martes, 30 de diciembre de 2008

Frases célebres de niños

Ayer por la tarde me armé de coraje y emprendí la expedición al centro que había estado postergando todos estos días. Tenía una misión: comprar el regalo de Reyes de mi madre. Afortunadamente iba a tiro fijo, porque desde casa ya había visto en Internet que en La Casa del Libro tenían "Frases célebres de niños", un libro que ya llevaba tiempo queriendo comprarle.

Total, que a lomos de mi burra, y tras desplegar toda mi paciencia esquivando gente, montando detrás de grupitos de personas de todas las edades que callejeaban por el centro sin rumbo fijo con ese "entrañable" espíritu navideño, llegué a la Casa del Libro sobre las siete, al lado del Corte Inglés… con cortilandia en plena ebullición. Tremendo: todo aquello rebosante de mamás con carritos y papás con niños a hombros y personas de todas las nacionalidades desperdigadas por ahí, vendiendo bengalas, y cuernos con luz, y globos con forma de espada, tentando a los niños con todo aquello… Aparqué la bici y me metí en la librería en cuestión.

Por estas fechas todas las tiendas suelen estar petadas de gente; tienes que andar con paso de procesión, con cuidado de no dar una patada al que tienes delante, pero en comparación con la masificación de fuera, aquello era un remanso de paz. Me acerqué y pregunté a una de las dependientas, que me indicó dónde estaba el libro; lo cogí y me puse en la cola. Unos minutillos de espera, y llego al mostrador. "Dieciséis euros. ¿Lo quieres para regalo?" "Sí, por favor". Todo bastante sorprendentemente rápido e indoloro, la verdad sea dicha.

Cuando la dependienta estaba metiendo el libro en el sobre de papel, y cerrándolo con un par de celos, pensé "La verdad es que sería mejor… bueno, es igual, espero que se despeguen bien los celos. Y si no, ya lo volveré a envolver" Y afortunadamente sí, los celos se quitaron bien, y anoche estuve en casa soltando carcajadas sola hasta las dos de la mañana.

Os dejo aquí algunas de mis frases favoritas; y ya sabéis, si aún os queda algún regalo que hacer…

Juanma, 3 años
Estaba toda la familia celebrando el Día del padre en casa. El hermano mayor de Juanma regaló a su padre un dibujo, y su padre leyó en voz alta la frase que había escrita en el dibujo: "Para el mejor padre del mundo". Cuando acabaron de comer, Juanma se fue al baño, y al rato se le oyó gritar: "¡A ver, ese padre mejor del mundo, que venga a limpiarme el culo"

Alba, 3 años
Una tarde, cuando salió del colegio, le dijo a su madre: "Mamá, ya me sé los días de la semana. Mira, son cuatro: Norte y Sur.

Luis, 4 años
Estaba Luis con su padre construyendo un circuito de tren en el que había dos puentes y Luis comentó: "Yo de mayor quiero hacer puentes para que pasen los trenes". Y su padre le dijo:" Entonces de mayor vas a ser ingeniero…" Luis preguntó "¿Y es bonito el disfraz?"

Adriá, 7 años
Un día, de camino al colegio su madre le dijo "Qué pocas ganas tengo de ir a trabajar" Y él contestó muy serio: "Pues déjalo. ¡Con tres cojones!"

Adrián, 7 años
"Un día su padre le preguntó "Adrián, ¿tienes novia?" Adrián respondió: "Sí, se llama Dunia y ayer me dio un besito en la boca." Su padre insistió: "¿Y dónde os veis?" Adrián le contestó "En el recreo" "¿Y qué hacéis en el recreo?" siguió preguntando su padre. Y Adrián le contestó: "Pues hablamos de sumas y restas."

Yago, 7 años
Yago estaba tumbado en el sofá y su madre le riñó: "¡Yago, no pierdas el tiempo!" Yago dijo: "Mamá, no lo estoy perdiendo, lo estoy disfrutando".

Sergio, 3 años
Un día que su madre le estaba regañando, Sergio le dijo: "Mamá, no cruces los brazos, que te enfadas".

Mariano, 6 años
Un día le preguntó su padre: "Mariano, ¿tú qué quieres ser de mayor?" Y el niño, muy serio, respondió: "Yo, repartidor de pizza… Bueno, no, mejor una zarigüeya colgada de un árbol"

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Mi giróscopo solsticio-navideño

Cuando mi hermano mayor y yo éramos pequeños mi padre se deleitaba impresionándonos con todo tipo de artilugios artesanales; le veíamos ahí todo afanoso tallando un palo, o recortando un papelito con la lengua fuera, casi exhibiendo su esfuerzo, tentándonos a preguntarle. Entonces alguno de los dos caíamos en la burda trampa:

-Papá, ¿Qué estás haciendo?
-Un sisale.
-¿Y qué es un sisale, papá? -le preguntábamos entrando al trapo.
-Si-sale ya lo verás... -nos respondía triunfal y ufano.

Y volvíamos a preguntar una y otra vez: "¿Pero qué eeeeess...? ¿Qué eees, papaaá? Jooo… dimeeeloooo…" El seguía ahí, haciéndose valer. Claro, con niños de seis, siete años ya se puede; ahora que ya nos lo sabemos casi nos tiene que suplicar que le preguntemos, el pobre.

El caso es que nos encantaban los sisales que hacía; de una simple rama nos hacía un silbato... -¡incluso con una hoja de árbol!- tallaba barquitos para soltar en el río, o hacía molinos que giraban con la corriente... nos hacía todo tipo de artilugios para que abriéramos la boca con su ilimitado poder.

Otro de los inventos con que nos dejó boquiabiertos en su día fueron sus "giróscopos" -o así los llamaba él. Eran estructuras de papel, posadas en palitos, que colocaba encima del cubre-radiador, y que giraban mágicamente impulsados con el aire caliente que ascendía. Tenía diversos modelos, pero a mí el que más me gustaba era la espiral.

Han pasado ya muchos años de aquello, y ahí estoy yo, intentando superar los giróscopos de mi padre. Hoy le llevo a la cena de nochebuena el vídeo del mío para que se sienta orgulloso de mí...

...¡o rabie de envidia! Je, je, je...

domingo, 21 de diciembre de 2008

El solsticio de invierno

Hoy a las 13.04 es el Solsticio de invierno, el momento en que el sol alcanza su cénit en el punto más bajo. A partir de hoy los días comienzan poco a poco a hacerse más largos.

Desde hace miles de años y para las culturas y sociedades más diversas, el solsticio de invierno ha representado el acontecimiento cósmico por excelencia; el nacimiento del sol. Con él toda la naturaleza comenzaba a despertar lentamente y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia gracias a la fertilidad de la tierra. Se celebraban grandes festejos paganos acompañados de ceremonias colectivas con cantos y danzas rituales, en un ambiente de alegría general.

El nacimiento de los principales dioses relacionados con el sol en muchas culturas (como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dioniso/Baco, etc.) era situado en estas fechas; los cristianos no hicieron más que apuntarse al carro cuando acordaron –ya en el siglo IV- situar el nacimiento de Jesucristo en la noche del 24 al 25 de Diciembre, la fecha en la que los romanos celebraban el Natalus Solis Invicti, el "nacimiento del Sol Invencible", un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer, y claro está, la fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban el solsticio de invierno.

Por todo esto hace unos años decidí volver a los orígenes, y celebrar el Solsticio de invierno en vez de las Navidades; porque para algunas cosas soy una hippy comeflores abraza-árboles, y me encantan las estaciones, y porque estas fechas tienen más sentido y me gustan mucho más vistas desde esta perspectiva. No tengo rituales específicos para la ocasión, pero sí hago algunas cosas solsticio-navideñas, como decorar la casa con árboles y luces –que originariamente representaban el sol y la naturaleza-, hacer un ejercicio escrito de repaso del año… y poco más.

Ayer me enteré de la propuesta de la asociación pacifista californiana “Baring Witness”: celebrar el solsticio con un orgasmo global por la paz.

Pues eso, opinad vosotros mismos.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El ciclo de las pinzas

El origen de todo fue en Asturias. Cari y yo estábamos desayunando en una terraza de algún pueblecito de cuyo nombre no quiero acordarme –fue hace más de quince años- cuando vimos una pinza de la ropa cayendo desde lo alto. Inmediatamente después oímos la voz de una paisana voceando desde su ventana “Ahora bajo a por la pinzaa…” Una vez abajo, la mujer justificó su comportamiento diciendo que claro, aunque era solo una; “una, y luego otra, y luego otra… y cuando te quieres dar cuenta te has quedado sin pinzas”. Y tras la explicación se volvió para arriba a seguir tendiendo. Cari y yo sonreímos conscientes de haber presenciado una escena pintoresca, mientras pensamos para nuestros adentros: “¿Y qué si te quedas sin pinzas? Te compras más, que te valen veinte duros el paquete”.

