas con el zapato.” Ojalá no me lo hubiera dicho y pudiera disfrutar de ese sencillo placer sin cacas de perro en la mente.

En fin, que pensé: “Pues El Retiro debe de estar ya... que ni te cuento. A ver cuándo voy allí a arrastrar los pies por las hojas de otoño.” Y ayer tocó.


Normalmente cuando voy al Retiro, voy en bici. Esta vez fui andando para poder cumplir mi misión. Me llevé la cámara –tan baja de batería que casi tenía que regatearme las fotos- y a pesar del  pronóstico del tiempo, disfruté de una mañana de sol preciosa.

Todos los cúmulos de hojas me los pasaba arrastrando los pies; no perdonaba ni uno. No necesitaba levantar la vista para saber qué árboles pasaba; veía sus hojas en el suelo: robles, plátanos de paseo, castaños de indias, arces, algarrobos, ginkgo bilobas... cada tipo de hoja de un color distinto. 

Absorta estaba yo en mi entretenimiento cuando un tipo de uniforme con su moto me hizo un gesto con la mano como diciéndome que me saliera de las hojas... “You takin’ to me??” “Sí, es que este árbol está a puntito de caerse” “Ah... ¡pensaba que me intentabas decir que no podía “desparramar" las hojas...” -le dije con una sonrisa. Y continué mi hollar por otro lado. 

Era uno de esos días en que te sientes feliz por ninguna razón en concreto; de gratis. Una alegría radiante injustificada. Todo me despertaba una sonrisa plena; el sol, el viento, los árboles, los colores, la gente... todo era bonito.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Que se infiltre tu madre

Para mi fortuna hacía ya tiempo que no me pasaba eso de verme de repente en el suelo no sabiendo muy bien cómo me había caído de la bici. Un camarero de una de las terrazas de la plaza del Reina Sofía se acercó mientras yo aún me estaba levantando con perplejidad: "¿Te has hecho daño?" -me preguntó. "Pues un poco”  Había parado la caída con la mano, pero lo que me molestaba era el codo. “¿Pero estás bien?" "Sí, sí, creo que sí..." -dije mientras me escaneaba al tacto, como para corroborarlo. "Es que está el suelo muy escurridizo –dijo el chico- no sé qué le han hecho; tiene como aceite..." Yo en seguida até cabos; habían estado limpiando los grafitis de la plaza, y lo hacen con una especie de disolvente a presión como aceitoso. "Has tenido mala suerte de justo resbalarte..." "Mala suerte no; en realidad buena de que no haya sido más. La última vez me rompí el codo."

Mientras me alejaba cabalgando en mi corcel de metal, aún con el shock y el fastidio en el cuerpo, me preguntaba: ¿Por qué será que siempre me caigo en situaciones que no entrañan peligro; siempre por la acera y de la manera más tonta? Aunque supongo que es mejor eso que caerme en medio de la circulación, está claro. Ese positivismo, que no decaiga.

El caso es que a lo largo del día el dolor se fue acentuando, y al final de la jornada me dolía flexionar o extender el brazo del todo, y ni siquiera podía coger el libro con las dos manos. El camino de vuelta en bici fue complicado; tendría que ir al médico al día siguiente -y con un poco de suerte me caería una pequeña baja de un par de días... lo suficiente para llegar al finde –jejeje...

El jueves por la mañana fui al médico. A la médico. La conozco desde lo de la fractura del codo hace ya como cuatro años, y no sé si será consciente, pero la mayoría de las veces que he acudido a ella ha sido por algún traumatismo -quizás debería revisar eso del buen sistema psicomotriz. El caso es que después de mirarme el brazo, de intentar extendérmelo y flexionármelo infructuosamente debido a mi resistencia en forma de quejidos y muecas de dolor, me dijo que habría que hacer una radiografía para descartar una fractura o una fisura, y si no estaba roto, al día siguiente me haría una infiltración.

Una infiltración. No me gustaba nada cómo sonaba eso. “Y eso de la infiltración... ¿en qué consiste exactamente?” “Pues se inyecta en el codo, en la articulación... (blablabla....)” Yo el blablabla ya no lo procesaba. ¿Cómo que inyectarme en el codo? –pensaba mientras ella seguía hablando- ¿No es eso un poco intrusivo para hacerlo así, del tirón? Un poco de paciencia con mi cuerpo, ¿no? Si yo tengo super-poderes de curación, que me lo dice mi chamana fisioterapeuta y quinesióloga. “...y el dolor se va inmediatamente” -concluyó satisfecha.

