martes, 6 de noviembre de 2007

Una expedición por la selva


Tarobá y Naipí estaban de expedición en la selva. A pesar de el calor y la humedad se sentían muy felices y privilegiados por poder disfrutar aquella experiencia. Iban caminando entre la espesa vegetación, maravillándose de cómo a pesar del sol, apenas se filtraban unos rayos entre aquel frondoso laberinto verde de ramas y hojas. Prendidos a los árboles había helechos, musgos, orquídeas… Constantemente se oían los cantos de pájaros, insectos, el croar de ranas e incluso el aullido de algún mono, que sólo en contadas ocasiones tenían la suerte de poder ver. Estaban exultantes. En su camino dieron con un árbol enorme. Tarobá se acercó y se abrazó a él. Sus brazos rodearon una parte ínfima de su circunferencia. Así se quedó un rato, disfrutando de la energía que sentía, fundiéndose con el árbol, su pecho henchido de alegría. Estaba acariciando su corteza cuando palpó algo blando; cuando se quiso dar cuenta de qué era la serpiente ya le había mordido el brazo.

Afortunadamente llevaban un botiquín que incluía un antídoto contra las picaduras de serpiente, y a pesar del dolor de la mordedura todo quedó en poco más que un susto y prosiguieron la expedición. Pero Tarobá ya no estaba de tan buen humor; andaba con extrema cautela, mirando el suelo que pisaba, siempre 
machete en mano. Ya no se atrevía a tocar los árboles o las plantas. Cualquier ruido que oía –un pájaro que levantaba el vuelo, un lagarto que huía a su paso- le sobresaltaba. No sólo tenía él cuidado, sino que constantemente reprendía a Naipí por su despreocupación.

Una tarde en que ya estaba oscureciendo, Naipi vio un lagarto muy bonito, azul y verde. El lagarto huyó y Naipí corrió detrás de un él para verlo mejor. Tarobá le gritó malhumorado“¡Ten cuidado, Naipí! ¡Deja ese lagarto en paz!” No había terminado de decir la frase cuando Naipi tropezó con una raíz. En su caída se hirió una rodilla y se torció el tobillo. “¡Te dije que tuvieras cuidado! No sé cómo puedes ser tan inconsciente!” Como tenían el botiquín Tarobá le curó la herida, le vendó el tobillo y decidieron dar por concluido el día.

A la mañana siguiente reemprendieron el camino. Naipí, aunque cojeaba, caminaba alegremente, buscando los monos con la vista cuando los oía entre las ramas, cogiendo hormigas gigantes y preciosos insectos para mirarlos de cerca… Entonces Tarobá estalló:“¡Parece mentira! ¡Es que no aprendes! No te ha bastado que a mí me mordiera una serpiente, ni siquiera caerte y herirte te ha hecho darte cuenta de lo peligroso que puede ser ir tan despreocupadamente por la selva” Naipí le respondió: “El miedo te ha hecho cauto. Lo entiendo; intentas evitar situaciones en las que podrías salir herido. Yo por mi falta de cautela puede que salga herido con más frecuencia que tú, pero quiero poder seguir disfrutando el camino.”

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