Algunos años más tarde, cuando me independicé y tuve mis propias pinzas de la ropa constaté que en efecto, tenían una acusada tendencia a saltar al abismo de entre los dedos. Entonces recordé la reflexión de aquella paisana: “una, y luego otra, y luego otra…” Como yo era demasiado orgullosa a la par que vaga para bajar a por las que se me iban cayendo, jamás me planteé hacerlo, pero un día me topé con una pinza tirada en la calle y decidí recogerla para reponer las que iba perdiendo, y así comenzó “el ciclo de las pinzas”.

“El ciclo de las pinzas” es, en definitiva, el reto que me propuse entonces de no comprar nunca pinzas de la ropa, sino ir reponiendo las que voy perdiendo con las que el cosmos pone en mi camino. Así, he tenido pinzas de madera y de plástico, de innumerables modelos y colores… todas juntas, compartiendo cesta, trabajando en equipo para tender mi colada…

Llevaba ya casi diez años contrarrestando pérdidas con hallazgos; desde que vivo en esta casa. Entonces el pasado mes de Octubre hubo una tremenda granizada en Madrid que arrancó la cesta de su asa y tiró al patio todas las pinzas. Bajé a por ellas –esta vez sí- y rescaté las pocas que aún quedaban incólumes, pero había habido demasiadas bajas y me vi obligada a reforzar la población. Compré entonces un único paquete de pinzas de plástico, de forma tradicional, en color azul, verde, amarillo y naranja en el mismo paquete, para que no se vieran todas demasiado uniformes y me recordaran la tragedia. Ahora que ya ha pasado todo, estoy contenta con mi nuevo surtido, y el ciclo de las pinzas continúa…

…hasta el próximo desastre natural, supongo.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Pelotas

Pelota (Del prov. pelota, y este del lat. pĭla). 12.com. coloq. Persona aduladora, que hace la rosca.

Odio los pelotas. Odio el peloteo. O tal vez no sea odio sino más bien un sentimiento entre el profundo desprecio y la vergüenza ajena.

Hay un tipo de peloteo que se da sobre todo en algunas parejas; esa complacencia exacerbada donde el uno parece estar esperando a que el otro manifieste algo para inmediatamente darle la razón, o facilitarle la vida de algún modo: “¿Tienes sed? No mi amor, no te levantes que yo te traigo un vasito de agua. ¿Lo quieres en bandejita de plata?” Es que no puedo verlo. Y a veces me pregunto “¿Y a mí qué más me dará? Pero es que no puedo con ello, es algo visceral.

Hay pelotas sumisos, pusilánimes, y también los hay ruines, completamente conscientes de sus actos, que peloteando se creen dueños de la situación, que se ríen por dentro de aquel a quien han decidido pelotear. Es como si el peloteo fuera su disfraz, así que no sienten que sean ellos mismos quienes están perdiendo la dignidad, están peloteando para obtener un beneficio y piensan que lejos de estar en una posición de sumisión, están en una posición de dominación sin que el peloteado se de cuenta.

Así que si ya odio ser testigo de peloteos ajenos, cuando soy yo la víctima de esa adulación barata -como me está sucediendo actualmente- y encima el pelota no se da por aludido cuando le intento parar los pies, sino que continúa su cutre estrategia… ¡es que no puedo con ello! De verdad, no me gustaría parecer arrogante y desagradable, pero francamente, ¡Que se vaya a lamer otro culo!

He dicho.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Días de frío y lluvia

Vaya diítas que estamos teniendo; toda la semana llevo poniéndome por lo menos cuatro capas de ropa, la tercera siempre un gersey de los gordos. Luego abrigo, bufanda, guantes y gorro... y arrepintiéndome de no haberme comprado las orejeras que vi el domingo pasado en El Rastro -mañana caen. Y es que no solo hace un frío que deja los coches blancos de escarcha por la noche, sino que de vez en cuando también toca lluvia, y viento… ha habido días en que salir a la calle suponía una lucha contra los elementos. Y de bici nada, claro; andando a todas partes agazapada debajo del paraguas y con cuidado de que el viento no me lo volviera del revés.

Esta mañana cuando me he despertado, la habitación estaba mucho más oscura de lo que suele estar a esas horas; he abierto las cortinas y he visto que fuera estaba diluviando y había una luz muy mustia, como de atardecer. Así que aunque ayer tenía mucha ilusión por ir al mercadillo de trueque que había hoy en el Parque de los perros -Parque Casino de la Reina- le he mandado un mensaje a Quique diciéndole que me contara qué tal si bajaba, pero que con semejante día me sentía muy predispuesta a no poner un pie en la calle.

Y luego he puesto la calefacción y me he quedado un rato pegada al radiador mientras se calentaba el salón, viendo llover por la ventana, con una taza de té calentito entre las manos.

martes, 9 de diciembre de 2008

Rescatadas 4

Yo lloro con “mi carro”… Es que me siento España y lloro. Una alumna de 14 años

Eres una autotatriz con un coño expugnable –Pizarro, ininteligible como siempre

Joder, ¡¿Cómo que otra vez sin batería!? ¡A estas pilas las descarga el diablo! -Yo

Homer sí que es zen, total, total. –Quique

Yo soy sucia y desordenada… ¡Noooo, que esta lo publica! Hijaputa. Cari

Nosotros y los caballitos de mar somos las únicas criaturas que disfrutamos el sexo- Moe. Lo decía convencida.

No, yo no soy antisemita, ¡pero es que son unos cabrones! –Ray

Mira, ese soy yo… ¡con cinturón! –Paul mirando una foto

Hay por aquí mucha gente de lujo…Maru en la tele, refiriéndose a los famosos.

Félix: Mírales, son como niños (hablando de Michel y compañía)
Michel: Sí, pero bien dotados.

domingo, 7 de diciembre de 2008

My tazas' world

La primera taza que tuve en propiedad exclusiva fue a los quince o dieciséis años. Era blanca, tipo mug, tenía globos de colores pintados, y cuando la levantabas sonaba una musiquita. Lo extraño ahora que lo pienso es que ningún miembro de la familia encontrara el soniquete irritante; a mi desde luego me parecía el colmo de lo guay. Me molaba que esa taza fuera mía exclusivamente, me hacía sentirme especial; me molaba que me la había comprado yo con mi dinero.

Mi contacto con la cultura inglesa estimuló aún más mi afición por las tazas; allí en la mayoría de las casas todas las tazas son diferentes. Te asomas al estante donde están, y una es del eclipse total de 1999, en otra pone “Sexy chick”, en otra pone “Edimburgh” y un dibujito del castillo… las compran mucho de recuerdo, y se las regalan mucho entre ellos, así que en cada cocina siempre suele haber un buen surtido, de mejor o peor gusto.

En las casas inglesas cuando llega gente de fuera, sea quien sea, y sea la hora que sea, el anfitrión siempre ofrece té; “Would you like some tea?” “Yes please” –se oye como respuesta el 90% de las veces. Entonces el anfitrión pone la kettle. Si tiene su taza por ahí del último té que se ha tomado, la va a buscar, la pone en la encimera y a continuación pone las otras dos, tres o el número de tazas que se requiera. Y no sé los demás, pero cuando a mí me toca ser anfitriona, llegado este punto entro en mi “tazas' world” donde existen una serie de reglas con el objetivo de conseguir cierta uniformidad de criterio entre las tazas escogidas -ya sea por tamaño, forma, temática o colorido -aunque a menudo puedan ser muy dispares y sea difícil aunarlas en una categoría.

Cuando vivía con Guy, para facilitar las cosas teníamos todas las tazas por parejas; nunca idénticas, sino de la misma “serie” pero en diferente color, por ejemplo. Cuando las comprábamos se adjudicaba una taza a cada uno y eso era respetado religiosamente; nunca las intercambiábamos. Si alguna vez a uno de los dos nos regalaban una taza, intentábamos emparejarla con otra que tuviéramos desemparejada de antes, siguiendo alguno de los citados criterios de tamaño, forma, temática o colorido. Algunas parejas así unidas resultaban bastante satisfactoriamente afines; las menos afortunadas eran irremediablemente condenadas a ser usadas con menos asiduidad. Si no había ni siquiera opción para un “mal matrimonio” se restringía el uso de la taza a momentos single o a cuando teníamos invitados. Las tazas singles eran por su condición, de inferior categoría.

