Existen todo tipo de opiniones sobre estas fiestas que se nos echan encima; desde que son unos días muy especiales para pasarlos con la familia, a que son unas fiestas patrocinadas por los grandes almacenes, pasando por la tan manida observación de que “te obligan a estar alegre a fecha fija” que hice mía cuando tenía dieciséis años y me parecía el colmo de la rebeldía. ¿Y ahora qué opino?
Tienen su indudable lado negativo; mogollón de gente por todas partes, anuncios insufribles, comidas pantagruélicas que te dejan el estómago dilatado para una semana -lo que tardas en darte el siguiente atracón- comprar regalos y los dilemas que suscita... Si te paras a pensarlo resulta obsceno cómo consumimos, pero yo procuro moderar este tipo de pensamientos para no convertirme en una aguafiestas radical –aunque a veces cuesta.
Su indiscutible lado positivo: no curro, así que llevo estas fechas con la dignidad que las circunstancias me permiten. Incluso aprovecho la excusa para contactar con alguna persona a quien no me gustaría olvidar y mandarle un abrazo, y decoro la casa -con motivos “invernales” más que estrictamente navideños.
En los últimos años he decidido que lo que yo celebro es el Solsticio de Invierno, que a fin de cuentas es lo que se celebraba originariamente; el momento en que los días se empiezan a hacer más largos, en que el sol va recuperando fuerza… aunque puede sonar un poco “buenrollito-comeflores”, me dice mucho más que celebrar la llegada del niño dios o prepararme para la visita de un gordo de setenta años. Como parte de los rituales para la ocasión me gusta dedicar unas horas a hacer un repaso del año que va a acabar y una lista de mis ilusiones para el siguiente. Cojo mi cuaderno y empiezo leyendo la lista del año anterior, viendo cómo las cosas que entonces parecían remotas se han ido cumpliendo sin que apenas me diera cuenta… es una sensación muy grata, que me motiva para escribir la nueva lista de ilusiones, pensando que en un año probablemente las estaré leyendo y maravillándome de la naturalidad con que se habrán ido cumpliendo.
Tienen su indudable lado negativo; mogollón de gente por todas partes, anuncios insufribles, comidas pantagruélicas que te dejan el estómago dilatado para una semana -lo que tardas en darte el siguiente atracón- comprar regalos y los dilemas que suscita... Si te paras a pensarlo resulta obsceno cómo consumimos, pero yo procuro moderar este tipo de pensamientos para no convertirme en una aguafiestas radical –aunque a veces cuesta.
Su indiscutible lado positivo: no curro, así que llevo estas fechas con la dignidad que las circunstancias me permiten. Incluso aprovecho la excusa para contactar con alguna persona a quien no me gustaría olvidar y mandarle un abrazo, y decoro la casa -con motivos “invernales” más que estrictamente navideños.
En los últimos años he decidido que lo que yo celebro es el Solsticio de Invierno, que a fin de cuentas es lo que se celebraba originariamente; el momento en que los días se empiezan a hacer más largos, en que el sol va recuperando fuerza… aunque puede sonar un poco “buenrollito-comeflores”, me dice mucho más que celebrar la llegada del niño dios o prepararme para la visita de un gordo de setenta años. Como parte de los rituales para la ocasión me gusta dedicar unas horas a hacer un repaso del año que va a acabar y una lista de mis ilusiones para el siguiente. Cojo mi cuaderno y empiezo leyendo la lista del año anterior, viendo cómo las cosas que entonces parecían remotas se han ido cumpliendo sin que apenas me diera cuenta… es una sensación muy grata, que me motiva para escribir la nueva lista de ilusiones, pensando que en un año probablemente las estaré leyendo y maravillándome de la naturalidad con que se habrán ido cumpliendo.
Libertard para los renos!!! (que tire el gordo del trineo...)
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