jueves, 14 de agosto de 2008

White power

Nunca he podido comer mucho chocolate. Me gusta, pero en seguida me empacha. Cada vez que oigo a una tía –suelen ser tías- lamentándose de cómo se tiene que controlar para no comerse la tableta entera, yo me alegro en considerado silencio de no poder comer más de dos, cuatro cuadraditos como mucho.

Cuando era pequeña mi madre a veces nos ponía galletas María con chocolate, envuelto todo en papel albal, para que nos lo lleváramos al cole de desayuno. Recuerdo el paquetito en la encimera de la cocina por la mañana, perfectamente identificable; lo veía y ya no tenía que preguntar: “Mamá, ¿Dé qué es hoy?” como cuando era un sándwich. Mi paquetito era el de los cuatro cuadraditos de chocolate, el de mi hermano llevaba seis.

El chocolate blanco sin embargo… ese sí que me ponía. Ya de más mayorcita a veces me compraba una tableta, en plan golosina, y me la podía comer en una sentada, fácil -en mi defensa diré que solían ser bastante más pequeñas que las de chocolate con leche.

Con este prólogo os podréis imaginar que en mi casa todos tenían claro que yo era de chocolate blanco, y mis tres hermanos –el mayor y los dos pequeños- de chocolate normal. Por eso me indignaba que cuando llegaba la Nocilla, todos se lanzaran como buitres a la blanca; “A ver, ¿no os gusta el chocolate negro? ¡Pues Nocilla negra, si está claro!” Yo lo veía clarísimo, y ellos también; chocolate con leche, pero Nocilla blanca, así que siempre había ahí una lucha.

Cuando mis padres hacían la compra del mes, y todo era abundancia, yo abría con gran expectación
la puerta corredera del armarito donde estaban las “cosas ricas”, y mi radar en seguida detectaba la Nocilla, “¡Y aún virgen!” Chorros de saliva me brotaban por las comisuras de los labios mientras mi mano se dirigía presurosa a cogerla, mientras abría la tapa de plástico y me asomaba… ¡¡¡NOOOOOOO…!!! …al desgarrador abismo de la decepción; alguien había estado allí antes que yo y había dado buena cuenta de la Nocilla blanca. Así que sólo me quedaba rebañar la pared del vaso y lo que pudiera quedar lindando con la nocilla negra; me salía una rebanada de pan Bimbo un poco “mulata”, pero con el consolador saborcito rico de la blanca.

Durante mucho tiempo me pregunté con indignación por qué narices no hacían vasos de Nocilla blanca sólo, para evitar aquellas lamentables escenas. Había Nocilla negra y de dos sabores, pero blanca sólo no. ¿Es que acaso no había mercado para ella? ¿Sería mi familia una excepción? Mi familia y la de mi amiga Ana, porque ella en su casa tenía la mismita batalla que yo en la mía.

El caso es que varios años más tarde, cuando yo ya tenía quince o dieciséis años, un día lo vi en un estante del Simago: ¡un vaso entero de Nocilla blanca! Casi no daba crédito, y obviamente no dudé ni un instante; lo compré y lo llevé a casa como un tesoro. Pero no sabría decir por qué; si es que aquella Nocilla era diferente o… no sé, todavía no entiendo muy bien qué pasó… la experiencia me decepcionó profundamente; no obtuve el éxtasis que me prometía a mí misma.

Desafortunadamente he podido comprobar en muchas más ocasiones desde entonces que hasta las cosas más deseadas parecen perder valor cuando por fin las consigues.

7 comentarios:

  1. Ahora vuelvo...

    ....

    Me acabo de meter un bocata rezumante de Nocilla entre pecho y espalda a tu salud que no se lo salta un gitano...

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  2. Yo tb he vivido el drama de la codiciada nocilla blanca... Corría la leyenda de los botes de nocilla 100% blanca pero yo nunca lo vi...

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  3. Es que para amar algo no puedes poseerlo totalmente

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  4. Bella reflexión... ¡Hay que ver los pensamientos tan profundos que suscita la nocilla! ¡Quién lo hubiera dicho! :)

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  5. Venga va, la cita no es mía, es de un tal Marcel Proust, pero creo que viene al caso, y a otros muchos..

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  6. sieske a todas os mola la nocilla blanca!

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  7. ¿A todas? La nocilla blanca no entiende de sexos ¿O acaso estás forzando un chistecillo zafio por ahí?

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