Evidentemente mi ruptura con Guy supuso un caos en mi "tazas' world" y la mejor solución que encontré al dilema de qué hacer con aquel mundo de alianzas y soledades, fue ir donando poco a poco la mayoría de las parejas a otros hogares –siempre procurando que fueran adoptadas juntas. También doné sus singles; las mías me las quedé.

Entonces en un viaje terapéutico a Manhattan para combatir mis males de amores compré una taza en el Empire State building; sin ser consciente estaba comenzando mi actual repertorio de singles, que desde entonces voy ampliando cada vez que visito una nueva ciudad. Y como todas son de ciudades, no hay problema a la hora de seleccionarlas cuando vienen invitados, porque la temática es la misma… el mundo single es mucho menos complicado.

El mundo single de las tazas.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Lo prometido es deuda

Dije que lo haría y ahí está. Desafortunadamente parece que a Flecha una bañera llena de globos no le parece tan excitante como esconderse en una bolsa de plástico del Pull and Bear -que hace mucho ruido- o perseguir y morder la fregona mientras friego... los hurones son impredecibles.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Chicazos y nenazas

La mayoría de mis amigas son de las que dicen que toda su infancia han sido un poco “chicazos”; que preferían los juegos de chicos a las muñecas y que incluso a lo largo de la vida han tenido más amigos chicos que chicas. Yo también soy así; probablemente haberme criado entre tres hermanos lo explique en parte.

Pero lo que a mí me resulta curioso es que decimos que hemos sido “chicazos” con el pecho henchido de orgullo… ¿¡Orgullo por qué?! ¡Ellos no estarían orgullosos de haber sido un poco “nenazas”! Parece que a algunas tías nos han hecho creer que ellos son mejores que nosotras y que ser como ellos mola. Nos han hecho creer desde pequeñitas que las tías son unas débiles, unas cursis y unas dóciles, y aunque somos una de ellas y no cumplimos el estereotipo, en vez de cuestionalo, seguimos creyéndonos el cuento, pensando que debemos de ser la excepción; como no somos sensibleras y sumisas, y somos más independientes, debemos de ser un poco “como un chico”.

Que no nos vendan la moto: las tías molamos tanto, ¡si no más que ellos! :) He dicho.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Imágenes del barrio

"Amiricano", "extensione", "trensas"... y yo me pregunto; ¿Quién coño ha hecho ese cartel? ¿un afro-latino-amiricano, o un español-cabrón injustificadamente fiel a lo que su cliente le pedía?

¿Y esta pegatina de qué va? Es un reclamo ¿para qué? Lo he metido en google y lo único que he encontrado es una foto de la misma pegatina! Strange...

Y para terminar estos son algunos cuadros de una exposición en "La Inquilina", un bar de la calle Ave María, en Lavapiés. ¡Click revival! Aunque a mí me molaban más los madelman...

viernes, 28 de noviembre de 2008

El telendengue

Quique es el amo del “achiperrismo”; le encantan los cachivaches de todo tipo. Ir con él a la playa, por ejemplo, es impresionante; se lleva la esterilla, las cremas, la cometa, el balón, la super neverita, los “marinismos” -achiperres para submarinismo que incluyen neoprenos, guantes, cámara de fotos con funda sumergible etc. Y si toca, el Kayak. Su casa es como una furgoneta de estas de la CIA, porque es chiquitita pero tiene todos los aparatitos electrónicos con leds del mundo; apagas la luz y aquello parece un belén.

Hace unos días estaba hablando por teléfono con él, y de vez en cuando le oía que se le escapaba un “Huy…”, o un “Ah…” ahí entre medias de la conversación sin que viniera a cuento. Y le digo:

-Tío, ¿qué haces?

-Nada, es que me he comprado un electroestimulador para lo del cuello… veintisiete euros en el Lidl, que lo había estado mirando en Internet y no bajaban de ciento veinte o así, de verdad de verdad. Y lo tengo puesto ahora, y es que cuando te cambia de repente el calambrito, o de repente para, como que te asusta.

-¿Y cómo es; tipo el del anuncio para ponerte cachas que son como unos electrodos que se pegan y se mueven los músculos solos?

-Sí, de hecho tiene tres tipos de programas: de entrenamiento, de alivio de dolor -que es el que uso yo- y de relajación y masaje.

-Hala, cómo mola, ¿no?

-Pues la verdad es que sí, está guay…

Ni se me pasó por la cabeza dejar pasar la ocasión cuando ayer, estando en su casa, me propuso probar “el telendengue” y experimentar los “huyy…”, y los “ah” en primera persona; imposible reprimirlos, tan desprevenida te pillaban las sacudidas repentinas de hombros. Y un gusto.

Después de unos minutillos experimentando y disfrutando de aquello a Quique se le ocurrió la feliz idea: “Oye, esto tiene dos canales, así que me puedo poner yo otros electrodos y lo disfrutamos juntos” Y así estuvimos de cinco minutos en cinco minutos, con huys y ahs sincronizados, cambiando del programita de “amasamiento y pellizcos” al “masaje con el canto de las manos” al… hasta llegar a los cuarenta minutos de telendengue, cuando lo recomendado por sesión es de unos quince. Y no es que tuviéramos una conversación que interrumpíamos de vez en cuando para hacer algún comentario sobre el masajito, no; la actividad con la que nos estábamos entreteniendo era exclusivamente esa, y ese el único tema sobre el que hablábamos.

Confieso que me costó dejarlo para ver la peli que teníamos programada, y hasta le pedí una “última dosis” de cinco minutitos con la excusa de que el final había sido muy abrupto y necesitaba “hacerme a la idea”.

Esta semana que viene se va a Lanzarote y me ha dicho que me lo va a dejar hasta que vuelva… lo que me extraña es que no se lo lleve.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

32

Hola, me llamo Laura y tengo una obsesión por el 32 desde que tenía esa edad (“Hola Laura, te queremos”)

Contar por qué me quedé fijada con este número sería una historia muy larga que os voy a ahorrar, el caso es que desde entonces lo veo por todas partes; es “mi número”.

Ver el 32 me produce una fugaz ráfaga de agustez; por alguna razón su visión me hace sentirme acogida, arropada durante un instante. Lo suelo ver más en épocas en que tengo algún conflicto mental y necesito apoyo moral o reafirmación, entonces aparece por todos lados; voy a la pescadería y me toca el número 32, casualmente abro el libro por la página 32, miro a ver a qué altura de la calle voy y es el 32… A veces lo siento como si me estuviera señalando algo, o diciéndome que voy por “buen camino”.

Por supuesto con una paja como esta, siempre he querido saber si tenía algún significado cósmico o algo, y para averiguarlo he metido en Google miles de combinaciones -“número 32”, obsesión 32, 32 numerología etc. – sin ningún resultado iluminador, o sea, que estoy sola en esto… ¿o no?

Hace ya tiempo la obsesión se amplió al número 23 - por alguna razón también me gustan mucho el 132 y 123- así que imaginaos mi pasmo cuando me enteré de que habían sacado una película que se llamaba 23, e iba sobre un tipo que supuestamente carga con una “maldición” relacionada con una obsesión por el número 23. Obviamente vi la película. En ella, el prota (Jim Carrey en un papel dramático bastante aceptable) también rota el número, de modo que para él 32 y 23 son “lo mismo”. Vale, puedo contemplar la posibilidad de que sea simplemente una casualidad, pero a ver, si ya tengo la obsesión esto no ayuda mucho, ¿no?

La razón por la que me he puesto a escribir este post, de hecho, es que estaba pensando que últimamente he estado viendo muchos 32, en cómo me hacen sentirme, y después en lo raro que es que tengo un par de programas en mi escritorio, vlc-9.6.win32 y nod32, y no sé por qué 32, que ni es un número redondo. “Pero claro, es que los demás números no me llaman la atención pero también están; a ver qué otros números hay en la pantalla…” y paso la mirada por el escritorio, y los ojos se me van a la esquina inferior derecha, al reloj… Las 23:23.

JURO que es verdad.

Maldita sea, ¿¡así cómo me voy a quitar de esto!?

jueves, 13 de noviembre de 2008

El primer globo de Flecha

A Flecha le encantan las cosas de goma; pelotitas, posavasos, guantes de fregar, chanclas... cuando no puedo encontrar algo por casa pienso "¿Es de goma?" Si la respuesta es afirmativa miro debajo del sofá y ahí está siempre, en mejor o peor estado.