Mientras ella hablaba y yo me resistía mentalmente a sus cantos de sirenas, no pude evitar fijarme en la pulserita de Power Balance que llevaba. A ver, ¿una médica que da crédito a esa gran estafa? Y me acordé  también de que la última vez que nos vimos, cuando me hice el esguince de tobillo, me habló maravillas de los zapatos esos de Frankinstein, los MBT “...porque están hechos para que camines como los Masai...” ¿Cómorrr? ¿Qué te crees tú lo de los Masai? -pensé para mis adentros- Te la han colao tía; te la han colao a ti también. Así que una vez la hube desacreditado por completo en mi mente le pregunté: “¿Pero cuánto tiempo me podría durar el dolor si no? Es que me da a mí un poco de aprehensión eso de inyectar nada en el codo... ” “Pues un par de semanas más o menos.” “Pues así sea” –pensé pa’mi.


Me firmó una receta para unos antiinflamatorios con lo que adiviné era un gesto contrariado -yo creo que le hacía ilusión eso hurgarme en el codo con una aguja; no lo debía de haber hecho en un tiempo, y como que tenía ganas, la muy sádica. “¿Y hielo y eso me sentaría bien?” –le pregunté. “Sí, el hielo puede ir bien” –aceptó a regañadientes. Nos despedimos hasta el día siguiente cuando recibiera la radiografía y descartáramos la fractura, y entonces ya decidiría yo si me sometía a su particular tortura.

Huelga decir que con mis super poderes sanatorios, los antiinflamatorios y el hielo, unidos todos ellos al miedo al sufrir -que hace milagros- al día siguiente mi codo estaba mucho mejor, y para demostrármelo a mí misma hasta fui a pilates. A la médica le hice una pedorreta cuando la vi y me dijo que no había fractura, y le dije que lo de la infiltración mejor lo dejábamos para la próxima -sin acritud.

Afortunadamente, aunque noté la decepción en su alicaída  mirada, ella misma se debió de dar cuenta de que su infiltración no venía ya a cuento y me dejó ir en paz -demos gracias a Dios.

viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Amnesia reversible?

Pues parece que no era suficiente ajetreo para un día perder un hijo en acogida y tener un encontronazo con la autoridá, porque el cosmos me estaba aún reservando un par de anécdotas más antes de que acabara la jornada.

¿Dónde lo habíamos dejado? Sí; que terminé de customizarme el disfraz. Y aunque me sentía un poco cansada con todo el ajetreo que había tenido por la mañana, haciendolo todo a matacaballo, me puse al ordenador para ver desde la tarjeta de memoria las fotos de despedida que le había hecho a Yodita, y ya de paso descargarlas. Viendo las miniaturas en la pantalla me di cuenta de que tenía muchas fotos que me había descargado ya, y que no quería tener en la tarjeta, así que decidí vaciarla un poco. “A ver... seleccionar estas, clic en el botón derecho... ¿eliminar? Sí. Y estas también. Seleccionar, clic en el botón derecho, ¿eliminar? Sí. Bueno, y ya me descargo las de Yoda. Seleccionar estas, clic en el botón derecho, ¿Eliminar? Sí... ¡¡¡¡¡¡¡NNOOOOOOOO!!!! ¡¡¡¡¡Mierrrrdaaa!!!!!!!"

¿¡Y ahora qué hago!?¡¿Qué se puede hacer!? –empecé a cavilar a toda máquina, resistiéndome a aceptar lo que acababa de sucederme- A ver... ¿Deshacer? Lo intenté, pero nada -aunque ya lo sabía. Miré en la papelera, aunque sabía también que ahí no iban a estar, y en efecto, no estaban. Se las había tragado el agujero negro al que van las fotos que eliminas desde la tarjeta. Mierda, mierda, mierda... Repasé en mi mente todas las fotos que ya no iba a volver a ver de Yoda, y la foto de la familia feliz : Yoda con sus papás, tan buena como era esa... Y bueno, para no pensar más en ello decidí echarme un rato; iba a necesitar estar descansada para la fiesta, y a lo hecho, pecho, ¿qué más podía hacer?

