viernes, 31 de diciembre de 2010

Mi última palabra de 2010

Me siento ante mi portátil, la última luz del día entrando por la ventana, con el propósito de escribir el último post de 2010. En estos días he estado leyendo posts de colegas blogueros en los que hacen balance del año que hoy acaba, cuentan sus aspiraciones para el que empieza en apenas unas horas, o simplemente nos desean feliz año nuevo. Y he pensado que mejor que acabar el año con “Un par de coj*nes”, el post anterior,  mejor hacerlo con uno algo un pelín más temático, ¿no?

Había pensado currármelo y hacer un análisis de lo que 2010 ha supuesto para mí o lo que espero del que viene, pero como dije hace un par de días no estoy muy intelectual últimamente, y para escribir eso hay que pensar, y no estoy yo para tonterías. Así que, como suelo hacer cuando no tengo muchas ganas de escribir -seguro que ya os habéis dado cuenta- voy a  empezar con algunas imágenes "cotidianas" de mi paseo de hoy por el centro de Madrid, en mi último día de 2010,  y a ver adónde nos llevan.
 
 Bueno, empecemos con esta imagen. Me ha llamado mucho la atención, porque... ¡¿qué demonios hace en el centro de Madrid un coche de la policía de Villaconejos?! En fin...

Luego he llegado a La plaza Mayor, donde yacía una especie de oruga multicolor, que es en realidad una "cabra" donde se mete un tipo y hace el chorra cuando pasa la gente. Pero el tipo estaría echando una cañita o algo, y un grupo de niños miraba con curiosidad, supongo que esperando en vano que la cabra hiciera su chou. O quizás reflexionaban apenados sobre la fugacidad de la vida, no sé...

Después ha pasado una niña de dorados cabellos que, a juzgar por su cara, bien no se creía que el bicho estuviera muerto, bien se alegraba de que por fin la hubiera diñado el cabrón.

Luego he visto al Louis Amstrong de la Plaza Mayor, que cuando empezaba a coger frío se enfundaba su traje de Winnie de Poo. Digo. 

Y luego me he acercado al tiovivo que han puesto para las navidades. Por alguna razón me gustan estos tiovivos de estilo clásico -y al niño de la foto parece que también.


Aunque el cielo ha estado encapotado la mayor parte del tiempo, en el camino de vuelta se ha abierto un poco y parecía que iba a salir el sol. Mirando las nubes he visto esas zapatillas colgando y por alguna razón extraña me han producido una sensación... de libertad. Yo que sé, a veces me pasan cosas un poco místicas.
Y para concluir, bajando mi calle me he topado con una perla del filósofo que anda suelto por las calles de mi barrio -ya le conozco la letra:
Ya de vuelta en casa he pensado; ¿Cómo se le habrá ocurrido a este tipo esta frase tan extraña? Y así es como he aprendido mi última palabra de 2010, que quizás también sea la vuestra:

Brontofobia: Miedo a tormentas, rayos y truenos (y centellas)

¡¡¡FELIZ AÑO A TODOS!!

PD: ya tengo cámara nueva

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un par de Coj*nes.

Llevo ya una temporada que estoy creativa. Claro que cuando se lo comenté a Cari hace un par de semanas, la muy jodía me replicó: "Pues no se te nota en el blog" Y es que yo hablaba precisamente de otro tipo de creatividad, menos... intelectual. Durante ese casi mes que no escribía por aquí, cuando estaba sola en casa  me pasaba el tiempo haciendo pequeños trabajos manuales, porque además se me ocurrían a todas horas;  hasta me planteé hacerme un cuaderno de ideas creativas –pero ya tengo demasiados cuadernos.

De momento he ido registrando las ideas con sus respectivos esbozos en el cuaderno del escritorio del salón -misceláneo él. Son ideas que no siento ninguna obligación de llevar a cabo, están ahí para que no se me olviden, y si algún día me da,  pues las hago. Pero el caso es que... me siento yo animosa, y me da que teniendo ahora vacaciones probablemente saque unas cuantas adelante.

Una de ese titipuchal de ideas era la de hacerme un cojín con una tela de cebra que me había sobrado de otra cosa. Porque además de que me molan mucho los estampados de piel de animal -preferiblemente herbívoro-  el de cebra me iba guay con los colores del salón.

