jueves, 29 de julio de 2010

Sobre los sobacos y la felicidad

Estábamos saliendo por la puerta de casa el sábado por la tarde para ir a un concierto en el Templo de Debod. De repente Ray se paró en seco: "¡Oye espera, que se me ha olvidado echarme desodorante!" Volvimos a entrar, y después de pulverizarse un par de descargas debajo de cada brazo me ofreció el bote:

-¿Quieres tú también?
-No gracias; no suelo usar. Aunque quizás debería, porque el otro día me dijo mi hermano que me olían los sobacos.
-Sí, es que te huelen a veces -me dijo en tono confidencial.
-¿¿En serio me huelen los sobacos??
-Sí.
-¿Pero en verano, algún día puntual… o a menudo? -pregunté preocupada.
-No, muchas veces.
-Hala, ¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
-Hombre, ¿quién soy yo para decírtelo?
-Pues mi colega, ¿no? Si no me lo dices tú quién me lo va a decir. Mi hermano, supongo. Lo que me extraña es que no me lo haya dicho nunca nadie más, aunque sea mi madre. Pienso preguntarle a Cari cuando la vea.

Un par de horas más tarde, mientras escuchábamos las percusiones del concierto de música africana al que habíamos ido, no pude evitar volver a interrogar a Ray con zozobra:

-Oye… lo de que me huelen los sobacos… ¿es verdad?
-¡Que sí, pesaaá!
-Jo.

Aunque no quería ser demasiado orgullosa para no creérmelo, y me daba cuenta de que cabía dentro de lo posible, me costaba dar crédito a que yo pudiera ser una-que-huele-y-no-lo-sabe. ¡¿Yo?! No puede ser. ¡Yo me hubiera dado cuenta! Pero claro, los que huelen y no lo saben… no lo saben. Oh, vaya. Lo cierto es que por alguna razón no aparecía por ningún lado el sentimiento de vergüenza que correspondería a un descubrimiento de tal jaez; quizás porque no acababa de creérmelo del todo.

Menos mal, porque el domingo, que Ray ya no tenía el humor de perros del día anterior, no pude resistirme a interrogarle de nuevo sobre el asunto antes de que se fuera -aún a riesgo de volver a ser tildada de plasta. Y esta vez el muy cabroncete me confesó tan sonriente -y obviamente divertido con su propia ocurrencia- que se lo había inventado todo para tocarme los cojoncillos y hacer que me sintiera mal un rato. "Mírale, qué majo".

Y voy a utilizar esta anecdotilla como un ejemplo ilustrativo de un fenómeno que llevo un tiempo observando, y es cómo nos relacionamos con los demás cuando estamos estresados o nos sentimos agobiados por algún problema personal que nos preocupa; cómo no podemos evitar comportarnos con las personas de nuestro entorno cuando menos peor de lo que se merecen, sólo porque estamos jodidos nosotros.

Resulta fácil concluir que lo mejor que podemos hacer por los demás es ser lo más felices posible. No parece mal asunto.

6 comentarios:

  1. Por dios... que mal rato... horas y horas penasndo que te huele la sobacada...

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  2. Por el bien de la humanidad Davidiego, recuerda...

    Carlosmondovega, efectivamente, bastante mal rollo. Tanto que no quería dar crédito :D

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  3. Cari nunca tiraría tu imagen por los suelos4 de agosto de 2010, 20:46

    Vaya, mucho mejor que me preguntes in person... ;D

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  4. Ya sabes lo que pasa con eso, cuando uno esta de mal humor contesta la verdad sin más, luego al dia siguiente y ya de mejor humor...

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