Cuando me desperté de la siesta lo primero que pensé fue en las fotos. Quizás de alguna forma seguían ahí en la tarjeta. Como cuando a Quique se le borró todo el disco duro, y lo llevó no sé dónde y le recuperaron toda la información, porque no se borra del todo. “No me importaría pagar por recuperar esas fotos –pensé- ¿Cuánto pagaría? No sé, veinte euros, o algo así. ¿Y se podrá hacer seguro? ¿Cómo me entero de eso? A ver, San Google...” Me senté al ordenador y tecleé: “recuperar fotos tarjeta de memoria” Clic...y ahí estaba: el primer enlace no patrocinado era de Softonic, la página desde la que me descargo los antivirus y demás programas gratuitamente. Y decía: “Descargar gratis. Recupera archivos borrados en tu disco duro o tarjeta de memoria...” No puede ser; no puedo ser tan afortunada...

Entré en Softonic, vi los programas para recuperar archivos –que había unos cuantos- y elegí “PC inspector smart recovery”, que era el que mejor puntuación tenía. Me lo descargué, lo puse en marcha y lo dejé trabajando, porque iba con el tiempo pegado al culo, y tenía que salir ya para la fiesta. Con un poco de suerte cuando volviera, allí estarían mis fotos de nuevo.

Así fue de hecho, y como muestra, este botón:

 (Haced la prueba de poner el dedo tapando a Yoda... )

En fin, que si todo lo que he contado en estos cuatro últimos posts no fuera suficiente para un mismo día, el cosmos se encargó de regalarme aún otra historia estrambótica y rocambolesca para el final de un domingo apoteósico... pero esa ya me la callo.

Venga, va, te lo cuento si me preguntas en persona.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un encontronazo con la ley 2

En capítulos anteriores: Cuando Laura intenta adquirir en El Rastro parte del disfraz de Halloween con el billete de 50 euros que la familia adoptiva de Yoda le ha dado minutos antes, es acusada por el gitano del puesto de calcetines de intentar colarle un billete falso, y conducida en presencia de la autoridá.

Iba yo caminando en paralelo al gitano, preguntándome qué necesidad había de ir “a la seño”, cuando aquello se podía resolver en el patio sin más: yo le daba su pasta y sus p**** calcetines, y me llevaba el billete para intentar colarlo en algún sitio. Porque yo ya me veía venir que la policía me lo iba a “incautar”, y yo me iba a quedar con dos palmos de narices y un gran agujero en el bolsillo. Pensé en sugerirle al pibe resolverlo todo entre nosotros, pero me di cuenta de que con el cabreo que llevaba, sólo me iba a servir para despertar más sospechas –si es que quedaba alguna dormida a esas alturas- así que me callé la boca y le acompañé al cadalso.

Cuando llegamos donde estaban los munipas, el gitano les dijo todavía muy alterado y muy nervioso, temblándole la mano que asía la prueba del delito: “Señores agentes, miren, que esta señorita acaba de pagarme con este billete, y mi primo le ha pasado el móvil (¿!) y dice que es falso” Y mientras así decía, le tendió el billete a uno de los munipas, que lo tomó entre sus dedos y dijo, sabiéndose él representante de la autoridad:“¡Y tan falso! ¡No hay más que tocarlo!” Y yo flipada, claro. Entonces el munipa se dirigió a mí: “Señorita; o le devuelve ahora mismo su dinero, o resolvemos esto en comisaría; usted decide.” Hombre, pueees... déjeme pensarlo. Imbécil. Total, que le di su pasta al gitano y se piró con mis calcetines. Yo me quedé con los munipas a ver si conseguía recuperar el maldito billete que la autoridá tenía entre los dedos.

-A ver –dije un poco hartita de la situación- a mí lo que no me gusta un pelo es ser tratada de estafadora, cuando aquí la estafada he sido yo.
-Señorita, aquí no se le ha acusado a usted de nada.
-Bueno, pues devuélvame el billete y me voy –dije intentando quitarle los 50 euros al munipa de entre los dedos.
-¡Un momentito! –exclamó la autoridá- Señorita, escúcheme: no voy a consentir que me quite usted el billete de la mano, ¿me ha oído? Yo haré con él lo que estime oportuno. Y ahora sí, puede usted hablar y argumentar su postura.
-De acuerdo –continué sabedora de que mi discurso me podía valer 50 euracos- ese billete me lo ha dado una chica hace un rato, y si yo no se lo puedo llevar y demostrarle que me ha dado un billete falso, me quedo sin cincuenta euros, que comprenderá usted que no me hace mucha gracia.
-Ha empleado usted el único argumento que me podría convencer –dijo poniendo en evidencia que su autoridad no le alcanzaba para quedarse el billete- Aquí tiene usted.

