sábado, 30 de mayo de 2009

Como loca en la cama

Bueno, como la entrada pasada tenía mucha letra, una de cal y otra de arena; ahí va una de Flecha jugando en mi cama esta mañana -de ahí mi voz gangosa-, sin más texto que el que precede a este punto y final.

lunes, 25 de mayo de 2009

Llamadas desde la tercera planta

Hace casi cinco años, cuando me separé de Guy, mi estado anímico no era el mejor, por lo que estuve yendo al psicólogo durante un tiempo. Un día esperando mi cita en el Centro de Salud Mental –curiosamente en la calle de la Cabeza- me encontré con mi vecino Jorge, que me saludó con timidez “Hombre Laura, ¿qué tal?” “Pues aquí…” -respondí yo. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Además, hacía no mucho nos habíamos encontrado en el Centro de Salud, el general –qué rachita- y allí también habíamos tenido un breve intercambio de palabras

-Hola Laura, ¿Qué tal todo?
-Bueno, bien… le contesté ahorrándole la verdad.
-Todo bien, ¿no? Y ¿“Gei” qué tal?
-Mmm… Parece que no lo va a dejar estar -pensé. Y dije: Bueno, Guy y yo ya no estamos juntos.
-Ah, vaya, no lo sabía… Pero todo bien, ¿no? –preguntó como si le acabara de contar que me habían revisado la instalación del gas.

Aún así, supongo que cuando me vio en el Centro de Salud Mental unos días después, no tuvo más remedio que atar cabos.

Jorge tiene como cincuenta años, pero no son cincuenta años bien llevados. Es poco más alto que yo –que no es demasiado- calvo, con barriga cervecera y los dientes manchados de fumar. Usa gayumbos tipo slip, bastante ajados, y lo sé porque veo su colada; es lo que tiene ser vecinos. Cuando yo llegué al bloque vivía con su madre, pero ahora ella está en una residencia y él vive solo. Nunca le visita nadie, y nunca le he visto acompañado. Su piso es interior y siempre tiene las persianas bajadas. Lleva en el paro al menos diez años; no sé si habrá trabajado alguna vez y desconozco el origen de sus ingresos.

Un par de días después de nuestro encuentro en el Centro de Salud Mental, sonó mi timbre. Abrí la puerta y ahí estaba él, que empezó a explicarme medio azorado que claro, en estos tiempos que corren, con el estrés y eso, él estaba yendo a que le echaran una mano con “lo suyo”… Me dio la sensación de que estaba avergonzado de lo que pudiera pensar de él por ir al “loquero” y quería justificarse ¿¡Pero a mí qué me estás contando, tío!? ¡Que yo estaba allí también!

El caso es que después de aquello empezó a llamarme por teléfono de vez en cuando para preguntarme que qué tal estaba. Aunque vive a sólo ocho escalones de mi casa, en vez de llamar a mi timbre prefirió agenciarse mi número en alguna carta de la comunidad de vecinos y llamarme por teléfono. Sus llamadas me desconcertaban; no entendía si la psicóloga le había dicho que se socializara y yo era parte de su terapia, o si estaba intentando ligar conmigo.

Durante mucho tiempo me preocupó que poco a poco fuera subiendo la intensidad y frecuencia de sus llamadas y verme en el incómodo trance de tener que pararle los pies. Por eso en cierta ocasión en que llamó a mi puerta y Quique estaba en casa, le pedí que le abriera él y le dijera que yo estaba en la ducha. Como era verano Quique no llevaba camiseta, así que la escena fue perfecta. Luego hubo alguna otra de esas; un amigo cogió el teléfono cuando yo vi en la pantalla que era él... y no sé, alguna más. Pensé que eso, y que tenía que verme subir con amigos, o salir de casa por la mañana bien acompañada, acabarían resultando circunstancias disuasorias, y dejaría de llamar.

Pero no; durante estos cinco años él ha continuado llamando con constancia –una vez al mes más o menos- aunque lo cierto es que se ha mantenido siempre lejos del área de peligro; en todo este tiempo su insinuación más atrevida fue hace ya un par de años que me propuso tomar un café alguna vez, e inmediatamente se apresuró a explicar que lo decía “en el buen sentido” (sic). Decididamente es inofensivo. Cuando me llama se limita a pasarme su cuestionario:

-¿Qué tal estás?
-¿Qué tal el trabajo?
-¿Y tus padres?
-Oye, ¿Y con la bici qué? Irás con cuidado, ¿no? ¿Llevas casco?
-¿Qué tal el yoga?
-¿No has salido/ vas a salir/ este puente/esta Semana Santa/de vacaciones?