Hace unos días dí con unos globos en un cajón que llevaban ahí añísimos. "¿Qué hago con esto? ¿los tiro?" Y entonces se me ocurrió; "Esto puede ser divertido". Hinché uno, cogí la cámara y aquí tenéis el resultado.

Una vez más, me disculpo por la calidad de las imágenes -era de noche y tenía la luz bajita-, pero como "primer globo" no hay más que uno, no valía repetir.

En fin, espero que lo disfrutéis.

Flecha mola.

martes, 11 de noviembre de 2008

Pastelitos islámicos

-Anda mira, vuelven a vender pastelitos moros en la carnicería de enfrente.


Quique vive en un ático con una terracita que da a la calle Sombrerete, la calle que recorro cada vez que voy a Lavapiés. El otro día fui a visitarle, y allí estábamos los dos, asomados desde su terraza, viendo la vidilla del barrio.

-Pues me viene guay –continuó diciendo- porque ahora voy a una tienda que está por ahí abajo y me queda más lejos, claro. Además el tío está un poco brasas últimamente. La última vez que fui me dio doce panfletillos sobre el Islam. Doce. Uno sobre el Islam y la mujer, sobre el Islam y la alimentación… Me los leí todos. Pero vamos, que ya está bien, que yo preferiría que la interacción fuera más bien tipo “Hola, buenos días” “Buenos días, que tal” “Pues muy bien. Quería unos pastelitos, por favor” Y ya está; lo normal. Pero es que se me enrolla a contarme sobre el Islam... Este fue el que me decía que no debería haber mujeres en puestos como Juez o algún puesto así de responsabilidad, porque como la mujer es débil por naturaleza y se le dicen dos zalamerías y ya está dispuesta a hacer lo que sea, pues le contaría todo a su marido … Yo pensé "Sí, como Mata Hari" pero dije “Vale, y dos de estos también…”

Así que entenderás que me alegre de que tengan pastelitos aquí. Por cierto, que ahora cuando te vayas bajo contigo y pillo unos cuantos. Intentaré no ser muy majo.

-¿Por?

-Pues para no joderla como con el otro.

Y mientras le escuchaba, pensaba en lo fácil que es contar historias de un barrio. Simplemente transcribiendo una conversación, ya está.

jueves, 6 de noviembre de 2008

La yaya

Solo he tenido una abuela, la madre de mi madre; le llamábamos "la yaya". Hoy hace cuatro años que murió, aunque muchas veces siento que aún está a mi lado.

La yaya no era una de esas abuelas dulces que te achuchan, que casi no te dejan respirar con los abrazos amorosos que te prodigan... y yo me alegro de que no fuera así. La yaya no era sobre-efusiva –en la familia ninguno lo somos. Te dejaba espacio, pero estaba siempre pendiente, encantada de ofrecer su ayuda. Cuando mi hermano mayor y yo éramos adolescentes, y más mayorcitos también, y nuestros padres se iban unos días de vacaciones con mis hermanos pequeños, nunca faltaba su llamada diciéndonos que ya sabíamos, que para cualquier cosa que necesitáramos, ella estaba allí. Nos cuidaba y sabíamos que nos quería. Siempre se le alegraba la cara de vernos a sus nietos, y sólo mencionar a los bisnietos era sonrisa de oreja a oreja garantizada.

Y espero, bueno, estoy segura de que nosotros sus nietos, también en la forma no sobre-efusiva de la familia, le mostrábamos cuánto la queríamos.

Yo no sólo la quería mucho, sino que sentía, y siento, muchísimo respeto y admiración por la persona que fue. Por su carácter, por su fortaleza. Sus hijos lo saben muy bien. Yo, como nieta, recuerdo cosas como que cuando su patita empezó a darle guerra, le costó muchísimo resignarse a usar bastón. Por eso, para disimular, salía por el barrio con el carrito de la compra vacío, para apoyarse en él.

Pero ni el bastón, ni la silla de ruedas le hicieron perder su fortaleza ante mis ojos, y los ojos de los demás. Ella no lo permitió.

Cuando compré mi casa, ella se lamentaba de que no podría verla, porque estaba en un tercer piso sin ascensor. Yo siempre le decía que por qué no, hasta que un día nos cogimos un bus la yaya, mi madre y yo -la yaya en la silla de ruedas- para que como poco viera la casa desde fuera, con la idea de que si se animaba, poquito a poquito podría intentar subir. Y una vez allí no hubo que insistir; cogimos una silla que íbamos poniendo en cada descansillo para que parase un poco después de cada tramo, y la yaya vio mi casa. ¡Así era la yaya!

Pocos meses antes de que muriera estábamos hablando ella y yo en su casa, y me dijo “A mí lo que me gustaría sería poder coger la puerta y salir a la calle sola” Recordar esto me da mucha pena, pero también me hace sentir muchísimo orgullo.

martes, 4 de noviembre de 2008

Rescatadas del olvido 3

¿Cómo que “be water” si luego te ganas la vida dando hostias? –Esa apúntala que me ha gustado. –Paul

Si fuera creativa haría muchas cosas –Moe

I want a girl with derech a rouch. (Quiero una chica con derecho a roce) -Juan, un alumno de unos 17 años

Laura- Somos piltrafillas semi-intelectuales
Cari- Ah, no, no. ¡Eso no te lo consiento!

Mira, esa roca de ahí parece un otorrino… -
Pablo (quería decir un ornitorrinco)

Pues… ¡importantísimo, todo lo mío! –Mi padre cuando ya no se le ocurría qué más decir para acaparar la atención

Tenemos que escribir en el blog por qué el peanut butter es Zen. Eso, apúntalo, que así a lo mejor hasta lo hago. –Heather.

Sí, te lo perdonaré cuando te la devuelva –Yo

¡Eres un gitano de chabola! –Oído por Quique a unos “gitanos-pijos” del barrio.

Laura -De esas tías ¿a cuál te tirarías?
Pacopepe -A mi madre, que p’al caso…

domingo, 2 de noviembre de 2008

¡Cotidianas ha cumplido un año!


Siempre me ha gustado mirar los álbumes de cuando era pequeña. Pero no es algo de ahora; los disfrutaba ya cuando tenía cinco años. Me encantaban. Había como diez o doce, que abarcaban desde mi nacimiento hasta mis siete años, cuando nos fuimos a vivir a Argentina y mis padres dejaron de colocar las fotos en álbumes para almacenarlas en un cajón; una pena.

Los dos primeros álbumes tenían un aspecto más serio y delicado; tenían páginas de cartón color sepia, y las fotos -en blanco y negro- estaban pegadas con unas esquinitas como de celofán. Entre página y página había una hoja de papel muy fino para proteger las fotos, que había que pasar con cuidado para que no se doblara. Por todas estas razones no los elegía con frecuencia. Además al menos el principio del primer álbum era de antes de nacer yo, lo cual le restaba mucho interés; si los seguía mirando de vez en cuando era porque tenían algunas de las fotos mías de bebé.

Los demás álbumes eran de fotos en color. Eran más “modernos” –setenteros- como de eskai marrón, un poco acolchados, y con las páginas de esas que aún existen de cartón cubiertas con una lámina transparente adherida que se levanta, se pone la foto y se vuelve a pegar. Eran mucho más fáciles y agradables de manejar; no infundían tanto respeto. Si algún día estaba aburrida en casa, cogía uno, me sentaba en el sofá, me lo ponía sobre las piernas y empezaba a pasar páginas. Mis favoritos eran los de mis primeros dos, tres años, pero era difícil dar con ellos porque, supongo que por culpa mía, no estaban en orden, y aunque tenían puestas las fechas en el canto con letraset, con el tiempo se habían ido borrando y era casi imposible descifrar lo que quedaba de los números.

Ahora “de mayor” tengo mis propios álbumes –los últimos ya no físicos, desde que hace unos años, a regañadientes, me pasé a la fotografía digital- y me sigue encantando mirarlos de vez en cuando; es como asomarme a ventanitas que muestran escenas de mi pasado, como repasar mi biografía en imágenes, la mayoría de ellas alegres -no solemos hacer fotos en momentos tristes.
En fin, que para celebrar el año que ha cumplido Cotidianas, comparto con vosotros estas fotos de cuando lo cumplí yo, de uno de aquellos álbumes de eskai que tanto me siguen gustando.

martes, 28 de octubre de 2008

Homenaje

Este es un post homenaje a todas las personas anónimas que, intencionadamente o no, me alegraron el día arrancándome una sonrisa con sus ocurrencias.