Una noche al poco de acostarme se me ocurrió cómo ejecutar el diseño que quería. Para que no se me olvidara me levanté a "esbozarlo"... y acabé yéndome a la cama a la una y media de la mañana, con el cojín acabado.

Sí, es mi máquina de verdad. Modelo 1932.

La verdad es que quedó chulísimo; yo estaba tan orgullosa de él. De vez en cuando me lo quedaba mirando embelesada... y así fue como un día se me ocurrió que quedaría muy cachondo con un rabito. Al día siguiente el cosmos puso en mi camino la lana negra que necesitaba, depositada sobre la mesa de la sala de profes -debía de ser para una manualidad de los niños- y como está muy feo rechazar un regalo, cogí  una pequeña madejita  y apenas ni se notó. Además el rabito quedó genial. 

Así que si antes del rabito ya estaba encantada con el cojín, con él se convirtió en mi cojín favorito. Y me empezó a dar mucha pena el de vaca que siempre me ha molado, pero es que ya le tengo muy visto, y en comparación se había quedado un poco soso, ¿Qué podría hacer yo para animarlo? -me pregunté. Así fue cómo se me ocurrió... ¡ubres! 

Como seguro que os pica la curiosidad -y aunque no os picara, vamos- os dejo una foto del resultado final:


¿Molan o qué?

martes, 28 de diciembre de 2010

Popurrí navideño

Rescatada navideña. “¡Es que hay alcaldes que no saben usar el martillo!... Como el alcalde de Lesiton*.” (??) Elia, mi sobrina de 5 años, hablando para sí misma mientras pintaba algo en nochebuena.

*Tras denodadas investigaciones, averigüé que se refería a Lazytown, un programa infantil de la tele.

¡Ha nacido un concepto! Estábamos ya en la sobremesa de Nochebuena, después de los postres. Mi madre había sacado la bandeja del turrón. Dani cogió un trozo, se comió medio de un bocado, dejó el otro medio en un plato vacío que había en el centro de la mesa, y dijo improvisando: “Este es el plato solidario.”   Todos lo entendimos en seguida sin necesidad de más explicaciones y a partir de ahí hicimos adecuado uso de él; magnífico invento -¡lo recomiendo! Con lo bonito que es compartir...

Y por último, una receta de "acción de cumpleNavidad". Para el postre del día de Navidad había quedado encargada de hacer una tarta que sirviera también de tarta de cumpleaños de mi padre, que cumple 70. De hecho su cumpleaños es el día 30 de diciembre pero a pesar de la cifra redonda, y como en mi familia no somos muy de parafernalia cumpleañística, mis padres han decidido que este año haríamos una celebración compartida con la Navidad, que si no era mucha tela.

Mi modesta colaboración fue, como he dicho, esta tarta; una tarta de batata -sweet potato pie para los estadounidenses- que aprendí a hacer con Heather y que es típica de Acción de gracias. Ya la he hecho varias veces, y como suele suceder, a todo el mundo le flipó. "Está deliciosíiiisssima" -dijo de hecho mi madre- "y no es nada empalagosa" añadió al hilo Marta, mi cuñá. Claro, que si le hubiera puesto un vaso y medio de azúcar como decía la receta en vez de medio, la cosa hubiera sido muy diferente.

En fin, que en esto estamos; de navidades. Me sentía obligada a publicar un post-testigo, y con este ya he cumplido. ¡Ea!

TARTA DE BATATA INGREDIENTES: 1 lámina de hojaldre, 2 vasos de batata, 2 cucharadas de mantequilla, 2 huevos, ½ vaso de azúcar, ½ vaso de nata, ½ cucharadita de canela. Opcional: 1 cucharada de vainilla, ¼ cucharadita de jengibre molido, 1/4 cucharadita de clavo o nuez moscada. ELABORACIÓN: Hornear la batata –45 min aprox- y pelar. Mezclar todos los ingredientes en el orden que nos dé la gana, con una batidora eléctrica. Hornear el hojaldre solo a 200º durante 10 min. Rellenar el hojaldre con la mezcla. Hornear a 180º durante 30 min aprox. ¿De verdad has leído toda la receta? ¡Debes de ser el/la unicx!:D

martes, 21 de diciembre de 2010

Una visita al dentista

El jueves pasado estuve en el dentista. Mi dentista es un hombrecillo delgado, de pelo blanco y cara élfica, que siempre me recibe con un apretón de manos que a mí me intriga moderadamente. A partir del apretón, lo demás es predecible: me siento en la silla, abro la boca y me dejo hacer.

