sábado, 26 de enero de 2008

Lauther cartas

Cuando Heather vivía en casa conmigo inventamos el concepto “lauther”; palabra formada como una combinación de nuestros nombres. Podía ser calificada como “lauther” cualquier cosa que bien hubiéramos creado conjuntamente, bien fuera alguna particularidad que las dos teníamos en común. Había lauther art (para el que Heather hasta creó una cancioncilla) salsa lauther, lauther fotos… Un día nos dimos cuenta de que las dos escribíamos el mismo tipo de cartas a los tíos -de las que, por cierto, solíamos arrepentirnos una vez mandadas- bautizándolas entonces como “lauther cartas”.

Las lauther cartas suelen, en efecto, recibirlas tíos, aunque también una amiga puede recibir una lauther carta en un momento delicado.

La función de la lauther carta es doble; por un lado te permite tener tiempo para pensar lo que vas a decir de la forma más efectiva posible, con las palabras justas y el tono medidito, y por otro, te permite soltar todo del tirón y sin interrupciones, negaciones o preguntas. ¡Y lo a gusto que te quedas!

La última lauther carta que envié se la enseñé a Quique para que me diera su punto de vista de tío. Por respuesta recibí una pregunta hecha con tono tremendista: “Pero… ¡¿la has mandado ya?!”

La forma que toma una lauther carta ha evolucionado, y aunque otrora solía ser un folio escrito a mano con su sobre, su sello, y su remite, ahora son mails. Lo malo de esto es que ya no te da tanto tiempo para pensar si mandarla una vez escrita; mandarla está a una tecla de ti. Antes entre que comprabas el sobre y el sello y buscabas el buzón para echarla, con un poco de suerte podías recobrar la sensatez.

Esta mañana he escrito una lauther carta. Me he propuesto no mandarla hasta el lunes, y seguramente el lunes la mande, demostrando así una vez más que no he aprendido de mis errores –o que he acabado cogiéndoles cariño

PD: (29/1) Al final no he mandado la carta. Debo de estar aprendiendo, después de todo.

jueves, 24 de enero de 2008

Saludos

Lo reconozco, siempre he tenido un lado huraño. Mi madre me lo reprocha a menudo, me dice que tengo que saludar a la gente; a los vecinos que me cruzo por la calle en el barrio de mis padres, a algunos antiguos “amigos de la pandilla” que me encuentro por allí… pero me hago la longui; miro para otro lado. Y cuando ya he logrado pasar desapercibida me pregunto, ¿Y qué me costaría decir un “hola” mientras esbozo una cordial sonrisa? Cuando lo hago no se me da mal, resulto convincente; hasta me convenzo a mí misma, en serio. ¡¿Entonces?!

Por esta razón hace un tiempo llegué a proponerme ser más afable, con el leitmotiv: Ante la duda, saluda -Sí, no me lo he inventado para el blog, aunque escrito resulta bastante más patético-. Pero con leitmotiv y con todo, la cosa no es tan fácil, porque los límites no están definidos. Los límites de cuándo hay que saludar y cuándo no.

Dilema 1.

Debajo de mi casa hay una tienda de ropa de segunda mano. Su dueña es Mabel, una tía de cuarenta y tantos con el carácter podrido, que siempre está haciendo guardia en la puerta. En fin, que yo le saludo; hasta le sonrío un poco, pero cuando está su novio con ella sólo responde él. Yo sé que tengo que seguir saludando porque es vecina, y lo hago. Pero mi dilema es el siguiente ¿Cuántas veces en un día tengo que saludarla? Si paso por ahí más de una vez supongo que la segunda ya no hace falta, ¿no? Pero mientras estoy sujetando la bici, buscando las llaves en el bolso y ella está a menos de dos metros de mí me da la sensación de que ignorar su presencia también es un poco raro.

Dilema 2

En los ascensores no tengo problema, saludo y ya está; lo tengo claro. Bueno, en el ascensor de Zara o de un hospital, por decir un par de ejemplos, creo que no. En el autobús también saludo -al conductor, claro. Pero en el baño de un bar… todo es confusión. Entras y hay alguien ya esperando; ¿saludas? Yo diría que aquí tal vez sí, aunque también podría sólo decir una frase boba como “¿Está ocupado?” o “¿Estás esperando?” Pero ¿Y si hay alguien en el cubículo y tú estás esperando fuera? ¿Qué se le dice cuando sale? ¿Se dice algo? Yo nunca sé qué decir; “Hola” o “Gracias” o qué. Al final acabo mirando a la tía fugazmente mientras le sonrío un instante, bajo la mirada, hago un ininteligible sonido gutural y me escabullo hacia el cubículo recién desalojado. Tal y como.