A todos ellos, gracias :)






martes, 21 de octubre de 2008

El regateo

Los vendedores marroquíes son unos expertos regateadores; claro, les va en ello el pan. Si el objeto por el que estás regateando –unas babuchas, una tetera, la lamparita, el espejito…-realmente te gusta, no te sirve de nada amagar con irte para conseguir el precio que quieres pagar, porque ellos detectan que sigues interesada; te dejan que te vayas y sigas con tu farsa, sabiendo que si no vuelves un poco más tarde, volverás al día siguiente. Y efectivamente, al día siguiente vuelves y pagas lo que te habían pedido.

Pero cuando de verdad no estás interesada porque el precio que te piden es demasiado alto y/o el objeto no es tan deseado, y te largas convencida y resuelta a quedarte sin ello, al salir por la puerta oyes a tus espaldas “Oye, amiga, ¿Cuánto pagas? ¡70 dirhams!” “No, no, es que no me interesa, de verdad, gracias…” “¡60 dirhams amiga! ¡50!...”

Algo muy parecido pasa a menudo en las relaciones entre hombres y mujeres.

sábado, 18 de octubre de 2008

Que me lo expliquen

Ayer yendo en bici camino de yoga me veo en el escaparate de unos chinos de mi barrio varios de esos muñequitos de los Reyes magos subiendo las escaleras de mano, de esos que en navidades cuelgan de las ventanas de cientos de casas. Y pensé “Joder con los chinos, qué prisa se dan”. Pero es que luego por la tarde voy a una tienda de telas en la Plaza de Pontejos ¡y ya tenían telas de motivos navideños! Y esta vez pensé: “A ver, ya son dos, pero esto no puede estar pasando tan pronto”. Y sí, está pasando; también los Suecos se apuntan a la navidad precoz. Hoy a la salida de IKEA, en la visita de rigor a la tienda Sueca me encuentro con que ya venden las galletitas de gengibre en latas navideñas que mi madre y yo compramos todos los años. Por supuesto me he negado a pillarlas a mediados de octubre ¡faltaría más! ¡¿Pero a esta gente qué le pasa?! Yo la flipo ¡Si aún ni ha empezado a hacer frío!

De momento me voy mentalizando para encontrarme los turrones en el Mercadona la próxima vez que vaya a hacer la compra.

jueves, 16 de octubre de 2008

Apura la pasta

Llevaba más de un mes sin poner la tele con regularidad. La ponía los domingos para ver “El encantador de perros” y poco más; al acabar el programa que fuera la apagaba. No sé si os pasará a los demás, pero yo paso por fases de ver bastante tele, y luego, por la razón que sea dejo de verla otra vez; supongo que esta última etapa vino dada porque Heather estaba en casa, y como nos liábamos tanto a hablar nos sobraba otra voz a la que atender.

El caso es que Heather ya se ha ido, y aunque sigo con la inercia de no poner la tele, algo más sí que la veo. Y después de cinco minutos de telediario es imposible ignorarlo; estamos en crisis.

El otro día entrevistaban a un tipo por la calle que decía que con eso de la crisis se veía obligado a tomar medidas de “emergencia”, como aprovechar hasta la última gota del champú echando un poquito de agua al bote al final, apurar la pasta de dientes hasta la última dosis… Yo de verdad que no lo entiendo; ¿Y antes de la crisis qué? ¿tirabas el “culín” del champú o del dentífrico cuando comprabas el nuevo? No sé, será porque siempre he sido cutre –y a mucha honra- pero yo hago esas cosas siempre, no sólo en crisis:

-Echo una gotita de agua en el rimel y el eye liner cuando veo que empiezan a espesar.
-Parto en dos las toallitas desmaquillantes; con la mitad me sobra y… ¡voilá! ¡Me duran el doble!
-Corto el bote de crema hidratante cuando está en las últimas para poder “rebañarlo” bien.
-No tiro de la cadena cada vez que hago pis.
-Entre las amigas hacemos “mercadillos de ropa de segunda mano”, y así adquirimos ropa “nueva” gratis y nos deshacemos de la que ya no nos ponemos.
-Uso el agua de lavar las verduras para regar. -Bueno, la verdad es que con el agua tengo miles de medidas anti-derroche.
-En invierno ando por casa con jersey gordo y pongo la calefacción solo cuando hace menos de dieciseis, diecisiete grados.

Y un muy largo etcétera.

El problema es que estas acciones sean para algunos medidas “anti-crisis”; que el ahorro nos parezca cutre, y un síntoma de abundancia –o peor; de "normalidad"- el despilfarro. A ver si la crisis sirve al menos para que la gente se aprenda que no necesitamos consumir tanto; seguro que el planeta nos lo agradece.

sábado, 11 de octubre de 2008

Por qué me llaman Mónica

Flecha es mi hurón. Le encanta olisquearlo todo; creo que es su forma de “verlo”, porque al parecer los hurones no tienen muy buena vista. Cuando sale de su habitación se da una vuelta general por el salón, y si hay algo nuevo por ahí, en seguida lo detecta y corre a olerlo; una bolsa con botellas que he dejado en el recibidor para llevar a reciclar, la mochila o los zapatos de algún amigo que está de visita… cualquier cosa.

Un día reflexionando sobre esto me di cuenta de es algo parecido a lo que me pasa a mi; cuando estoy en casa, si todo está en “su sitio” es como si no percibiera ningún estímulo, y estoy tranquila y sosegada, pero si hay algo fuera de lugar, es como si el objeto fuera de lugar saltara a mi vista, diciéndome “¡¡¡estoy aquí, estoy aquí…!!!” Si quiero estar “no estimulada”, relajada, tiene que estar todo en su sitio. Por eso cuando por ejemplo hago alguna redistribución de los muebles del salón tardo un tiempo en estar a gusto, hasta que deja de “saltarme a la vista”. Y por eso soy tan ordenada.

Después de esta explicación uno podría imaginar en mí diversos niveles de “manía”; de hecho según la persona y su propio nivel de tolerancia al desorden me ven como más o menos maniática. Cari, por ejemplo, es de las que más me acusa de ser “Mónica”, pero es que ella, utilizando la expresión creada especialmente para su caso, tiene siempre la casa “hecha un genocidio”. Como ejemplo ilustrativo comentaré que durante varios años tuvo inutilizado uno de los sofás del salón, permanentemente cubierto por una montaña de ropa que tapaba "discretamente" con una sábana. Una alumna particular suya le pidió un día ver lo que había debajo, porque siempre le daba la impresión de que era un cadáver. (¡!)

Para continuar mi patética defensa he de decir que procuro no abandonarme a mi manía y tenerla controlada, y cuando viene alguien a casa me gusta que se sientan a gusto, y no ando detrás recogiendo todo lo que van dejando sobre las sillas, mesas etc... y llega un momento en que me consigo olvidar. Casi.

También hago “ejercicios de tolerancia” estando sola, por ejemplo dejando conscientemente cosas sobre la mesita del salón al irme a la cama; la taza, el mando de la tele, el teléfono… aunque me cuesta. Lo cual me recuerda a un episodio de Friends, en el que Mónica se intenta defender de sus amigos que la acusan de maniática. Para ponerla a prueba una noche dejan unos zapatos en el salón de su casa a ver cuánto tiempo puede dejarlos ahí. Ella se va a la cama, y allí reflexiona; Buah, ¿Qué se piensan? ¿Qué no puedo dejar ahí los zapatos toda la noche? (…) ¡¿Y si los recojo y por la mañana me levanto temprano antes de que nadie venga, los vuelvo a poner en el mismo sitio y nadie se da cuenta?!...”

No sé cuántas personas podrían realmente entender esto. Yo sí.

lunes, 6 de octubre de 2008

Rescatadas del olvido 2

Nos obligan a endurecerme por lo que imponen, ¿Sí o no? Mírala, es una taquígrafa de mierda –Cari.

Chavala, lo que yo he vivido… tú ni lo has pensado. Tú ni has empezado. –Pacopepe

Yo quiero ser como, “soy tan la hostia que ni me voy a esforzar en demostrártelo".-Menda

-Es algo entre algo y nada. Como quizás.
-¿De verdad crees que quizás?
-Mhmm… no.
-Moe, sobre la existencia de Dios.

Le regalamos a mi madre una bata de gotelé. –Pablo

A ver cuánto me duran en este banco cinco minutos –Oído por Cari y Pizarro a un vagabundo mientras se miraba el reloj.

