domingo, 27 de abril de 2008

Periplo ciclista

El viernes por la noche, cuando anuncié que yo ya me retiraba a casa, Heather me miró entre alarmada y suplicante; éramos un grupo de seis personas de procedencia muy dispar, y me necesitaba para mantener el equilibrio inestable del que formábamos parte, así que accedí magnánimamente a quedarme a tomar una última copa.

Sobre las dos de la mañana salimos del Travelling dando por concluida la noche. Me disponía a coger mi bici cuando me percaté de que no tenía el triángulo; la bolsa donde guardo el cuentakilómetros, las luces… y las llaves del candado. Tardé un rato en aceptar que debía de habérmelo dejado en los escalones del Centro Cultural en que habíamos hecho una breve parada antes de entrar al garito, y que alguien se lo habría llevado; lo sorprendente era que la bici siguiera allí, porque estaba justo en frente.

No estaba segura de tener otra llave en casa, pero como no se me ocurría otra solución decidí volver y probar suerte; no estábamos lejos, apenas a unos diez o quince minutos andando. Sintiéndose en parte responsable Heather insistió en acompañarme, y el portero del Travelling amablemente accedió a echar un ojo a la bici hasta que volviéramos.

En casa no hubo suerte con la llave. Pensé en mi pobre bici pasando la noche expuesta al desaprensivo que quisiera separarla de mí después de casi veinte años de relación, y en un rapto de lucidez insólito a esas horas se me ocurrió pedirle a Heather prestado su candado para al menos dificultar las cosas a quien se la quisiera llevar.

A la mañana siguiente volví con Quique a rescatarla; en no más de diez minutos, con una sierra y una pequeña cizalla, habíamos cortado el candado a plena luz del día sin que ninguno de los viandantes nos preguntara o se parara a ver qué coño hacíamos. Un poco preocupante si te paras a pensarlo.

En fin, que como conclusión de mi periplo diré que mañana se va Federico, y que espero que se lleve la maldición consigo. No es que le desee ningún mal, pero…

miércoles, 23 de abril de 2008

Sexagenarios

Hoy en la comida mi padre nos comentaba cómo le jode cuando, si da un tropezón andando por la calle, la gente se le acerca y le pregunta alarmada “¡¿Está usted bien?!” “Como si fuera un anciano…” -me decía. “Pero vamos, por un tropezón de nada. Y que tampoco me va a pasar nada por hacerme un raspón.” Claro, es que tiene 67 años, pero está como una rosa.

Luego inevitablemente pasamos a hablar de lo que a veces se lee en el periódico “Un anciano de 65 años…” que a él le repatea. Pero es que le disgusta hasta el término “sexagenario”, porque percibe en él una connotación peyorativa que yo francamente no veo tan clara como en los términos "cuarentón o "cincuentón".

Lo que sí debe de ser un shock es la primera vez que te cedan el asiento en el bus por viejo. Peor que la primera vez que un niño te llama "señora".

lunes, 21 de abril de 2008

Verdad poliédrica

-Parece que no ha pasado el tiempo…
-¡Cuánto tiempo ha pasado!

Hacía varios meses que no veía a Pablo. La última vez que le mandé un beso a través de Heather, él le dijo con una sonrisa en los labios que no quería mi beso, que se lo diera yo en persona. El viernes le volví a ver.

De camino de vuelta a casa pensaba en estas frases que nos habíamos dicho casi a la vez, y en lo que me dijo mi hermano Manolo hace poco “La verdad es poliédrica; lo habrás oído antes” “Huy sí, lo dicen todos mis amigos constantemente…”

jueves, 17 de abril de 2008

¿A qué hora?

¿Es porque quiero dar pena? No exactamente. Es porque quiero que se me reconozca la putada que sufro cada martes y jueves. O más bien para que no se me infravalore el ingente esfuerzo que tengo que hacer. Por eso cuando la gente me pregunta a qué hora me levanto, siempre digo que a las seis y media, aunque después suela corregirme en voz más baja “bueno, en realidad a las siete menos cuarto”. Pero me gusta pensar que mi interlocutor se da cuenta de que es casi lo mismo.

Luego, para compensar, y según mi estado de ánimo, a veces añado jubilosa “¡pero los viernes no curro!” Y entonces me siento parcialmente redimida.

lunes, 14 de abril de 2008

La Maldición de las llaves

El mismo día que Federico llegó a casa comenzó La Maldición. Esa noche me había ido a la cama ya sobre la una y media, dejándoles a él y a Cristina todavía en el salón. No sabía si ella se iría pronto a su casa o si pensaba quedarse a dormir, pero quise tomar la precaución de ponerme los tapones para los oídos que suelo tener reservados para mis siestas, para que el murmullo de sus conversaciones no me desvelara. Pero a pesar de tener un silencio absoluto en mi cabeza, no podía dormirme.

