miércoles, 6 de febrero de 2008

Existencialista perdía

De los 16 a los 19 años yo era existencialista. Leía Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Kafka, Kierkegaard... todo el elenco de autores pesimistas y oscuros. Y creía que la vida era eso. De Baudelaire, de Béquer, me quedaba con lo más mustio: “Mi vida es un erial, flor que toco de deshoja, que en mi camino fatal alguien va sembrando el mal para que yo lo recoja” A mi madre se le caía el alma a los pies oyéndome recitar.

Mi existencialismo no era una pose; era mi religión. Juanan, un amigo de aquellos tiempos dos o tres años mayor que yo, me comentó un día sin darle importancia que él también había tenido una época existencialista. Me ofendió la ligereza con que hablaba de su deserción y pensé con la arrogancia de quien se sabe en lo cierto, que yo no lo dejaría nunca, porque el existencialismo era La Verdad.

Un año o dos más tarde a mí también se me había pasado, y para acompañar y decorar mi nueva actitud vital encontré otros escritores; incluso Baudelaire me ofrecía otra cara: “Embriagaos; de vino, de poesía… o de virtud. ¡pero embriagaos!”

A veces pienso que quien ha sido existencialista es como quien ha sido alcohólico; lo sigue siendo toda la vida de manera latente y hay que tenerlo controlado. Por eso cuando me veo preguntándome qué cojones hago en este mundo, cuál es el sentido de todo esto, y si no debería dejarlo todo y que sigan los demás… (o tener un hijo) me voy a mis estanterías y busco. La última vez fue La conquista de la Felicidad, de Bertrand Russell, y funcionó bastante aceptablemente. Esta he empezado por Walt Whitman, pero no ha sido suficiente, necesito algo más directo al núcleo, así que ayer recuperé Optimismo inteligente. A ver qué tal me sienta.

1 comentario:

  1. Pues te advierto que lo del hijo tamibén es buena idea. Dejas de pensar porque no tienes tiempo :-)

    Besos
    Chiki

    ResponderEliminar