Yo eso no me lo pierdo por menos de nada.
–Mi padre

Me encantan estas niñas marroquíes, con los ojos desgarrados –Quique

Yo esta noche estoy fuerte; yo quiero acabar, pero bien… y mal .–Heather

Es como… ¡paso palabra!... ¡Y con la K! –Sarita hablando de los tíos.

jueves, 2 de octubre de 2008

Las hermanas Karamazov

Ya de por sí la cámara del móvil tiende a ser más bien limitada -más aún de noche- pero con los nervios que me entraron cuando, estando tomándonos una cervecita en una terraza de Argumosa después de hacer la mudanza a la nueva casa de Heather, vi aproximarse en lontananza a las hermanas Karamazov, me fue imposible controlar el pulso para poder retratarlas en condiciones. Pido disculpas por ello, aunque creo que la foto sirve para hacerse una idea más que aproximada.

Ahí están, pues, Las hermanas Karamazov. El nombre tiene su origen en su previo apodo: “Las espías rusas”, porque desde el principio me parecieron como uno de los personaje siniestros de James Bond, de esos que ocultan una mente cruel bajo una apariencia inofensiva...

Las hermanas Karamazov suelen pasear del brazo, y visten SIEMPRE iguales. Me las imagino por la mañana delante del armario, diciéndose la una a la otra:

- ¿Y qué nos ponemos hoy?… ¿Qué te parece esto?
-Ay, no, es que me eché ayer el café en los vaqueros…
-Bueno, pues ¿qué te parece la falda de volantes con la rebequita encima?
-Ah, vale, que hace mucho que no nos lo ponemos…

¡Con lo fácil que sería comprarse cada una su ropa e ir intercambiándosela! Ni siquiera eso, como tendrán un armario compartido, lo podrían dejar ahí todo e ir tirando... O tal vez cada una tiene su armario, que es una copia idéntica del armario de la otra, con toda la ropa en idéntico orden… huyyy… me dan escalofríos solo de pensarlo…

Seguro que en su infancia escucharon a sus padres comentando entre ellos: “Bah, ya se les pasará eso de vestirse iguales; ya se echarán novio y verás, si es que son cosas de chiquillas…” Y entonces se hicieron una promesa “Nunca, nunca dejaremos de vestirnos iguales.” Y lo juraron sobre… no sé, la Biblia de los Gemelos, o algo…

Y claro, nunca se echaron novio porque ya se tenían la una a la otra. ¿Y por qué no, oye? Con lo que hay por ahí...

miércoles, 1 de octubre de 2008

Se me ha independizado la niña...

Su ropa aún está tendida en la cuerda. Justo antes de irse me dijo que se le había pasado la manía de poner las pinzas del mismo color para cada prenda: obsérvese que eso no es del todo cierto… porque eso no es una casualidad, os lo digo yo...

Bueno, ya meto su taza en el lavavajillas...

...Mira, los nuggets que me dejó hechos… ¡me los como! Qué tonta, me ha apuntado en la lista de la compra en la nevera “chiki nuges” partiéndose de risa por su ocurrencia.


...me puedo comer lo que queda en la bolsa de patatas fritas, no tengo que guardarle nada, porque ya no está aquí...

...estará en su casita nueva, sentada entre todas las maletas, o “encajando” la cama en su habitación, con una sonrisa de satisfacción… o con los ojos rojos llenos de llantito.

... mira, se ha olvidado llevarse la crema de cacahuete… Mmmm… ¡Yummy!…. :q

...vaya, pero se ha llevado el tabaco… y me apetecería un cigarrín… ah, pero tengo aquí de reserva…

“¿Te apetece un té?” “Yes pleeeeeease…” “¿Qué té quieres?” “Eeee… uno de tila con naranjo.” -Ella llama té a todas las infusiones.

Y mientras la recuerdo tomándome mi "té" y fumándome “el de la paz”, pienso: “Seguro que me manda un mensajito antes de irse a dormir… bueno, ya es la una menos cuarto de la mañana, ya no creo…” ¡y me suena el móvil: un mensaje!

Lo abro, y es ella, que me dice

cosas muy bonitas.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Suplente

Es desconcertante cuando alguien “de fuera” conoce todas los detalles íntimos de tu espacio, de la realidad cotidiana que vives entre las cuatro paredes de tu casa.

Heather está este mes asilada conmigo, en un intermedio entre el domicilio del que ha huido y el hogar al que se mudará ya el martes que viene. Lleva aquí casi un mes, y desde el principio se desenvuelve por casa con absoluta naturalidad.

No es la primera vez que vive conmigo; hace un par de años pasó aquí una temporada larga, por eso no le costó mucho recordar dónde está cada cosa en la cocina, dónde está cada enchufe de la casa… hasta reconoce los ruidos de los diferentes vecinos y sabe sus historias; "Joder con la alemana, que parece que se levanta de la cama con los tacones ya puestos." Se interesa casi con curiosidad por seguir mis costumbres, como dónde suelo poner las cosas, las áreas que prefiero “despejadas”… todas esas manías que tengo después de haber vivido sola tanto tiempo. Dice que lo hace en parte por respeto y en parte porque para ella también tienen lógica, lo cual me hace sentirme menos Mónica.

Cuando Flecha -mi hurón- anda por ahí zascandileando, Heather juega y se “comunica” con ella como yo lo hago, y como yo, después de un ratito se jarta de que Flecha intente morderla y pasa a evitarla. Se sienta en la mesa del salón con el portátil, en la silla en la que yo siempre me siento, y en un momento dado decide hacer un tea break. Va a la cocina, coge su taza favorita –ya tiene taza favorita, porque las conoce todas- pone la kettle para calentar el agua, se estira para alcanzar el té en el último estante del armario, elige la cuchara que más le apetece, se echa un hielo para no tener que esperar demasiado a que el té se enfríe...

Y es como verme a mi misma desde fuera; ver una actriz que hace mi papel mientras yo estoy observándola desde el sofá, viendo la función de quien soy cada noche cuando estoy sola en mi casa.

martes, 23 de septiembre de 2008

Rescatadas del olvido

Desde los quince o dieciséis años me gusta recopilar frases chorras que oigo a mis colegas, a los profesores, a la gente por la calle… Empecé en el instituto apuntándolas en los separadores de la carpeta clasificadora; ahora tengo un par de cuadernos de notas donde las recojo: uno en casa, sobre la mesa del salón (además de citas escribo cosas que tengo que hacer, números de teléfono etc.) y otro más pequeñito que llevo siempre conmigo. Mis amigos me temen cuando dicen alguna parida y me ven rebuscando en el bolso, porque saben que su frase va a pasar a la posteridad.

Con frecuencia repaso lo que tengo escrito y, sobre todo si estoy con los protagonistas, lo comparto con ellos; a veces hacen como si se avergonzaran, y se quejan, pero sé que en realidad les mola. Hoy estaba en una de mis sesiones de repaso en casa y he pensado; ¿Y si lo comparto a “gran escala”? Así que, ahí van. Para no aburrir –mi madre me enseñó desde pequeñita que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”- he pensado en ir transcribiéndolas de a poquito… ¡Comienza una nueva serie!

Os dejo ya con estas citas rescatadas del olvido:

Creía que se había ido la luz un instante, y es que he estornudado –Mi madre (que no está gagá ni había estado empinando el codo)

Hace una semana que no sé nada de él; ¡Tres más y es un mes! –Cristina, pesarosa.

You don’t rising, leche! –Un alumno de unos 30 años pidiendo a los demás que no se rieran de él.

Palabras que rimen con cojones… “ladrillo”… ¡Ah, no!... –Pili

Me gustan las lentejas, porque son muy normales y crecen… ¡Mírala, ya lo está escribiendo! –Cari

¿Y este espejito para qué es; ¿para depilarte los ojos? –Lolo

Yo, cuando pasa la policía, vuelvo al coito -Oída por Quique a unas sudamericanas por el centro.

Hoy he comprado un paraguas… paraguas no… ¡sandía! –Moe.

Yo voy a poner en mi lápida: “¡Sabía que podría haceros llorar!” –Lucy

You’re so beautiful I bet you shit rainbows (Eres tan bonita que seguro que cagas arcoiris) –John

domingo, 21 de septiembre de 2008

El mono

Cuando empecé esta serie de personajes del barrio sabía que “El mono” tendría que aparecer tarde o temprano. Cuando el viernes conseguí hacerle esta foto con el móvil –cobardemente, por la espalda- fui consciente de que el momento había llegado.