Estos son sólo dos ejemplos, pero dilemas así se me presentan a menudo. Si yo supiera lo que se espera de mí lo haría, ¡pero es que no-lo-sé! Por eso me apunto al “debería haber una asignatura en el colegio que enseñara…”

sábado, 19 de enero de 2008

Mi vida ha dado un giro

Cada mañana de camino al curro paso por delante de este cartel en los pasillos de la estación de metro de Begoña.

Confieso que la primera vez que lo vi sentí una mezcla de hilaridad y desprecio; en mi ofuscación ni siquiera comprendí la conexión entre el texto y la imagen… pero mañana tras mañana fui abriendo mi mente y su verdad ha hecho que mi vida de un giro de 360 grados.

martes, 15 de enero de 2008

Pasa la bola

Este domingo pasado, como tantos otros, quedamos para tomar el aperitivo en el Chino-español. Cada vez quedamos más tarde, ya ni nos esforzamos en disimular, porque las dos y media es más hora de comida que de otra cosa; supongo que decirnos que es el aperitivo nos permite tomarnos un vermouth tras otro mientras entretenemos el estómago con las tapas de paellita, y demás. Y luego sí, sobre las cuatro o las cinco pedimos alguna ración de patatas con salsas, una tosta o lo que se tercie, para ocupar el pequeño espacio que aún pueda quedar en el estómago.

El caso es que llevábamos ya tres rondas y una ración de rabas –que pidió Heather; yo con ese nombre tan feo me niego- cuando Cari fue a la barra a pedir la siguiente ronda. Chuchi, el dueño, le dijo que si no nos importaba, fuéramos apuntando nosotras lo que nos íbamos tomando, porque él no llevaba la cuenta; basta que te den ese voto de confianza para que no se te pase apuntar ni una, y así fuimos contabilizando religiosamente cada caña, cada vermouth, cada ración.

Cuando decidimos irnos ya había anochecido y se había producido en el local la transformación que presenciamos cada domingo; de bareto a garito. Pili fue a la barra para preguntar cuánto era cada consumición y así hacer nuestras cuentas. Cada uno puso lo suyo y Pili le llevó la pasta a Chuchi. De vuelta de la barra traía una mirada conmovida, moviendo la cabeza de un lado a otro y diciendo “Qué majo es este tío, de verdad, es que es un cielo.”

Nos contó que al darle la pasta el tío la había metido en la caja sin ni siquiera mirar cuánto le daba, diciéndole “¡Qué gusto que me dais la cuenta ya hecha! Está bien ¿no? No necesitáis cambio…”

Cari luego reflexionaba en voz alta que habrá gente que piense que es un pardillo o un ingénuo por fiarse así, pero que en realidad eso tiene que ser una decisión muy consciente. Yo sólo digo que gestos así te alegran el día… y cuando los recibimos deberíamos “pasar la bola”; pay it forward.

martes, 8 de enero de 2008

Llegan las rebajas


Me acuerdo de Javi-Más, en la universidad “Mi madre siempre dice: desconfía de las rebajas” Era un pijo de provincias, así que en él la frase adquiría otra dimensión.

Cada época de rebajas, en el telediario, nos sueltan el mismo sermoncito; que la calidad de los artículos en rebajas no debe ser inferior, que debe venir todo etiquetado con el precio anterior y el rebajado, que hagamos una lista antes de salir de compras para no adquirir más de lo necesario... Supongo que lo tienen bien archivado de un año para otro y no tienen más que imprimirlo y a leer, y así de paso hacen como si les importara.

Pero parece que a la gente no se le acaba de meter en la cabeza eso de comprar sólo lo necesario, porque si te das una vueltecita por Sol, todas las tiendas están hasta la bandera. A lo mejor es gente necesitada... eso no lo sé.

Vale, vale, no voy a “tirar la primera piedra”, porque yo también estoy ahí alguna vez, entre la gente que busca la ganga, en las colas del Leftis… soy de las que se consuelan pensando que “como he esperado a las rebajas, estos pantalones me han costado la mitad…” y con esa engañifa acabo comprándome alguna cosa que en realidad, tampoco necesito.

