Los cajones de mi casa están llenos de jabones. Tengo jabones en el cajón de la ropa interior, en el de los calcetines, en el de las camisetas… Llevo años acumulándolos, y no es que los compre; me los regalan.
Tengo uno que me regaló Alfonso, un noviete de hace ya más de veinte años. Es de Loewe, y olía tan bien… Al principio lo usaba en los viajes, pero luego dejé de hacerlo, porque no quería que se me gastara. De vez en cuando me lo encontraba en su jabonera, aspiraba su olor y me traía recuerdos de aquella época -ya se sabe el poder evocador que tienen los olores. Pero lo cierto es que con el tiempo ha ido perdiendo su olor a la vez que su poder nostálgico.
Ronda por ahí también otro jabón con forma de pelota de golf que me trajo Guy de un hotel; no huele especialmente bien, pero es muy gracioso verle, con ese aspecto tan conseguido. Tuve dos, pero uno lo dejé en casa de Manu sustituyendo a la pelota de un set de mini-golf que se había comprado, por supuesto sin decirle nada. Cuando un día solo en casa fue a probar un golpe -me contó- "la pelota" se le partió en dos; me hubiera encantado ver su cara de desconcierto.
No sólo tengo jabones acumulados; tengo también botecitos de gel, de body milk, de champú… Por ejemplo tengo unos muy monos de un parador al que fui hace varios años que guardé y no llegué a usar nunca, otros de pera que me encanta cómo huelen, regalo de Cari y Pizarro por un cumpleaños... Y ahí están todos, dispersos por armarios, cajones, neceseres.
Recuerdo cuando hace ya mucho tiempo iba a Inglaterra todos los años, a casa de la familia de Guy o de sus amigos, cómo me llamaba la atención que en prácticamente cada baño hubiera un gran surtido de toiletries. Los acumulaban en un cestito o los exhibían en algún estante del baño: decenas de jabones, de botecitos de formas, colores y olores sorprendentes, todos tan bonitos y tan seductores. Yo los veía y no entendía por qué no los usaban; me parecía el colmo de la abundancia, casi del esnobismo. Siempre me sentía tentada a llevarme alguno, y aunque nunca lo hice, sí confieso que en alguna ocasión los usé, con un leve sentimiento de culpa.
He llegado a ver esos jabones como una manifestación de la cultura del derroche. Ya no los queremos para lavarnos, sino… ¿para hacer bonito? Cuando no se nos ocurre qué regalar, recurrimos a ellos, pero cuando los recibimos rara vez los usamos; nos limitamos a acumularlos –y el que esté libre de pecado que tire el primer jabón. Quizás haya quien tenga su marca favorita y no quiera usar otra cosa... cada cual tendrá sus motivos; en mi caso es porque tengo moral de pobre como dice Paúl, y me da pena gastarlos; huelen tan bien y son tan bonitos que hasta me daría pena tirar el bote cuando se acabaran.
Como me he dado cuenta del gran absurdo, hace ya más de seis meses me propuse dejar de comprar jabón y cremas hasta fundir mis reservas -empezando por los menos bonitos. A ver cuánto me duran, pero creo que tengo para otros seis meses al menos.
y tu abuela, no hacía jabón??
ResponderEliminar(yo también tengo jabones por ahí repartidos)
Mi abuela no hacía jabón, pero mi tía-abuela sí, y de hecho es el que estoy gastando ahora para fregar los platos. Es que me lo he tomado en serio. :)
ResponderEliminarTambién tengo amigos que hacen jabones, y esos sí que los gasto según me llegan.
Comparto afición por la colocación de jabones en casi todos los cajones y algunas baldas, huelen genial pero lo peor de todo es que aunque pierden intensidad siguen oliendo bien los muy ... y así me cuesta el doble deshacerme de ellos...
ResponderEliminar¿como se toma Flecha tanto olorcete? no se pone a husmear en busca de jabones¿?.
ResponderEliminarVas a dejar la casa como los chorros del oro con tanto jabón!!!
Laura espero ke los amigos esos tuyos ke hacen jabones no sean alemanes... por akello del olocausto y eso...
ResponderEliminarsaludetes!!