Mi insomnio ya apenas me molesta, he aprendido a convivir con él, así que descansaba despierta, relajada, cuando de repente oí el sonido de mi móvil taladrando la gomaespuma de mis oídos “¿¡Quée?! ¡¿A estas horas?!” Miré el número y no lo reconocí y estuve a punto de no contestar, pero la curiosidad me pudo; me quité los tapones, y al otro lado del teléfono oí una voz femenina que me decía agitada “Federico está abajo y la llave no le funciona y no puede entrar… me ha ido a acompañar al coche y ahora la llave no le funciona…”

Frustrado y a buen seguro airado por no poder abrir la puerta y no recibir respuesta al telefonillo durante quince, veinte minutos, Federico pensó en llamar a su chica para que volviera a buscarle y le llevara con ella a pasar la noche en casa de sus padres –una opción menos mala que pasarla en la calle- pero como en una cadena de despropósitos, se había dejado el móvil en su habitación, y con él todos sus números. Y no se sabía el de Cristina. Entonces se le ocurrió la única opción posible; ir a un teléfono público y, a las dos de la mañana, llamar a sus padres en Italia -¿quién no conoce el número de sus padres?- para que le dieran el teléfono de Cristina, para poder llamarla y que le rescatara de aquella pesadilla Kafkiana en la que se encontraba inmerso. Afortunadamente ella tuvo la ocurrencia de, antes de emprender el rescate, llamarme a mí, y el resto de la historia ya la conocéis.

Desde aquel día, desde el primer día, la maldición de las llaves nos persigue. Llaves que no abren, llaves que no aparecen en el bolso o en el bolsillo cuando llegamos a casa… y se extiende; los allegados están empezando a sufrirla también. Ya nadie está a salvo.

viernes, 4 de abril de 2008

Rojo amapola

Hoy he llegado a la casa en la que voy a pasar este mes en Madrid. Cuando llegamos mi chica y yo a la dirección que tenía apuntada en la libreta y vi la fachada me dio un pequeño bajón; me habían dicho que la casa estaba guay, pero la primera impresión... ¡mamma mía, qué cosa más fea! Intentando mantener la fe llamé temeroso al telefonillo. No contestaron. “A ver si hay suerte y no es este el portal…” Con los dedos cruzados llamé a la chica del piso al móvil y desafortunadamente sí, era ese, pero como habíamos llegado pronto ella estaba aún de camino; llegaría en unos 15 minutos.

Mientras esperábamos delante del portal, después de asomarnos y ver que por dentro era tan feo como por fuera, tuvimos tiempo de fichar las tiendas de la calle; en frente una grow de la que salía un olor del todo delatador, una tienda de alimentación muy útil para emergencias, y justo al lado una tienda de ropa de segunda mano con una tía siesa en la puerta que nos miraba inquisitiva… y apareció “la casera” subiendo la calle. No la conocía de vista, pero deduje que era ella porque nos miraba a mí y a Cristina sonriente… y mayormente porque llevaba la ropa que me acababa de decir por teléfono.

Besos, unas frases breves y entramos. En un alarde de optimismo Cristina le preguntó si tenía ascensor. Ingenua. Total, que a subir las escaleras con las bolsas, que pesaban lo suyo, y pensando “bueno, a ver dónde me he metido…” Cuando llegamos al tercer piso “la casera” fue a abrir la puerta y que no abría. Ahí los tres en un mínimo descansillo esperando a que abriera, y que nada. “No sé qué pasa, no suele resistirse tanto…” Yo no sabía qué pensar.

Después de un buen rato la puerta por fin cedió y entramos, y me llevé una muy agradable sorpresa, porque la casa es chulísima; el salón está pintado de un color rojo amapola precioso, y la habitación aunque tiene una cama pequeña está bastante bien. Metí mis bolsas dentro, “la casera” nos ofreció algo de beber y después de tener la conversación de rigor -“¿De dónde eres de Italia?” “Del norte de Toscana, cerca de Pisa” “¿Has estado aquí más veces?” “Sí, es mi cuarta vez; claro, con una novia española…”- charlamos más distendidamente de otras cosillas, aunque el hecho de que estuviéramos de pie en medio del salón era un poco raro.

Pero la tía parece muy, muy maja. Y es muy graciosa también.

jueves, 3 de abril de 2008

Game over

Pacopepe, tras pasar por sus fases de guindilla, pimiento verde y tomate, ha decidido abandonar definitivamente el mundo de las hortalizas para, siempre según su propia terminología, convertirse en canto rodado.

El finde pasado me lo notificó con un escueto sms: “Último sábado soltero en el asturiano de Argumosa.” Y ya.

Dice que en realidad lo hace por ella, que a él no le mola el protagonismo de la celebración y tal. Francamente, yo no me preocuparía demasiado por eso; siempre se dice que la novia es quien se lleva todas las miradas… más si está embarazada de ocho meses.

Ahora me voy a celebrar su última noche de libertad. En fin, que enhorabuena… supongo ;)