Cuando estaba ahí boquiabierta decúbito supino sobre ese pseudo sillón, instrumental variado entrando y saliendo de mi cavidad bucal, hizo su aparición un espécimen de choni poligonera con una bata blanca puesta. Entraba por la puerta hablando con ese tono que comparten  las poligoneras con los macarras de barrio, e inventándose jotas donde no las había, en claro deje madrileño. “Mire dotor, ejjjke al final de la tarde va a venir mi novio, que tiene una muela con algo negro, y a ver si se lo puedes mirar” -dijo, dejando escapar un tuteo.

Era la primera vez que la veía por allí, y en seguida me di cuenta de que debía de ser la sustituta que habían encontrado para la enfermera/recepcionista habitual. En mi anterior visita ella misma me había informado –sin que realmente viniera a cuento- de que le tenían que operar un pié e iba a tener que ausentarse de la consulta durante una temporada.

Mientras oía hablando a, la llamaremos Poli, no podía evitar pensar en lo bien que le vendría a esta pobre mujer un cursillo de dicción, o una suerte de pigmalión que le enseñara a vocalizar, como en My fair Lady, porque no se puede conseguir un trabajo decente con esa forma de arrastrar las palabras por el fango. De hecho me resultaba sumamente sorprendente que hubiera resultado la elegida en el proceso de selección, aunque fuera tan solo para una sustitución de un par de... horas.

Total, que cuando el dentista me autorizó a cerrar la boca, dando por concluido su trabajo de reparación, me dirigí hacia la recepción acompañada de la enfermera/recepcionista habitual, a quien llamaré Rosa. “Espera que llame a Poli, que tengo que enseñarle cómo hacer las facturas. Es que mañana me operan el pie, y va a tener que hacer todo ella sola.” Entonces me dirigió una mirada de desaprobación y dijo, mientras giraba la cabeza lentamente a uno y otro lado: “Pero vamos... no lo veo yo...” A mí me sorprendió su confidencia, más aún sabiendo que Poli estaba por llegar, y añadí por no saber qué decir: “Sí, no es del mismo... estilo.” Me sentí como una perra clasista cuando un par de segundos después apareció Poli y le dediqué una sonrisa culpable.

Las dos blanqui-embatadas se pusieron allí con el ordenador preparando mi factura mientras yo las miraba sintiéndome francamente incómoda. Entonces el dentista llamó a Rosa, y yo me quedé sola con Poli, que supongo que para romper el silencio se dirigió a mí: “Jo... ejjjke mañana me quedo ya aquí sola haciéndolo todo.” Se le notaba inquieta pero ilusionada. “Es solo una sustitución, pero vamos, cualquier cosa es buena...” “Ya, tal y como está el panorama....” dije tirando de tópico. Después de un breve intercambio de frases sobre la misma temática y para mi alivio regresó Rosa. 

Yo las veía ahí a las dos acabando de imprimir mi factura, pensando en cómo en unos pocos minutos y sin comerlo ni beberlo, me habían hecho obligada partícipe de sus pequeñas miserias. Quería que me dieran ya mi “carta blanca” y poder escapar de una vez de aquella situación tan extraña y violenta.

Cuando Poli me selló y entregó la factura, miré a ambas y me despedí con un sincero: “Suerte mañana a las dos”, abrí la puerta y huí.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Love xoxo

¿No sabes qué regalar a tu novia estas navidades para cautivarla definitivamente? Yo tengo una sugerencia: Love xoxo. Además cuando se le acabe el contenido puede guardar el continente y quizás encontrarle algún otro uso.


Supongo que los creadores:

a. No eran españoles.
b. Eran españoles pero no estaban familiarizados con el "lenguaje del teléfono móvil"
c. Eran españoles, conocían el lenguaje del móvil, pero tenían un sentido del humor un tanto zafio.