Por alguna razón me sentía un poco incómoda haciendo público el nombre por que me refiero a él, y se me ocurrió que podría evitarlo utilizando asteriscos, como hacen los británicos; “El m****”. Al final pensé; ¡qué coño auto-censurarme! Así son las cosas; llevas aparato y gafas y te llaman “Betty”, eres una española en Argentina y te llaman “gashega cuadrada”, eres bajito y paticorto y te llaman “El mono”, los niños son crueles…

“El mono”, pues, es el tipo de la foto. Antes llevaba el pelo largo casi por la cintura, que le hacía parecer aún más bajito. Ahora lo lleva corto, con el flequillo cayéndole encima de un ojo en plan corte cool y vanguardista, que le hace parecer aún más cabezón. Para compensar su estatura, lleva siempre una cámara de fotos muy tocha encima -pero para su infortunio el tamaño de la cámara acentúa su propio exiguo tamaño.

Me contó Lucy que una vez estuvo sin querer en una pseudo-exposición suya en el Traveling, un bar de la calle Ave María. Había cubierto toda una pared con fotos pequeñas en blanco y negro de escenas del barrio; si te gustaba alguna, tú mismo la cogías de la pared y la pagabas en la barra a un euro. Supongo que la idea en realidad no está mal... pero es que no, este tío no me convence; a ver, ¿dé qué vas andando por Argumosa sin camisa y con tu super cámara en ristre? De fotógrafo buen-ro. Pues eso..

martes, 16 de septiembre de 2008

Dicotomías

¿Cola-cao o nesquik?
¿Explorer o Firefox?
¿Bragas o tanga?
¿Texto predictivo o no?
¿Un cachete a tiempo o a los niños nunca se les pega?
¿Converse o Laura’s?

martes, 9 de septiembre de 2008

Ante todo mucha calma...

Quique es, además de mi amigo más antiguo, vecino del barrio desde que nos mudamos por aquí casi al tiempo hace ya como trece años. A los dos nos encanta el tema “barrio”; observar lo que se cuece por sus calles, las anécdotas, los personajes… El otro día me contó una escena que había presenciado en la calle Lavapiés y que no me resisto a reproducir aquí.

Había ido a hacer unas compras a “La Judía”, una tienda de alimentación que frecuenta, a la que bautizó con ese nombre porque nunca cierra. Estando allí oyó una frenada, y al salir vio la escena: un coche que bajaba por la calle Lavapiés y un taxista que venía de una perpendicular habían tenido una pequeña colisión, morro con morro. Entonces el tío del coche abrió la puerta, se bajó para ver los daños, y cuando Quique ya se estaba preparando para oír gritos le oyó diciéndole al taxista con mucha calma:

-Pero bueno, ¿no ves que tienes un ceda?
-¡¡TÚ NO SABES CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO!!

El chico al oír esa frase tan rancia, tranquilamente y sin darle demasiada importancia reflexionó en voz alta:

-¡Ah! ¡Que eres de esos…!

Se dio la vuelta, se metió en el coche, hizo su maniobra y siguió su camino sin más.

Quique y yo nos hemos apuntado la frase –y la actitud- para usarla cuando se presente ocasión. Ya tengo ganas…

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Lisboa me mata

Ya había anochecido. Nos habíamos entretenido un poco más de lo previsto en el Castelo de Sao Jorge escuchando a una mujercilla cantando fados a Lisboa con una voz dulce, casi infantil. Caminábamos cuesta abajo por una callecita estrecha de detrás del castelo, iluminada por la luz tenue y cálida de las farolas, sintiendo aún la voz de aquella mujer que cantaba solo para acompañarse, que se abrazaba meciéndose con una tímida sonrisa cuando recibía los aplausos de su escaso e improvisado público. El aire, que ya empezaba a sentirse un poco más fresco, olía a las cenas que se estaban haciendo en las cocinas de las casas que íbamos pasando… y entonces empezamos a oír un chunda-chunda machacón que contrastaba ofensivamente con el sentimiento suave y sereno que nos acompañaba.

A medida que íbamos bajando, aquella música se oía cada vez más alta, hasta que llegamos a una pequeña placita –o más bien un ensanchamiento de la calle- y descubrimos el impredecible origen de aquel ruido; un portátil abierto proyectando su luz azul eléctrico, colocado en la cumbre de una super-columna de sonido, todo ello sobre el capó de un coche, en torno al cual un grupo de tíos negros bebían cerveza y charlaban distendidamente. Nos miramos entre los cuatro que éramos con cara de “esto es surrealista, ¿no?” y cuando ya les hubimos pasado no nos resistimos a comentar la extraña escena que nos había sacado de nuestro ensimismamiento.

Llegando al final de la cuesta, habiendo dejado ya muy atrás fados y luces tenues, estábamos un poco más preparados –en la medida de lo posible- para la pintada que nos íbamos a encontrar en el muro de una casa abandonada: “Queremos más tragedias”…¿¡Qué?! Pero… ¡¿qué?! ¿Más tragedias? ¡¿Por qué?! …¡¡Nooo!! ¡Ya no cabe más perplejidad en mi cabeza!! Ninguno le encontrábamos explicación, y como única posible respuesta –traída por los pelos, lo reconozco- nos planteamos si “tragedias” pudiera significar otra cosa en portugués.

Ya en Lagos, viendo las fotos que cada uno habíamos hecho, al llegar a esta nos percatamos del corazón de la izquierda -que afortunadamente había decidido incluir en el encuadre en el último momento- rodeando un avión que se dirige hacia las torres gemelas… y así se resolvía el misterio; esas eran las tragedias a las que se refería la pintada.

Seguía siendo un poco “heavy”, pero nos quedamos más tranquilos después de haber descifrado el enigma.

PD:Muchas gracias a Quique por la foto de la mujercilla.

sábado, 23 de agosto de 2008

¿Vuelta al cole?

Nunca lo he hablado con nadie, y me pregunto si soy la única a quien le pasaba esto. A mí me pasaba cada verano de mi infancia; cuando ya había ido al campamento el julio, en agosto a la playa con mi familia o al pueblo de mi padre, y ya sólo quedaba el parque de detrás de casa y si acaso algún día la piscina del polideportivo con los amigos del barrio. Cuando ya casi empezaba a sentirme culpable de no saber muy bien cómo gestionar tanto tiempo libre, y quería hacer como si no me diera cuenta de que aquel no era el estado “normal”, de que las cosas iban a cambiar muy pronto…

Entonces un día cualquiera subía a casa del parque a la hora de la comida y ponía la tele. Y estábamos comiendo y viendo los dibujos o lo que fuera, y llegaban los anuncios, y ¡zas! “♪♫ Vamooos todos al colegiooo, monta, monta, móntate, tooodo lo que más os gustaa, ya está en El Corte Ingléees♪” Y salían niños y niñas de uniforme con sonrisas de éxtasis, brincando con sus mochilas a la espalda, y lápices de colores y cuadernos con piernas y caras flotando por allí, también bailando y sonriendo, todos camino del colegio… Y me subía desde el estómago una oleada de calor a la cara, y agachaba la cabeza y seguía comiéndome el gazpacho a cucharadas, como diciendo “No me entero, no me doy por aludida”

Pero ya lo habían dicho. Y yo lo había oído “¡Pero si aún estamos a… veinticinco de agosto, maldita sea!” Y no pensaba “hijos de puta” porque era pequeña, pero el sentimiento ahí estaba. ¿Qué se creían esos cretinos? ¿A quién pretendían engañar con sus cancioncitas de mierda? Te estaban diciendo “se te está acabando lo bueno” y te lo decían con recochineo, fingiendo que creían que tú te alegrabas de tener que volver a levantarte a las siete, de ponerte el uniforme todos los días, de hacer deberes… Yo me daba cuenta de qué iban, a mí no me la daban, y lo que yo oía era “A nosotros nos importa un bledo vuestro sufrimiento y que tengáis que volver a la rutina esclavizante, porque ¿sabéis qué? Nosotros nos vamos a forrar a costa de vuestra desgracia” ¡Putos buitres carroñeros!

Tal vez choque tanta acritud, cuando evidentemente dejé mi infancia hace ya unos añitos, pero es que después del colegio vino el instituto, y luego la universidad, y ahora… soy profesora. Y es que ya son muchos años de sufrir lo mismo.

Ayer, veintidós de agosto, vi el maldito anuncio; “Vuelta al cole: ¡La aventura de aprender!” Este año sin embargo… las cosas son muy distintas… ¡porque mañana me voy de vacaciones una semanita a Portugal!

