lunes, 30 de agosto de 2010

Villager

Dedicado a mi padre

Hacía cinco años que no iba a Villager, y antes de entonces hacía diez. Salvo un par de colchas nuevas, un lavavajillas y algún otro detalle, todo en la casa estaba como la última vez, como la anterior, y como cuando de pequeña iba todos los años.
De niña nunca me gustaron los azulejos del baño; me parecían "poco amistosos", no sé, me daba mal rollo el dibujo, pero ahora me parece que tienen un toque art nouveau fantástico; tanto que no me resistí a retratarlos. La bañera también es de esas geniales de patas. 

Cuando le enseñé a mi padre la foto que había hecho de los azulejos me animó a tomar más imágenes de la casa. Con esa excusa me llevó a hacer un recorrido por  cuartos de aperos cerrados con llave, cuarto de los segadores, buhardilla... pero antes del tour, rescaté otra imagen pintoresca del baño.
En invierno el frío en la casa es espantoso, porque no hay calefacción -calculo unos cinco grados por la noche dentro de la casa- así que al acostarte tienes que ponerte una buena montaña de mantas encima de la cama; a pesar del peso que suponen no se te pasaría por la cabeza renegar de ella. Si a mitad de la noche tienes que ir a mear, sólo pensar en salir de aquel reducto calentito y congelarte de camino al baño produce escalofríos -nunca mejor dicho-  así que lo que se lleva es el tradicional orinal. Sin prejuicios. Ni siquiera estoy segura de que los hombres salgan de la cama para llevar a cabo la operación -yo no lo haría.
La única habitación caldeada en invierno es la cocina, porque la cocina económica sirve también de calefacción. Hay un escaño corrido alrededor de la mesa, desde donde se ve la tele, se juega a las cartas, se come... se hace la vida cotidiana.

Me alegra mucho que mi padre y sus hermanos tengan el buen gusto de mantener  todos esos detalles que le dan saborcejo a la casa: 
El azucarero de siempre,
la soldadura de plomo del cristal roto de la alacena,
los interruptores de la luz,
las ventanas de madera con sus contraventanas y sus cierres originales,
los suelos de pizarra...

En el recorrido por la casa fuimos a la buhardilla. De pequeña era una aventura subir  aquellas escaleras  de madera -siempre con algún mayor- abrir la puerta que había "en el techo" y plantarte en ese espacio casi secreto para explorar con poco más que la mirada la cantidad de cosas que allí dormían bajo una capa de polvo y telas de araña. No faltaba nunca la advertencia mientras subíamos las escaleras: "Ahora cuidadito con la cabeza, que hay clavos en el techo".  Por supuesto, tampoco faltó esta vez; en Villager las cosas se resisten a cambiar.

Durante el recorrido mi padre me iba dando explicaciones sobre lo que íbamos viendo, sobre los objetos que siempre han estado allí y cuyo uso yo nunca me había cuestionado. Por ejemplo la anilla anclada a la columna de la entrada, me contó, se usaba para atar a los caballos.
La pequeña puertecita que se ve era el gallinero; eso sí lo conocí -aunque las gallinas andaban mucho sueltas por el corral, al menos en verano. Ahora ya no hay animales, porque no vive nadie en la casa durante el año.

También descubrí en el tour que este banco era donde mataban los gochos, y que en el canalón de la izquierda ponían sal para que comieran las cabras, que les encantaba. Yo nunca llegué a ver cabras en Villager -sólo vacas, cerdos y gallinas. Tampoco he tenido el muy dudoso gusto de ver una matanza -mi padre sí.
Y ya por último, el pilón. Cuando yo era pequeña, en Villager no había lavadora; recuerdo a mi tía Xion, haciendo la colada en esta pila, frotando con sus manos enrojecidas la ropa  y las sábanas, que luego extendía en la era para que el sol acabara de blanquearlas.

A pesar de no haber ido por Villager en tanto tiempo, volver allí es como ver a un buen amigo después de muchos años; en seguida  te sientes como si no hubiera pasado el tiempo.

 Dibujo hecho a plumilla por mi padre, sacado de su libro "Cuando llegue la nieve"

Y en fin; aquí pongo término a este pequeño homenaje a mi padre, que sé que desea con todo su corazón que mis hermanos y yo no nos olvidemos de nuestras raíces. Iba a ser apenas una recopilación de unas cuantas fotos, y se ha ido alargando a medida que iba escribiéndolo; supongo que es una buena señal.

domingo, 15 de agosto de 2010

¿No hay más que una?

