Tengo que aceptarlo; quizás me precipité al asumir que El Adonis iba a ser mi vecino. Fueron las ganas, la obnubilación del deseo... pero sospecho que fue todo una vana ilusión; es hora de admitir que pude haberme precipitado en mis conclusiones.
En todo este tiempo no he visto el aura del Adonis refulgiendo por las escaleras de mi casa ni una sola vez –y ya hace más de dos meses de nuestro primer encuentro. Al principio me resistía a caer en el desánimo, me alentaba a mí misma argumentando que quizás teníamos horarios incompatibles... pero después de tanto tiempo quizás debería dejar de engañarme; ¿Estaría El Adonis simplemente ayudando a su amigo a mudarse? Para mi desgracia, esa parece la más plausible explicación.
Pero la investigación continúa.
Hace como un par viernes, por la noche, estaba yo afanada tendiendo mi ropita, cuando oí una voz masculina subiendo por las escaleras, hablando un idioma desconocido. Al pasar a altura de mi piso vi fugazmente un par de hombres con el pelo rapado y barbita de tres días, y pensé para mí: “Estos o mucho me equivoco o van al cuarto, porque tienen toda la pinta de ser gays.”
Lo que tiene que los gays hayan salido del armario así en tropel, es que ya nos conocemos sus diferentes tipologías; que si reinas, que si locas, que si osos, que si tíos duros con bigote, enfundados en cuero negro con look pseudo sado-maso, que si metrosexuales rapados con barbita... Estos que subían por mis escaleras eran prototipos de libro de esta última categoría.
Lo que tiene que los gays hayan salido del armario así en tropel, es que ya nos conocemos sus diferentes tipologías; que si reinas, que si locas, que si osos, que si tíos duros con bigote, enfundados en cuero negro con look pseudo sado-maso, que si metrosexuales rapados con barbita... Estos que subían por mis escaleras eran prototipos de libro de esta última categoría.
Apenas unos segundos después de verlos en ascenso, oí como llamaban al timbre del cuarto. La puerta se abrió: “¡Hola guapo!, ¿qué tal? -oí al anfitrión dando la bienvenida a sus invitados- dame dos besos.” Mientras acababa de tender la colada podía oír retazos de su conversación por el patio; a pesar de no hablar con tono amanerado en absoluto, no me cupo la menor duda de que no me equivocaba.
De modo que mis sospechas de que los nuevos vecinos (o el nuevo vecino) sea(n) gay parecen seriamente consolidadas, pero quedan un par de preguntas por responder; ¿era o no era el Adonis quien daba la bienvenida a los mocetones? Si lo era, ¡¿Por qué no he vuelto entonces a verle por las escaleras?! ¿¡¡POR QUÉ, DIOSS, POR QUÉÉÉ...?!!
Si me da igual que sea gay, si yo lo único que pido es alegrarme la vista con su resplandeciente belleza dionisiaca de vez en cuando...
/Continuará/
Ja, ja...
ResponderEliminar;D
Paciencia!
La vieja excusa de 'estaba yo tendiendo la ropa... La estabas tendiendo enfrente de la mirilla de tu puerta? Porque si no es asi no me explico como viste el 'look' de los visitantes.
ResponderEliminarSiempre puedes decir que la verdad necesita ser publicada, que te debes a tu blog...
Davidiego, ya he perdido la paciencia, y la esperanza... :(
ResponderEliminarRadiopatio, espero que no seas un/a conocido/a, porque si lo eres, estarías calumniándome gratuitamente, ya que sabrías que desde la ventana de mi cocina se ven las escaleras a las mil maravillas. Y una cosa más te digo; si hay que asomarse a la mirilla, se asoma uno -sobre todo cuando es por una buena causa, como manteneros informados. Faltaría más.
Tía, parece mentira, ¡hace 3 días que se te ha acabado la sal y ni te has enterado! ¡Y justo cuando no está tu vecina de al lado, que es con la que tienes confianza! ¡Y justo hoy, que tienes invitados a cenar! Ay, cabecita loca...
ResponderEliminarA mi no se me ha acabado la sal nunca... en serio. Pero no me refiero a que antes de que se me acabe, compro otro paquetito. Digo que compré un paquetito pequeño hace 4 años y todavía tengo el recipiente casi lleno... No me habia parado a pensarlo nunca.
ResponderEliminarAh... la sal en nuestros armarios, como el resto de los recursos del planeta, tiene un límite...
ResponderEliminarBueno, excepto la sal gorda, que ésa sí que no es finita
(JUAS!) ;P
Cari; me temo que lo de la sal ya no tiene sentido; el Adonis fue... un espejismo.
ResponderEliminarCarlos; ¿no será que no comes mucho en casa? porque un paquetito en cuatro años me parece muy poco... Pregunta a tu mujer, anda; o bien la compra y la repone ella, o cuando no estás en casa se va a pedirle al vecino! :D
Ay, Cari, dónde quedaría tu sentido del humor gracioso... si es que alguna vez lo tuviste ;)
Laura, es cierto que llevamos unos meses que no comemos en casa, pero los durante tres años y medio hemos comido a diario. La compra la hago yo y de la gorda si que tengo que reponer mas veces, pero de la normal no, ni una sola vez en 4 años. También es cierto que cuando yo cocino se me olvida echar sal y que me acabo de hacer una analítica y estoy sano como una pera, bien la tensión, bien de azucar, bien el colesterol... y algo tendrá que ver comer con poca (o ninguna) sal.
ResponderEliminarLaura, sinceraté, si te vamos a querer de la misma manera... no te da igual que sea gay... a un diabético goloso no se la trae floja tener que echarse sacarina, y mentir está, pero que muy feo XD
ResponderEliminarA ver Bro; yo ni con compañeros de curro ni con vecinos; ¿te puedes imaginar el marrón? ¿¡Y qué es eso de compararme con un diabético goloso!? Serás...
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