Me gustan las vacas. Me gusta su mansedumbre, sus ojos enormes y sus pestañas largas, que les dan esa expresión de buenas. Me gusta cómo comen, cómo rumian; la parsimonia con la que lo hacen. Me gusta la tranquilidad con la que andan. Me gustan sus ubres grandes, plenas.
Cuando era pequeña, en Semana Santa y verano, íbamos de vacaciones al pueblo de mi padre, en León. Es un pueblo muy pequeñito, de apenas 200 habitantes. Nos alojábamos en casa de mis tías abuelas Xion y Adonina. Allí había gallinas, dos cerdos y tres vacas; la Rubia, la Paloma y la Minerva. La Rubia era la favorita de todos, creo que porque era la más mansa. Cuando yo tenía cinco, seis años y mi hermano Manolo siete, ocho, nos encantaba acompañar a mis tías a llevar las vacas “al prao” -llevábamos "las nuestras" y otras dos o tres más del vecino. Nos sentíamos importantes; íbamos todos dispuestos, con nuestros bastones en ristre. Si alguna se paraba a comer yerba por el camino le dábamos con el bastón en la cadera con suavidad, casi como se le palmotea a un perro en la cabeza, a la vez que decíamos “¡Vaaaca-ve!” imitando la entonación con que lo decían nuestras tías, con un soniquete muy de pueblo.
Mis primeros recuerdos de “transgresión” son de entonces; de algunas ocasiones en que después de cenar, ya en pijama, cuando habíamos dado el día por concluido, mi madre nos preguntaba con sonrisa de conocer la respuesta “¿Queréis ir a buscar a las vacas al prao?” “¡¡Siiii..!!” Y entonces nos vestía encima del pijama –no recuerdo si por el frío o por hacer más rápida la operación- nos ponía las botas de agua -las “katiuskas”- y hala, a por las vacas.
Cuando fui un poco más mayor, a los trece, catorce años, ya no me gustaba tanto ir a Villager; me estaba convirtiendo en una niña de ciudad. Recuerdo lo cazurras que me parecieron mis amiguitas de allí cuando un día me preguntaron; “¿Y en Madrid hay vacas por la calle?” ¡Qué brutas! ¡Vacas por las calles de Madrid!
Más de veinte años después, ahí están.
Cuando era pequeña, en Semana Santa y verano, íbamos de vacaciones al pueblo de mi padre, en León. Es un pueblo muy pequeñito, de apenas 200 habitantes. Nos alojábamos en casa de mis tías abuelas Xion y Adonina. Allí había gallinas, dos cerdos y tres vacas; la Rubia, la Paloma y la Minerva. La Rubia era la favorita de todos, creo que porque era la más mansa. Cuando yo tenía cinco, seis años y mi hermano Manolo siete, ocho, nos encantaba acompañar a mis tías a llevar las vacas “al prao” -llevábamos "las nuestras" y otras dos o tres más del vecino. Nos sentíamos importantes; íbamos todos dispuestos, con nuestros bastones en ristre. Si alguna se paraba a comer yerba por el camino le dábamos con el bastón en la cadera con suavidad, casi como se le palmotea a un perro en la cabeza, a la vez que decíamos “¡Vaaaca-ve!” imitando la entonación con que lo decían nuestras tías, con un soniquete muy de pueblo.
Mis primeros recuerdos de “transgresión” son de entonces; de algunas ocasiones en que después de cenar, ya en pijama, cuando habíamos dado el día por concluido, mi madre nos preguntaba con sonrisa de conocer la respuesta “¿Queréis ir a buscar a las vacas al prao?” “¡¡Siiii..!!” Y entonces nos vestía encima del pijama –no recuerdo si por el frío o por hacer más rápida la operación- nos ponía las botas de agua -las “katiuskas”- y hala, a por las vacas.
Cuando fui un poco más mayor, a los trece, catorce años, ya no me gustaba tanto ir a Villager; me estaba convirtiendo en una niña de ciudad. Recuerdo lo cazurras que me parecieron mis amiguitas de allí cuando un día me preguntaron; “¿Y en Madrid hay vacas por la calle?” ¡Qué brutas! ¡Vacas por las calles de Madrid!
Más de veinte años después, ahí están.
qué bonito tu blog primaveral!
ResponderEliminarla primera vez que vino A. a Salamanca también había vacas maquilladas por las calles, aunque ahora lo único que hay son ovejas emigrantes de vez en cuando y borregos a mansalva.
¡Hombre, bienvenido de nuevo! Oye, lo de los borregos lo pillo, pero ¿ovejas emigrantes? ¿Acaso has osado hacer un comentario políticamente incorrecto en este, mi blog? XD
ResponderEliminarcosas de la trashumancia, que creo también pasa por Madrid. ;)
ResponderEliminarlíbreme el presidente del Tribunal Supremo de hacer comentarios políticamente correctos por escrito...!
Cuanta vaca madre mia.
ResponderEliminarSi las he visto repartidas por toda la ciudad.
Un saludete
Vale, vale, las ovejas trasumantes... sí, también pasan por Madrid, y me encantaría ir a verlas un año con mi cámara en ristre a la Puerta de Alcalá, pero siempre se me pasan.
ResponderEliminarAdemás de vacas y ovejas (y borregos) también hay de vez en cuando por Madrid caballos con un poli montado encima. Por Lavapiés. Desconozco las ventajas para los municipales del caballo respecto a la moto, salvo que vas más alto y te haces más el guay.
El Chache!Ya decía yo que no podías habernos abandonado! :)
prefiero las vacas del campito... estas son unas Grunge!
ResponderEliminarel caballo de los maderos solo sirve para intimidar mas a los ciudadanos... y como los maderos son tan tontos asi no tienen ke dar al intermitente... y como se van cagando pues asi luego saben volver... no les exijas....
ResponderEliminarLos pobres... :D
ResponderEliminarEl link -que lo acabo de meter- es a la página oficial de Villager de Laciana, que es ¡de mi padre! Por hacerle publicidad, y eso... además tiene unas fotos muy bonitas. :)
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