Ya sé que está viejita la pobre, y que las hay mejores que ella; mucho mejores. Muchísimo. Además no la tengo especialmente cuidada, pero no es porque no la quiera, sino que es así. Para algo es “de montaña” y no “de paseo” ¿no? Su look va bien con la mugre. Además es como con los perros (o los hijos); a algunos dueños les gusta llevarlos con su pelo bien cortadito y cepillado, y todos estupendos, y otros los llevan engreñaos y asilvestraos… pues con las bicis pasa igual. La mía… pues la llevo así. Además es que con veinte añazos  que tiene la pobre no se le puede pedir más; lleva ya mucho tute. Urbano, en su mayoría –y aunque me pese- pero tute a fin de cuentas.

Como conté por aquí, yo fui tardía para aprender a montar en bici; por un trauma de infancia, digamos, no aprendí hasta los diecinueve años. Unos meses después me compré la bici; tenía un dinero que me había dado mi madre para ir a visitar a un amigo en Londres, y le pregunté: “Mamá, ¿Me puedo comprar una bici con ese dinero?” Y ella me dijo “Haz lo que quieras; el dinero es tuyo” Y me la compré. Mi primera bici. Mi bici.

Por eso cuando alguna vez me han preguntado si mi bici tiene nombre, yo he dicho “Mi bici”; así se llama."Y no es por falta de cariño que no le haya dado un nombre propio; es porque ella es la única; no ha habido otra. De hecho sí; hubo una entre medias, el año que viví en Amsterdam; “Flower power”. (Me la robaron una semana antes de irme, cumpliéndose así el ciclo). Pero Mi bici… pues Mi bici no hay más que una.

O eso creía.

El otro día acompañaba a Pili a la boca de metro de Lavapiés. Como aún le sobraban unos minutos, fuimos  a sentarnos un ratillo a las escaleras del teatro Valle Inclán, en frente del metro. Al pasar por el aparca-bicis de allí al lado, como siempre, me fijé en las que había aparcadas... ¡¡¡y vi a la hermana gemela de Mi bici!!! ¡Otra viejuna! Porque iba yo con mi bici a rastras, que si no hubiera flipado pensando que era la mía; ¡qué sensación tan rara!... Además estaba igual; el cuadro tenía los mismos desconchones que el mío, se veía que le habían dado bastante uso también. Le habían hecho algún arreglillo -como yo; los frenos, el sillín… ¡Pero el cuadro era idéntico detalle por detalle!

Qué guay que estuve lúcida y les hice las fotos juntas, porque me mola mucho tenerlas. Qué tonta.

lunes, 9 de agosto de 2010

Decoración del barrio

 
Oh, pooobree... Siempre que lo veo me da penita del pobre monstruito/ángel. Pero no acabo de pillar "el mensaje" -si es que lo tiene. Para intentar descifrarlo te puedes pasar a verlo a la calle Tribulete, al lado de La Corrala.

Alguien veía en estos bolardos de granito un pintalabios gigante, y un día se puso manos a la obra para que todo el mundo los viera como él -o ella. Eligió este en frente del Teatro Pavón.

Estas dos últimas fotos corresponden a la última decoración de la antigua Eskalera karakola en la calle Embajadores. Es una lástima que durara tan poco tiempo; en unos días volvió a aparecer la fachada pintada de ese color sucio indefinido que usan los servicios municipales de limpieza. Pero no tardará en aparecer decorada otra vez con algo nuevo.

A pesar de no ser lo que se dice artístico, me mola este trampantojo de la calle Tribulete, porque es como las entradas secretas de Mortadelo y Filemón.

Y para terminar, una cara de E1000ink

sábado, 7 de agosto de 2010

Bichos 2

El viernes pasado me llamó mi primo Paco para proponerme una salida de cuatro diítas por el Pirineo aragonés con él y un colega, el Chato, para hacer rafting y barrancos; salíamos en apenas unas horas. No me lo pensé mucho; hice el petate, llamé a Quique para que se ocupara de Flecha y de regar las plantas, y cogí la puerta rumbo a la aventura.

La primera noche hicimos vivac al lado de un molino en el que vivía una colega de mi primo que estaba fuera. El molino estaba próximo a un río, y yo saqué ufana el repelente de mosquitos de la mochila: “¡No temáis por los mosquitos, oh compañeros, porque yo tengo la solución a nuestros problemas!” Total, que antes de meternos en el saco, nos pusimos ahuyenta-bichos en las partes de nuestra anatomía expuestas a la intemperie: Cara y brazos básicamente.