De alguna forma, por primera vez en mi vida, siento que he vencido a esos cabrones.

jueves, 21 de agosto de 2008

El vaquero del Rastro

Los sábados por la noche que vuelvo de por ahí de picos pardos -o ricos paseos si lo escribes en el móvil usando texto predictivo- con frecuencia me sorprende ver los pocos coches que hay en mi calle, por aquello de que al día siguiente hay Rastro (ahora en agosto parece que todos los días es sábado por la noche, pero eso es otro tema). Si algún sábado vuelvo tardecillo, sobre las cuatro, cuatro y media, antes de doblar la esquina oigo el "clang, clang" metálico de las barras de un puesto que ya están empezando a montar, siempre el mismo. Todavía no entiendo por qué esa prisa por montar el chiringuito, cuando el resto no lo hace hasta las ocho, las siete como pronto, pero así es.

El chiringuito en cuestión, descubrí en su día, es un puesto de compra-venta de cómics. Su madrugador dueño es El Vaquero del Rastro, el personaje que aquí veis retratado, que suele llevar un sombrero vaquero -cuando no lleva el casco- y botas vaqueras con espuelas. El conglomerado de muñequitos es su nada vaquera moto.

Dice la rumorología popular que empezó a pegar los muñequitos cuando le dejó su mujer –para no pegarla a ella, a juzgar por el cartel que tiene colocado: “No pegue a su mujer; coleccione algo”- y tan bien pegados los debe de llevar que hace unas semanas me le encontré en "El Purple", el bar en frente de mi casa al que suelo ir y por donde él se deja caer de vez en cuando, y sin ningún preámbulo me dijo: “Venga, intenta arrancar un muñequito; si lo consigues te lo puedes quedar.”

Tan convencido le vi que ni lo intenté, aunque ahora que lo pienso tendría que haberle dado el gusto.

lunes, 18 de agosto de 2008

Mi botella de andar por casa

Todos tenemos al menos una botella de andar por casa; esa botella que usamos para tener agua fresquita en la nevera a nuestra disposición, sobre todo en verano. Yo tengo dos, por aquello de haya siempre una enfriándose, pero esta es la “principal” desde hace un par de años. Aunque nunca hubiera adivinado que lograría desbancar del primer puesto a mi tradicional botella de “La Casera” de la que me sentía tan orgullosa, la funcionalidad venció, y me convencí de que el plástico era más ligero, más manejable y en definitiva mejor -a pesar de la leyenda urbana que afirma que reutilizar estas botellas entraña riesgos para la salud.

Este jueves salía de casa con dirección a la Estación Sur, donde iba a coger un autobús que me llevaría a Gredos, a ver por fin un poco de verde después de tanto tiempo sin salir de la ciudad. Ya en la puerta me di cuenta de que debería llevar agua conmigo, y aunque me resultaba un poco raro sacar mi botella de andar por casa de las lindes de mi hogar, decidí no ser dogmática y meterla en la mochila. Al llegar allí podía tirarla y sustituirla por otra de vuelta en Madrid.

La botella cumplió con eficiencia su modesta función de darme de beber durante el camino. Era muy extraño, sin embargo, tenerla en el autocar; no pegaba… y ya sacarla de la mochila en las espectaculares pozas a las que fuimos a pasar el día... algo parecido a ser testigo de un anacronismo. Entonces me di cuenta de que mi pobre botella de andar por casa estaba disfrutando de la naturaleza por primera vez en su vida, y me sentí contenta por ella; la sostuve en alto, y mientras le decía “¡Mira, esto es el campito!” noté como se henchía de alegría entre mis dedos.

En el camino de vuelta vimos esta fuentecita. Vacié la botella de agua de grifo, la única que ella había contenido jamás, y le concedí el privilegio de contener agua "viva"… ¡le cupo un litro y medio, de tanto como se le había expandido el alma!

Por supuesto después de esta experiencia compartida, no se me hubiera ocurrido abandonarla –ella nunca lo haría- y aquí la tengo conmigo, convertida en una botella de andar por casa un poco más mundana.

Ahí está ella, posando orgullosa

jueves, 14 de agosto de 2008

White power

Nunca he podido comer mucho chocolate. Me gusta, pero en seguida me empacha. Cada vez que oigo a una tía –suelen ser tías- lamentándose de cómo se tiene que controlar para no comerse la tableta entera, yo me alegro en considerado silencio de no poder comer más de dos, cuatro cuadraditos como mucho.

Cuando era pequeña mi madre a veces nos ponía galletas María con chocolate, envuelto todo en papel albal, para que nos lo lleváramos al cole de desayuno. Recuerdo el paquetito en la encimera de la cocina por la mañana, perfectamente identificable; lo veía y ya no tenía que preguntar: “Mamá, ¿Dé qué es hoy?” como cuando era un sándwich. Mi paquetito era el de los cuatro cuadraditos de chocolate, el de mi hermano llevaba seis.

El chocolate blanco sin embargo… ese sí que me ponía. Ya de más mayorcita a veces me compraba una tableta, en plan golosina, y me la podía comer en una sentada, fácil -en mi defensa diré que solían ser bastante más pequeñas que las de chocolate con leche.

Con este prólogo os podréis imaginar que en mi casa todos tenían claro que yo era de chocolate blanco, y mis tres hermanos –el mayor y los dos pequeños- de chocolate normal. Por eso me indignaba que cuando llegaba la Nocilla, todos se lanzaran como buitres a la blanca; “A ver, ¿no os gusta el chocolate negro? ¡Pues Nocilla negra, si está claro!” Yo lo veía clarísimo, y ellos también; chocolate con leche, pero Nocilla blanca, así que siempre había ahí una lucha.

Cuando mis padres hacían la compra del mes, y todo era abundancia, yo abría con gran expectación
la puerta corredera del armarito donde estaban las “cosas ricas”, y mi radar en seguida detectaba la Nocilla, “¡Y aún virgen!” Chorros de saliva me brotaban por las comisuras de los labios mientras mi mano se dirigía presurosa a cogerla, mientras abría la tapa de plástico y me asomaba… ¡¡¡NOOOOOOO…!!! …al desgarrador abismo de la decepción; alguien había estado allí antes que yo y había dado buena cuenta de la Nocilla blanca. Así que sólo me quedaba rebañar la pared del vaso y lo que pudiera quedar lindando con la nocilla negra; me salía una rebanada de pan Bimbo un poco “mulata”, pero con el consolador saborcito rico de la blanca.

Durante mucho tiempo me pregunté con indignación por qué narices no hacían vasos de Nocilla blanca sólo, para evitar aquellas lamentables escenas. Había Nocilla negra y de dos sabores, pero blanca sólo no. ¿Es que acaso no había mercado para ella? ¿Sería mi familia una excepción? Mi familia y la de mi amiga Ana, porque ella en su casa tenía la mismita batalla que yo en la mía.

El caso es que varios años más tarde, cuando yo ya tenía quince o dieciséis años, un día lo vi en un estante del Simago: ¡un vaso entero de Nocilla blanca! Casi no daba crédito, y obviamente no dudé ni un instante; lo compré y lo llevé a casa como un tesoro. Pero no sabría decir por qué; si es que aquella Nocilla era diferente o… no sé, todavía no entiendo muy bien qué pasó… la experiencia me decepcionó profundamente; no obtuve el éxtasis que me prometía a mí misma.

Desafortunadamente he podido comprobar en muchas más ocasiones desde entonces que hasta las cosas más deseadas parecen perder valor cuando por fin las consigues.

sábado, 9 de agosto de 2008

Como Anika

Ayer por la mañana haciendo zapping llegué a un canal en el que estaban poniendo un episodio ¡de Pipi Calzaslargas! No veía esta serie desde mi infancia, y la verdad es que la flipé de lo surrealista y lo buena que es. Pipi es una niña como de nueve o diez años huérfana de madre y cuyo padre es pirata, que vive sola con un mono y un caballo. Ah, también tiene super fuerza –toma ya. Por supuesto pasa de ir al colegio, pero en este episodio decide que quiere ir para así poder tener vacaciones como sus amigos. Sus amigos en cuestión son dos hermanos; él no recuerdo cómo se llama, pero ella se llama “Anika” y me acuerdo perfectamente porque de pequeña siempre le decía a mi madre que quería cortarme el pelo “como Anika”.

Una de las ventajas de ser adulta -o Pipi, supongo- es que no necesitas a tu madre de intermediaria para hacer las cosas, así que cuando acabó el episodio cogí la puerta, bajé a la pelu, y como no podía ser de otro modo, me corté el pelo… como Anika.

Por la tarde fui a casa de Quique, que nada más verme se dio cuenta del cambio: “¡Qué bien te queda! ¡Si es que este es tu corte de pelo! Está bien que pruebes otros –menos lo de raparte y teñirte de rubio, que menos mal que no te ha vuelto a dar por ahí, bonita…- pero este es tu corte.”

Lo sé. Lo sé desde que era pequeña.