PD: Para quien lo desconozca, XOXO significa en "guiri" besos y abrazos. Se suele poner al fiinal de una carta, mail o sms.

domingo, 19 de diciembre de 2010

No al cierre de webs

Mi vida de televidente ha sido bastante fluctuante; he alternado largos periodos de ver muy poca tele con épocas de rendición a la caja boba, en las que era capaz de estar enganchada  tragando lo que me echaran  durante horas y horas. Si tenía el día perro podía pasarme una tarde entera tirada en el sofá zapeando, sabiendo ya  de sobra que de los seis o siete canales que podía sintonizar, ninguno ofrecía nada que mereciera remotamente la pena. Pero aún así seguía con el mando en la mano apuntando a la tele, viendo cinco, diez minutos de un canal hasta hastiarme por completo, y pasar al siguiente, y morirme de vergüenza ajena, y pasar al siguiente... Estaba como abducida; me sentía “condenada” a conformarme con el programa que menos me asqueara, intentando sacarle el interés o el entretenimiento por donde fuera –misión imposible la mayoría de las veces.

Por si la ínfima calidad de los programas no fuera suficientemente disuasoria, estaba además el tema anuncios; intermedios de quince, veinte minutos, en los que hasta me daba tiempo de darme una ducha  y vestirme–tal  cual. A veces tenía la firme sospecha de que los programas eran solo una excusa para mantenernos enganchados entre tandas de anuncios. Y ya no era sólo la duración de los intermedios, sino el contenido de los spots; la estrategia publicitaria consiste básicamente en poner de manifiesto alguna terrible carencia de nuestras vidas para acto seguido prometernos la solución definitiva a nuestra miseria. Aunque seamos conscientes del engaño ya nos han plantado en la mente la semillita de la insatisfacción.

Y bueno, podría meterme con el tema telediarios, pero creo que con lo que he dicho ya, es más que suficiente.

El caso es que cuando me puse internet en casa hace ya más de un año, dejé de ver la tele; había tantas cosas interesantes entre las que elegir en el ciberespacio que pronto la televisión se convirtió en más que prescindible. Cuando se produjo el apagón analógico el pasado abril, estaba tan a gusto sin ese ruido en mi vida que así me quedé. Si quiero “descerebrarme” un rato, me pongo alguna serie (House, The IT crowd, The big bang theory, Cougar town...), algún documental, o alguna que otra peli de vez en cuando. Los únicos anuncios que veo son los pop-ups que Firefox no consigue bloquear, y los que hay en las páginas que visito –cada vez más, eso he de reconocerlo. Además, yo elijo mis fuentes de información.

Hoy he vuelto a casa después del aperitivo-comida-pacharán dispuesta a lobotomizarme un rato con una serie que empecé a ver ayer y que promete; Cómo conocí a vuestra madre. Al abrir mi habitual proveedor de entretenimiento, Series yonquis, ¡oh sorpresa! la página que se ha abierto ha sido esta. Lo mismo en Cinetube.


Mentiría si dijera que no me he sentido contrariada y que no me he acordado del árbol genealógico de quienes así me negaban mi dosis de evasión, pero ya que no iba a ver mi serie me he metido en el link para informarme extensamente sobre el por qué de mi infortunio.

Tras leer el manifiesto y aprovechando que no tenía nada mejor que hacer con mi tiempo, he decidido escribir este post y -como diría Cari- poner así mi modesto granito de arena en el engranaje de la maquinaria capitalista. Crrriiiichhhh... Que rule.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Rescatadas 20

Paul: Lo del tabaco lo tengo controlado
Yo: Ah, ¿si? ¡qué guay!
Paul: Sí; sólo fumo cuando no me ve nadie.

(Después de decir una parida) Jo, tendría que pensar antes de hablar, para que no fuera una retransmisión en directo... ¡Apunta! -Cari.

¡Manolooo... ahí tienes el cacharro ese que está flipando!
-Mi madre a mi padre sobre el ordenador, que estaba haciendo cosas raras.