Pues no sirvió de nada: los mosquitos se pasaron el repelente por el forro –debían de estar caninos, los cabrones. O caninas, porque son las hembras las que pican. Me saltaré los detalles de la noche e iré a la mañana del tirón: me desperté con la cara breada de picotazos, todos en la mejilla izquierda. Además notaba el ojo hinchado. Como no tenía espejo cogí la cámara y me hice una foto; al mirarla vi a Cuasimodo:
Total, que los tres primeros días, así era yo. Salgo monísima en las fotos.

Mi primo me decía de vez en cuando que tendríamos que buscar una farmacia para que me dieran algo para el ojo.

-¿Para qué? Es una picadura de mosquito, ya se me pasará. Yo lo siento por vosotros que me tenéis que ver este careto, pero lo guay es que como en el campo no hay espejos, yo me olvido completamente.

-Pero es que yo no estoy yo seguro de que sea una picadura de mosquito –decía él- a mí me da que eso ha tenido que ser una araña, porque mira, tienes como un caminito de picaduras en la cara.

-No es un caminito; son varias picaduras en la cara y una en el párpado, porque la cabeza era lo único que tenía fuera del saco. Si hasta oímos a los mosquitos zumbándonos en los oídos.

Yo tengo la firme convicción desde hace tiempo de que eso de las picaduras de araña la gente se lo inventa la inmensa mayoría de las veces. Cuando ven una picadura que no se ajusta 100% al concepto estándar que tienen de picadura de mosquito, ya está: es una picadura de araña. Sin más. Pero ¿alguien ha visto alguna vez a la araña picándoles? No padre.

Así que a mi vuelta, una vez más, eché mano de San Google, y me informé. Estos son los resultados resumidos de mis averiguaciones:

-Las arañas sólo muerden por defensa, y nunca más de una o a lo sumo dos veces.
-En la picadura se suelen diferenciar dos pequeños puntos de incisión.
-Suelen ser picaduras dolorosas cuando menos –y ya solo ver las fotos de algunos casos es una experiencia de lo más gore.
-Los demás posibles síntomas dan miedo solo de pensarlos.

Ahí queda dicho. Podréis seguir especulando que pueda ser una picadura de chinche, pulga o algún otro artrópodo picador, pero a las arañas me las dejáis de vilipendiar -a no ser que haya gangrena de por medio.

viernes, 6 de agosto de 2010

Bichos 1

Agosto de 2009. Íbamos Cari y yo camino del Caerphilly castle -el castillo más grande de Gales. Pedaleábamos felices y despreocupadas, disfrutando el verdor, el olorcito a tierra, una brisita fresca… De repente sentí cómo algo me entraba por la boca, hasta la garganta. Miedo, pánico mientras intentaba expulsar con la lengua aquel intruso peludo de mi cavidad oral antes de que me aguijoneara, porque sospechaba -con razón- que se trataba de un “bicho picador”. Cari me contaba después cómo me vio empezar a hacer zig-zags con la bici, y pensó “¿Pero esta no sabía montar o es que está gilipollas?”

Tras lograr escupir el susodicho artrópodo volador al suelo –o quizás al tiempo, o antes; fue todo muy rápido- sentí un ardor intenso en el fondo de la garganta. Demasiado tarde. Había oído alguna vez cómo con las picaduras de avispas/abejas se siente como si te quemaran con una brasa; en efecto la sensación era bastante aproximada, y en cualquier caso, tendía claramente al extremo negativo del continuo dolor-placer.

Me metí en dedo en la garganta instintivamente y me saqué el aguijón. Se lo enseñé a Cari como muestra fehaciente de lo que había sucedido -medía como de un par de milímetros- y después me tiré en el césped, intentando mantener la calma y no emparanoiarme con que se me podía inflamar aquello y no dejarme respirar. "Pues menos mal que te ha picado a ti" -dijo la muy cachonda. "Mirala, qué jodía. Pues... yo no opino lo mismo."