Cuando tuve el “papelito” en mi mano lo miré con atención. Me sorprendía sobremanera que el munipa hubiera notado tan sumamente rápido que era falso, porque a mí me parecía completamente normal al tacto, y tenía la mancha de agua esa que se ve al trasluz, el holograma...

Entonces me acordé de que hacía dos o tres semanas, cuando Cari se encontró el billete de 500 euros en Argumosa, Cristina le había dicho que en hostelería se hace una prueba muy fácil: se frota el billete con un papel, y si destiñe, es bueno. Volví donde estaban los munipas y les expresé mi duda sobre la falsedad del billete, mientras buscaba un kleenex en mi bolso. Entonces el listillo empezó despojarse de sus vestiduras de sapiencia infinita: “Señorita, yo no le digo seguro que el billete no sea bueno...”  -titubeó mientras yo hacía al billete la prueba del algodón. Nuestros seis ojos miraban con atención la operación. Entonces le di la vuelta al kleenex... ¡y apareció manchado! ¡Toma ya!

“No, si yo no le puedo decir seguro que el billete sea falso... -volvió a retractarse- eso donde mejor se lo dicen es en un banco”. Sí claro, a un banco lo iba a llevar yo, como que soy gilipollas. Entonces habló el otro munipa por primera vez: “Pero es que no tiene el hilo ese...” Volví a mirar el billete con atención, y el hilo parecía estar allí. No conforme con verlo, como un Santo Tomás de la numismática, rasqué el billete en el borde para dejar el hilo a la vista, y allí asomó su tímido brillo. ¡Toma y toma! –pensé- Listillos de mierda...

Total; que con mi billete con toda probabilidad auténtico –o al menos  muy “colocable”- tiré calle arriba hasta el puesto de los gitanos:

-Oye, que sólo vengo a decirte en primer lugar, que yo no te intentaba timar, encima de que me haces el favor de cambiarme, no quiero que te creas eso...
-Pero yo no te he acusado de ná, ni te he insultado ni nada.
-Ya, pero me has llevado ante la policía. Y que además el billete...
-¿Te lo han devuelto? Me interrumpió intrigado
-Sí. Pero es que tiene toda la pinta de ser auténtico.
-Bueno, si yo no te he dicho ná, sólo que mi primo...
-Vale, pero yo no intentaba estafarte, que lo sepas.

Y me piré con una sonrisa calle abajo, sabiendo que me acababa de pasar una historia buenísima, y que la tenía que contar en Cotidianas.

Luego en los chinos a los que voy siempre, pagué un ovillo de lana roja con el billetito de marras. La china lo comprobó y quedó satisfecha, y yo... pues ni te digo.

Después me fui a casa a elaborar mi disfraz, que si se me permite un “fast-forward”, acabó luciendo tal que así:


¿Dónde está Wally?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un encontronazo con la ley 1

Después de que Yoda se fuera el domingo, me lancé a las calles atestadas del Rastro en busca de mi disfraz de Halloween. No soy yo muy de disfrazarme, de hecho creo que la última vez que lo hice fue hace casi veinte años, pero había decidido hacer un esfuerzo y participar en una fiesta que celebraba Ricardo en su casa. Además tenía una idea de disfraz que me molaba: iba a ir de Wally; discreto, efectivo, y sobre todo fácil -o eso pensaba. Y no se me reproche que no sea de temática de zombies, brujas, fantasmas o dráculas, que en USA no son tan puristas, y la fiesta viene de allí.

Ya el sábado había echado un vistazo por varias tiendas buscando la camiseta de rayas horizontales rojas y blancas sin éxito. Hasta se me había ocurrido comprar la tela y hacérmela yo -ya que tengo máquina de coser nueva- pero había fracasado también en la empresa de conseguir la susodicha tela rojiblanca. El Rastro era mi última opción; miraría en un par de puestos donde tienen las típicas camisetas perrifláuticas de rayas, y si fracasaba buscaría entre la ropa de segunda mano de la plaza de los gitanos.Y si allí fracasaba también, ya se vería.

