Soy un poco payasa, quienes me conocen lo saben. Quienes no me conocen tanto suelen calificarlo más bien como afán de protagonismo, o simplemente como gilipollez; es algo con lo que estoy acostumbrada a vivir. Por eso es un gusto cuando estoy entre amigos y puedo expresarme y comportarme tal y como me sale; ¿Qué voy por la calle y me apetece dar una voltereta lateral? Pues puedo hacerlo sin que piensen de mí más que la verdad sobre por qué lo he hecho: simplemente me ha dado por ahí, me ha apetecido.
También mi familia me conoce muy bien en ese sentido, claro, porque he sido una payasa desde pequeñita. Y lo mismo; a ninguno de mis hermanos se le pasaría por la cabeza que busco llamar la atención con mis payasadas; saben que soy así porque así es más divertido.
El pasado día del padre, sin ir más lejos, estábamos todos sentados a la mesa, comiendo en familia: mis padres y mis tres hermanos. Mis sobrinos Marcos, Jara y Elia, aunque ya habían comido, andaban también por ahí zascandileando, pero no estaba ninguna de las madres de las criaturas; sólo estábamos “los de la casa”. Yo iba en camiseta de manga corta, y me puse a enseñar que estoy un poco cachitas, a vacilar de que se me marcan los musculitos de los brazos. Entonces me acordé de un descubrimiento relativamente reciente; puedo mover las tetas -sin tocármelas, claro está. Sólo tensando el músculo pectoral, y la teta -una por vez- se alza discreta pero visiblemente.
Así que para hacer alarde y sin dar tiempo a que nadie objetara, me subí la camiseta hasta el cuello, me desabroché el sujetador y me puse a mostrarles a mis comensales mi proeza, aprovechando que mi madre había ido un momento a la cocina -sospechaba que ella podría ser la única a quien aquello le pudiera parecer un poco fuera de lugar. Mi padre emitió un breve “Bueno Laura…” fingiendo estar escandalizado, mientras él y los demás presenciaban con interés relativo el comienzo de la operación. Con el rabillo del ojo vi a mi madre volver de la cocina y temí su admonición; para mi gran sorpresa no soltó ni un solo comentario. Al finalizar mi modesta demostración de talento, mi hermano Dani hizo alguna observación al hilo de lo que todos acababan de presenciar, y pronto la conversación fluyó por otros derroteros. Vamos, que pasaron todos de mí un poco.
Y eso es lo que a mi me gusta; que me dejen hacer, y a otra cosa. Porque a veces no hacer aprecio puede ser, al contrario de lo que reza el dicho, el mayor aprecio.
También mi familia me conoce muy bien en ese sentido, claro, porque he sido una payasa desde pequeñita. Y lo mismo; a ninguno de mis hermanos se le pasaría por la cabeza que busco llamar la atención con mis payasadas; saben que soy así porque así es más divertido.
El pasado día del padre, sin ir más lejos, estábamos todos sentados a la mesa, comiendo en familia: mis padres y mis tres hermanos. Mis sobrinos Marcos, Jara y Elia, aunque ya habían comido, andaban también por ahí zascandileando, pero no estaba ninguna de las madres de las criaturas; sólo estábamos “los de la casa”. Yo iba en camiseta de manga corta, y me puse a enseñar que estoy un poco cachitas, a vacilar de que se me marcan los musculitos de los brazos. Entonces me acordé de un descubrimiento relativamente reciente; puedo mover las tetas -sin tocármelas, claro está. Sólo tensando el músculo pectoral, y la teta -una por vez- se alza discreta pero visiblemente.
Así que para hacer alarde y sin dar tiempo a que nadie objetara, me subí la camiseta hasta el cuello, me desabroché el sujetador y me puse a mostrarles a mis comensales mi proeza, aprovechando que mi madre había ido un momento a la cocina -sospechaba que ella podría ser la única a quien aquello le pudiera parecer un poco fuera de lugar. Mi padre emitió un breve “Bueno Laura…” fingiendo estar escandalizado, mientras él y los demás presenciaban con interés relativo el comienzo de la operación. Con el rabillo del ojo vi a mi madre volver de la cocina y temí su admonición; para mi gran sorpresa no soltó ni un solo comentario. Al finalizar mi modesta demostración de talento, mi hermano Dani hizo alguna observación al hilo de lo que todos acababan de presenciar, y pronto la conversación fluyó por otros derroteros. Vamos, que pasaron todos de mí un poco.
Y eso es lo que a mi me gusta; que me dejen hacer, y a otra cosa. Porque a veces no hacer aprecio puede ser, al contrario de lo que reza el dicho, el mayor aprecio.