Yo a Luis: Como aquella vez que dijiste que éramos aristocracia cognitiva...
Cari: Sí, yo sin embargo soy populacho cognitivo.
Yo: ¡¡Síi!!
Cari: ¿¡¡Cómo que sí!!?

JUAJAJAJAAAAA, JUAAA... (durante quizás demasiado tiempo) Me voy a acordar siempre de este momento, porque nunca me ha dolido más la garganta de tanto reírme. Esto tiene que parar, en serio. -Federico. Iba MUY en serio, el pobre.

Hoy inauguro una novedad en Rescatadas... ¡Rescatadas autografiadas, para los incrédulos! Ahí va la primera:


martes, 14 de diciembre de 2010

El otoño

Es posible que algunos de vosotros os preguntéis a qué se ha debido mi ausencia; hasta he recibido algún mail preguntándome al respecto con lo que me ha parecido un fondo de preocupación. Para mi suerte mi ausencia no se debe en absoluto a una depresión estacional, sino más bien todo lo contrario.

Todo se hizo evidente el lunes de la semana pasada. Era un lunes festivo, día de la constitución, y yo iba a comer a casa de mis padres. Salí de casa para coger el bus, subiendo la calle Ribera de Curtidores. Aunque había Rastro, estos días festivos hay muy pocos puestos y suele estar muy poco concurrido; es como si fuera un mercadillo solo para los del barrio. El caso es que había unos pocos puestos y ni un solo coche aparcado en la calle, y las pocas personas que había, paseaban distraídamente, con total parsimonia.

La calle Ribera está escoltada por hileras de plátanos de paseo a ambos lados. El día anterior había hecho mucho viento, y las aceras y la calle estaban totalmente alfombradas de hojas. Estaba precioso. El asfalto  perdía toda su rotundidad cubierto de hojas de otoño; venía un soplo de viento y esa alfombra de colores terrosos cobraba movimiento; las hojas levantaban un vuelo breve y tras hacer unas piruetas en el aire se volvían a posar sobre el asfalto, hasta que otra ráfaga de viento volvía a invitarlas a volar. La calle parecía más ligera, más romántica, y mucho, mucho más bonita...

Subía andando despacio, con una sensación plácida en el pecho, fijándome en las hojas; en cada hoja. ¿Os habéis fijado alguna vez en los colores que se ponen? Esos tonos de verdes, marrones,  rojizos, ocres, amarillos... A veces una sola hoja de otoño de plátano de paseo es una auténtica obra de arte, un prodigio de la naturaleza. Un humilde prodigio.

Una vez en el bus el espectáculo continuaba: todo Madrid estaba cubierto de hojas, y tenía un aspecto maravilloso, tan cambiado y tan especial como cuando cae una buena nevada. No solo yo era consciente de cómo estaba, detrás de mi oí a una señora comentar con su compañera de asiento: “Cómo está todo lleno de hojas...” Claro, que no todos vemos las cosas de la misma manera; la otra contestó con tono quejumbroso: “Sí, qué peligrosas son, ¿eh? Es que a la mínima te resbalas...” Supongo que, como decía el poeta, todo es según el color del cristal con que se mira.


Yo desde aquel día soy consciente de que estoy enamorada del otoño. No podría encontrar otra forma de explicarlo; salgo a la calle, veo las hojas en el suelo y me sube una alegría por el pecho y se me pone una sonrisa bobalicona en la cara que ya no se va. Algunas hojas son tan preciosas que no puedo evitar agacharme para cogerlas y llevármelas conmigo para seguir admirándolas en casa. Incluso cuando voy en bici a trabajar, subiendo el boulevard del Paseo del Prado, me paro y cojo alguna hoja que sería casi imperdonable dejar ahí abandonada.

Luego llego a casa y las pongo debajo del cristal de la mesa del salón donde puedo verlas casi como si estuvieran expuestas en una vitrina, o las cuelgo del techo, para que floten ingrávidas por encima de mi escritorio. Cuando se secan y se vuelven marrones del todo, las sustituyo por otras policromas, recién caídas.
 

Me hubiera gustado ilustrar este post con fotos de algunas de mis hojas favoritas, pero me acaban de robar la cámara. Como estoy rebosante de los opiáceos del enamoramiento, apenas me ha hecho mella.