Cari estaba más acojonada que yo. Como me contó cuando hubo pasado "el peligro", hacía un tiempo a su madre le había picado una avispa en el brazo y le habían tenido que llevar corriendo al hospital porque se había empezado a hinchar entera, hasta la tráquea, y le empezaba a costar respirar. Allí le diagnosticaron alergia a las avispas, y desde entonces tiene que llevar en el bolso una ampolla de adrenalina para inyectarse si recibe un picotazo, y después correr al hospital más cercano. Cari teme ser alérgica también, y de ahí su comentario -aunque "Menos mal que no me ha picado a mí" hubiera sido quizás más acertado.

En fin, que al cabo de un tiempo tiradas en la praderilla, cuando ya parecía que el tema no iba a peor, yo dije que pa' Caerphilly castle, que aquello no había hecho más que empezar. El dolor no se me había pasado ni de lejos, pero me negaba a dejarme joder el paseito en bici por culpa de un maldito –o pobre- bicho.

Ya de vuelta en Madrid me estuve informando en Internet sobre picaduras de avispas/abejas, y deduje que lo que me había picado debía de haber sido una abeja; tuve suerte –relativa- porque si hubiera sido una avispa parece que la cosa se hubiera podido complicar bastante más.

"¿Y a santo de qué nos viene esta con batallitas de sus vacaciones del año pasado?" Se preguntarán algunos quejosos lectores. Pues porque puedo. Y además porque este año he vuelto a ser la víctima de una anécdota artrópoda -y no soy más exacta sobre la naturaleza del bicho, porque hubo cierto desacuerdo acerca del tema. Pero eso ya lo contaré en la siguiente entrega.

jueves, 5 de agosto de 2010

Damas y caballeros

Estábamos en Hoya de Huesca, en el bar de un camping/centro de actividades en la naturaleza, tomándonos unas cervecitas mientras esperábamos qué se yo qué. Después de un par, sentí que mi vejiga reclamaba ser atendida:

-Oye, ¿el baño sabes dónde está? –le pregunté a mi primo.
-Sí; por ahí.

Y para allá que me fui. Al llegar a dos puertas gemelas busqué aclaración con la mirada; no había dibujito,  sino que era “de leer”. "Esto –consideré fugazmente- puede ser un error en un sitio en el que puede haber turistas que no entiendan español..." Pero si encima pones “maromos” en la puerta del baño de caballeros, como toda aclaración -como era el caso- pues digamos que tienes más posibilidades de que alguien no se entere muy bien de por qué puerta entrar.

Y entonces pensé en milésimas de segundo –porque todo esto, así narrado, podría dar la sensación de que me hubiera detenido ahí delante de las puertas, rascándome la barbilla para reflexionar, pero fue todo zumbando, como es lógico. En fin; que me pregunté: “¿Y qué va a poner en mi puerta? ¿Cuál es el recíproco de “maromos”? ¿pibitas? ¿churris?” Pues no; no era churris, pero se le parecía: ¡“Chirris”! Chirris, ponía; ¡qué mal gusto! Además; ¿Quiere eso decir que “maromo” es un término anatómico? ¿Como “pisha” y “shosho”? Uhmmm… nunca lo había visto así.

“Bueno, lo que sea; yo soy “chirri”, así que me meto en este de la derecha.” Manda cojones que una señora de cuarenta años respetable como yo, se vea forzada a procesar esto en su mente. Imagínate una abuela: “Yo soy chirri” -tiene que pensar la pobre mujer. Me parece un asunto un poco delicado.

Pero es que a los dueños de los bares les mola hacer graciejas con los cartelitos del baño. Recuerdo por ejemplo los baños de “No se lo digas a nadie”, donde ponía en su día –no sé si seguirá así- “nosotras” y “ellos”. Digamos que era un garito feminista. Y molan los dibujitos minimalistas del bar "La Caña", al lado del Reina Sofía; la primera vez que los vi me hicieron mover los engranajes un ratillo; “Letra i, y letra… ¡ah, no!”


A mí se me ha ocurrido que voy a abrir una cafetería en el Barrio de Salamanca, con sus croissants y sus brioches, y sus tacitas de porcelana… y voy a poner en sendas puertas de los baños: “putas” y “chaperos”. Y una cámara oculta para ver las caras de las maru-pijas y respectivos; eso no me lo pierdo: "¡Yo ahí no paso!" -escupirán indignadxs. A ver cuánto son capaces de aguantarse el pipí.  Y a quien entre, a la salida le espero señalándolx con el dedo; “Ahhhh… ¡puta!/¡cobras por que te sodomicen! Oyeee... que no lo digo yo; tú mismx lo has admitido…”

Ay... si es que tengo cuarenta, pero a veces parece que tuviera quince.