Cuando ya casi había tirado la toalla, en el tercer puesto en que miré, encontré por fin la camiseta en cuestión por ocho leurillos de ná. Era de una talla L, pero pensé que no sería difícil estrecharla, así que la compré y pasé a la siguiente misión; las gafas las tenía, pero el gorro blanco con el pompón y la banda roja tendría que confeccionármelo también, así que compré un gorro blanco, y cavilando cómo apañarme los complementos rojos llegué a la plaza de los gitanos con el tiempo pegado al culo -ya eran las dos de la tarde y algunos puestos empezaban a recoger.

En un puesto allí vi unos calcetines rojos de estos peluditos y suaves por sólo un eurillo, y pensé que quizás podrían servirme para mi propósito, con lo mañosa y apañá que soy yo; además no tendría muchas más opciones, porque la fiesta era esa misma tarde. Así que decidida a hacerme con los calcetines eché mano del monedero para pagar, y ¡maldición! ¡me  había gastado toda la pasta que llevaba conmigo! Había ido al par de cajeros de mi banco de los alrededores pero me los había encontrado fuera de servicio, y en casa no tenía nada... ¡ah, si... los cincuenta euros de Yoda!

Bajé corriendo la “costa da morte”-que es como llamo a la cuesta sumamente empinada que hay desde la plaza de los gitanos a mi casa- cogí el dinero y subí corriendo de nuevo esquivando gente. Llegué al puesto jadeando y con la lengua fuera, y cuando fui a pagar... el gitano me dijo que no tenía cambio de cincuenta euros. Le supliqué y le supliqué, explicándole que necesitaba los calcetines para un disfraz, y cuando ya estaba maldiciendo mi  mala suerte, el gitano se apiadó de mí y se fue al puesto de al lado apara pedirle cambio a un primo. Al finalizar la transacción le di las gracias efusivamente con mis calcetines en la mano y una sonrisa sincera, y me fui tan satisfecha calle abajo para empezar a confeccionar el disfraz.

De bajada me entretuve en un puesto, mirando ya no recuerdo qué. De repente noté una garra sobre mi hombro; me giré y vi al gitano de los calcetines muy alterado: “Oye –me dijo sujetando el billete en la mano, con cara de tremendo mosqueo- este billete es falso. Mi primo lo ha pasado por el móvil (¿?) y  dice que es falso. Así que acompáñame ahí que está la policía, y lo aclaramos todo".

Continuará.

martes, 2 de noviembre de 2010

Yoda empieza su nueva vida.

El domingo por la mañana venían Juan Ramón y Miriam a recoger a Yodita y llevárselo a su hogar definitivo. Nos habíamos conocido el jueves en el veterinario, aprovechando que teníamos que vacunar a Yoda y hacerle las pruebas de la leucemia, y todos habíamos quedado encantados; JR. y M.iriam porque Yoda estaba sanote y era un gato preciosísimo, como ya habían visto en las fotos del anuncio de solicitud de adopción; Carmen -de la asociación- y yo porque se notaba lo encantados que estaban JR y Miriam, y nos quedábamos tranquilas de que Yodita iba a ser un gato feliz y debidamente mimado, y Yoda... bueno, Yoda no se enteraba mucho, pero se dejaba coger y abrazar por JR, encantado de la vida, y eso sólo podía ser una buena señal.

Todo fue muy bien y la separación no fue nada traumática ni para Yoda y para mí. Claro, yo había tenido un par de días –indispensables- para hacerme a la idea de que se me independizaba el niño, de que ya no iba a pasarme las horas mirándole jugar, ni le iba a tener dormido encima dándome calorcito en el sofá... Y le hice fotos y más fotos, para que pasara a la posteridad lo grande que se había marchado a emprender su nueva vida; fotos jugando con su ratoncito, fotos jugando con Flecha, fotos de él y yo juntos –aún no tenía ninguna- y hasta un par de vídeos.

Guardo en mi memoria la última imagen de Yoda, metido muy tranquilito en su transportín –uno blandito y acolchado- y sacando sus uñitas entre la rejilla de la puerta, como despidiéndose. Sus nuevos amigos humanos se llevaron su cartilla, me dejaron los cincuenta euros de la vacunación para que se los diera a Carmen –siento el detalle prosaico, pero es relevante para más adelante. Y no digo más- y se fueron, no sin antes permitirme que les hiciera una foto de familia a los tres.

Acababa nuestra etapa juntos, y empezaba una nueva vida para Yoda.