Llevo ya trece años en el barrio, y este Cristo ha estado ahí siempre, en una tienda de cuadros de la calle Argumosa. Me sigue con la mirada cada vez que paso, como diciéndome “Estoy sufriendo esto por tus pecados…” No sé si llevan desde entonces intentando venderlo pero a la gente le acojona demasiado como para comprarlo, o si este es sólo la muestra y dentro los venden como churros. Pero en ese caso me pregunto ¡¿Quién los compra?!
Me imagino a una pobre viuda “come-santos”, ahorrando durante meses de su exigua pensión, escatimando regalos a los nietos, tirando sólo de las ofertas del Día, mientras se justifica ante sí misma que es por una buena causa. Guardando las monedas en un calcetín debajo del colchón, contándolas cada semana, cada día más cerca de la ansiada cifra, hasta por fin reunir lo que para ella supone una fortuna. Me la imagino saliendo triunfante de la tienda con su Cristo, henchido el pecho, casi no creyéndose tenerlo por fin. Entrando luego en su portal y llamando a la puerta del vecino que le hace las chapucillas, para pedirle que le ponga una escarpia en la pared más visible del salón. Y colgándolo orgullosa ante su mirada horrorizada.
Pobre mujer, cuando los nietecitos empiecen a decirles a sus madres que a esa casa no vuelven.
domingo, 2 de marzo de 2008
El Cristo de Argumosa
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Eso no lo compran las señoras de los crucifijos; eso lo compra la gente kisch. Creo yo, ¿no?
ResponderEliminarO una monja exhibicionista, pero me parecía un poco herético... ;)
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