Y es que el concepto de “necesidad” es tan, tan relativo…

lunes, 7 de enero de 2008

Post-navidad

Hoy he cogido la “cartera del cole” para prepararme para la vuelta al curro. He sacado la carpeta con las fotocopias de antes de las vacaciones… y claro, eran navideñas; la letra de un villancico, un artículo sobre cómo celebran la navidad en Inglaterra… “Huy, esto lo dejo aquí, no me lo voy a llevar a la academia… qué “inapropiado””. Es una sensación rara, porque de repente todo lo navideño está tremendamente demodé.

No sé si me entendéis; Si, un suponer, vierais hoy un tío en el autobús con el típico gorrito rojo con borla blanca… ¿Qué pensaríais? Le mirarías con leve desprecio “¿No te enteras de que eso ya no, chavalote?” Igual que se mira a la maru que una semana después de acabadas las fiestas va en el metro con una bolsa de plástico con motivos navideños; “¿Es que no tienes otra? ¡Guárdala para el año que viene si es que la quieres aprovechar!”

Con el belén y el árbol pasa algo parecido; si tres días después de la llegada de los Reyes no has desmontado todo el tinglado eres un “dejado” como poco. Tres días; parece como si quisiéramos deshacernos de un cadáver antes de que empezara a oler. Por cierto; qué triste y descorazonador espectáculo el de tantos abetos, primero maltratados y robados de su dignidad vestidos con trajes de bufón y luego abandonados en la calle, desnudos de adornos y púas... ellos nunca lo harían.

En la televisión ocurre un raro fenómeno; se acaban los anuncios de perfumes y juguetes y empiezan los de parches de nicotina, de clínicas de adelgazamiento, de fascículos de lo más variopinto… Por cierto, me gustaría tener fe en el género humano y pensar que muchas de estas colecciones venden sólo los tres o cuatro primeros números... ¿¡Pero a quién?! ¿Quién coño compra “Zapatos y bolsos en miniatura” o “huevos Faberge”? ¿Y qué hace con ellos? ¿Los pone en una vitrina? Bueno, siendo sólo tres o cuatro... se los irá regalando a las vecinas a la primera ocasión que se le presente; “Toma cariño, un detallito por regarme las plantas”. “Eeee... muchas gracias... supongo”. Y a la pobre le queda el marrón de tener que ponerlo en la estantería cada vez que llama la vecina a la puerta. Luego están los fascículos que vienen con piezas para montar algo, como la que vi ayer: “Harley Davidson Fatboy”. Supongo que ni siquiera existirán más números a partir del... quince como mucho. Y los más perseverantes se joden con la moto a medio construir cuando cancelan la edición por falta de demanda. Demanda la que les metería yo si me hicieran esa putada a mí; menuda soy. Pero bueno… me estoy dejando llevar.

Lo cierto es que es demasiado fácil quejarse de las navidades, de la post-navidad... argumentos no faltan. Pero al menos todos estos ciclos nos dan un entretenimiento de fondo, un decorado diferente para distintas fases del año, y así nos distraemos un poquito de la monotonía cotidiana.

SMS-Cadena

Acabo de recibir uno de estos sms-cadena que decía: “Aviso a toda la población; el simulacro de paz y amor ha finalizado. Guarden los belenes, termínense los langostinos y disuélvanse. Feliz fin de Navidad” No es que sea para partirse de risa, pero se agradece el recordatorio. Y desde luego es mejor que esas cursiladas con que he sido bombardeada desde el veinticinco, tipo “Hay nosecuántos angelitos, no sé qué más, y uno de ellos está leyendo este mensaje” Bueno, no me acuerdo bien, pero muy, muy cursis; hasta me hacen sentirme culpable por los sentimientos que despiertan en mí por quien me los ha mandado con su mejor intención. Como soy buena persona les agradezco precisamente eso; la intención, pero podían currárselo un poquito y mandar algo de su propia cosecha por lo menos, que no hace falta ser Cervantes.

Lo peor es cuando me llega un mensaje de estos que encima ya me ha mandado alguien antes; entonces tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano por bloquear los sentimientos que suscita en mí.

Aunque tengo un amigo tocahuevos ex-pimiento verde que ha criticado sutilmente –o no tanto- mis entradas en las que intento inducir al lector a dejar algún comentario, me encantaría leer esos sms navideños que habéis recibido que os han hecho encogeros de vergüenza ajena -si es que tenéis como yo un gusto enfermo por estas cosillas y os habéis resistido a borrarlos nada más recibirlos.