Él va soltando las preguntas –tal vez hasta las tenga en una lista- y yo voy contestando afablemente, procurando dar un toque dinámico a la conversación, y a la vez ocultar mi desconcierto. Luego para romper tanta asimetría procuro preguntarle algo yo también, pero como no me quiero meter en su vida personal suelo limitarme a una pregunta; “¿Y tú qué tal?” Él me cuenta escuetamente lo que estima conveniente, hace algún comentario pretendidamente ingenioso y se despide con un “un abrazo, Laura.” Las conversaciones no durarán más de un par de minutos.

He llegado a un punto en que he dejado de preguntarme por qué o para qué, y me tomo sus llamadas como “una de esas cosas”. Y si a él le sientan bien, pues mira, me alegro por ello.

viernes, 22 de mayo de 2009

Rescatadas 7

Cari: Me siento un poco efervescente últimamente…
Pacopepe: Laura, ¡desenfunda la libreta!

“Viven amancebados, abortan, se divorcian…” Oído en Santiago a un tío con un bigote a juego.

-¿Unas chuletitas más?
-Yo me abstengo a la mayoría

Entre dos tíos “al ataque” con Cari y conmigo:
-No, tranquilo. Más tranquilo, que estas son más listas.

Heather: ¿Si tuvieras que comer algo de tu mierda, qué comerías?
Laura: Yo nada.
Heather: Yo el maíz. Lo lavaría así, un poquito…

miércoles, 20 de mayo de 2009

¡Opérate, tonta!

Me parece terrible cómo se frivoliza hoy en día con el tema de la cirugía estética. Si tienes las tetas pequeñas ponte silicona, si tienes celulitis hazte una lipo, si eres calvo hazte un implante capilar... Y cada día parece que aumenta la lista de partes del cuerpo que te puedes operar; hace no mucho vi un documental en el que un cirujano estadounidense sin escrúpulos convencía a sus pacientes femeninas -incluso a menores de edad y a sus madres- de que su vulva no era bonita si no parecía la de una actriz porno; les recortaba los labios con láser y les hacía un "rejuvenecimiento" genital. Planeaba jubilarse a los cuarenta y cinco, según dijo.

Estamos ya acostumbrados a ver anuncios de cirugía estética en la prensa diaria, en vallas publicitarias, en la televisión...; entre el anuncio de detergente y el de donuts te dicen que te metas en un quirófano para estar más guapo/a y parecer más joven. Tan ricamente.

Ayer encontré este anuncio que vi hace tiempo en un periódico; el colmo de la frivolidad.
En fin; que me he metido en google para buscar otros anuncios que recordaba haber visto de esta misma clínica y aquí los tenéis para que la flipeis conmigo.
Y yo me pregunto; ¿Quién elegiría operarse en esta clínica?

sábado, 9 de mayo de 2009

Cambio de temporada

Hoy en una conversación con Pacopepe ha salido el concepto "ropa de entretiempo", y creo que por primera vez he sido consciente de lo peculiar que es. Ropa de entretiempo; por ejemplo esa blusa ligerita de colores ya primaverales pero aún de manga larga, esa chaquetilla ideal para temperaturas de veinte, veintipocos grados… Y la verdad, aunque da gusto haberse deshecho de los abrigos y de los jerseys, yo personalmente ya estoy impaciente por dejar atrás definitivamente la ropa de entrtiempo, y liberarme de los calcetines y pasarme a las chanclas, al pantalón corto, a los tirantes…
En estos días de transición conviven en mi armario desordenadamente los sobrios colores de mi ropa de invierno con algunas prendas de verano que van poco a poco llenando de colores las perchas… y aunque estoy más que deseando ver finalizado el proceso, me da una tremenda pereza ver aproximarse el momento inevitable de “el cambio de armario”.
Los guiris se parten de nosotros los españoles con lo del “cambio de armario”; les resulta muy extraño que por estas fechas sean habituales entre la gente comentarios tipo “Es que aún no he sacado la ropa de verano”, “Ayer estuve guardando la ropa de invierno” o “Tengo un lío de armario… a ver si este fin de semana lo organizo” Claro, en Inglaterra –por poner un ejemplo- no tiene ningún sentido, porque los días de diez grados en pleno agosto son más que habituales, así que nunca dejan de necesitar tener los abrigos a mano. Los pobres.

Pero los rituales de cambio de temporada en España no se limitan al cambio de armario; también recogemos las alfombras cuando llega el calor, bien enrolladitas, con sus bolas de naftalina si son de lana, y entonces da gusto ver el suelo despejado y fresquito. Cuando llega el frío y volvemos a sacarlas, la casa se siente acogedora, preparada para refugiarnos. Algo parecido pasa con los edredones y las mantas.

Cambiamos las cortinas para poner otras de colores más alegres, cambiamos la funda de los cojines -peludita y calentita para el invierno y fresca, de algodón para el verano- cambiamos los cuadros de la cabecera de la cama; de motivos sobrios y cálidos pasamos a otros más coloridos y vivos…

Mhmmm… ha llegado un punto en el que los españoles que estáis leyendo esto habéis dejado de estar de acuerdo, ¿no?

Pues va a ser que es otra de mis manías, entonces.

martes, 5 de mayo de 2009

Parlez vous francais?

Federico, ¡¡¡más noticias peculiares!!! Esta vez de La Francesa; ¡acaba de pasar ahora mismito! Estoy podando un poco las plantitas de la ventana aprovechando que hace solete, y La Loca –perdón, La Francesa- pone su disco de Charles Aznavour. Ya sabes que cuando pone su disco lo pone a todo volumen, y hoy que hace bueno y con la ventana abierta se oía La boheme en la calle como una banda sonora.

Yo sigo a lo mío, buscando ramitas secas que cortar, y al cabo de un ratillo veo una señora en la acera de enfrente, como de unos cincuenta años con una melena corta de pelo gris, y un traje de chaqueta, elegante, mirando hacia arriba. La miro un momento distraidamente y empieza a hacerme gestos, muy sonriente preguntándome si la música es mía. Le digo que no y le señalo al piso de abajo. Entonces, casualmente se asoma La Francesa, y la señora esta le pregunta “Parlez vous francais?” Y yo pensando “¡¡Voy a oír al la Francesa hablar francés!!” Y
La Francesa:
-¿¡Qúeee?!”
-Parlez vous francais!?”
-¿Quéee?!”
-¿Habla fjansees?”
-No la oooigoo, hábleme por el telefoniiillo…” 
Así que me voy yo corriendo al telefonillo también –como no podía ser de otra forma- a ver si oigo a La Francesa hacer honor a su nuevo apodo. La mujer esta le dice que estaba pasando por la calle, que había oído a Charles Aznavour y que había pensado “Aquí vive alguien de Francia” y ya se había asomado ella etc. ¿Ha vivido usted en Francia? Sí ¿Parlez vous francais? Oui, ¡¡y La Francesa empieza a hablar en francés!! ¡Qué experiencia oírla! Porque la pobre, seamos francos, no tiene un aspecto muy refinado ni muy mundano, y oírla hablar otro idioma… ¡y francés! Me ha encantado.
A partir de ahí claro, no me he enterado de mucho porque yo no hablo ni papa, pero le he oído contestar “Paris” a una pregunta, así que fue allí donde vivió. Y luego le he oído decir algo que me he inventado que significaba que había enterrado allí a su marido. Pero de vez en cuando la mujer desconocida cambiaba al español, me da a mí que La Francesa no debe de hablar demasiado bien, se le habrá olvidado, claro… Entonces la mujer esta, la francesa -esta vez la de verdad, con minúscula- le ha preguntado en español que si le importaba que subiera un ratito a charlar “cinco minutitos, nada más” y La Francesa le ha dicho que estaba haciendo la comida, que iba a venir su hijo a comer, y la ha despedido. De primeras he pensado “Qué siesa eres, Maripuri, hija” pero luego he pensado que claro, como para fiarte hoy en día.
En cualquier caso estoy segura de que La Francesa se ha quedado feliz como unas castañuelas de haber hablado francés y haber recordado sus tiempos mozos, y seguro que tiene unas ganas locas de que llegue su hijo para contárselo todo.