El sábado pasado celebramos el cumpleaños de mi sobrina Elia, que cumplió cinco añazos. Como en mi familia somos un poco hippies –o cutres, o como se lo quiera calificar- en vez de celebrarlo en un espacio cerrado; en un Burrikín o mismamente en casa, la celebración fue en la p**** calle. En realidad en la placita de en frente de casa de mi hermano Carlos, a la sazón padre de la criatura, que vive en Vallekas.
La idea en realidad no fue originalmente suya; mi hermano Manolo ya había celebrado varios cumpleaños de Jara en la plaza de en frente de su casa, también en Vallekas. Y es que celebrar el cumple así tiene muchas ventajas; hay mucho más espacio que en cualquier casa para que los niños jueguen, no hay peligro de que rompan la tele de un balonazo, por ejemplo, y en este caso Elia pudo disfrutar como una enana de su flamante bici nueva. Cuando acaba el cumpleaños, se recoge la mesita plegable con los sándwiches, las papas fritas y demás, se vuelven a meter las bebidas en la neverita portátil, y p’arriba. Como encima ese día jugaba España, la plaza estaba casi vacía.
Además a mí me parece muy bonito y muy auténtico celebrar un cumple a la vista de todos los vecinos; niños y mayores. Muchos se acercan por allí divertidos, a felicitar a la homenajeada, y participan de la francachela tomándose una cervecita o una pichicola, un sándwich, un trozo de tarta… allí no hace falta ser invitado.
El caso es que estábamos mi hermano Manolo y yo manteniendo una animada conversación, saltando de un tema a otro, cuando en una de nuestras pausas, una chica como de unos treinta años que estaba sentada en un banco, al lado de nosotros, nos dijo muy sonriente: “¡Qué graciosos sois!” “¡Pero bueno! –respondí yo divertida- ¿y eso? ¿No nos conoces de nada, y del tirón nos dices que somos graciosos?” Ni siquiera es que estuviéramos haciendo chistes; me dio la sensación de que utilizaba la palabra “gracioso” como sinónimo de “peculiares”; le debía de estar pareciendo particular nuestra forma de comunicarnos, o los temas que estábamos tratando… “Sí, sí que os conozco -dijo ella- desde hace muchos años. Bueno, en persona no. Soy Ana Jarre.” “¡Aaanda claaaro, Ana Jarre! -dije yo- ¡Amiga de Carlos de toda la vida! De oídas te conozco yo a ti también, claro.”
Al volver a casa no pude evitar repasar la conversación que había tenido con mi hermano para ver si descubría a qué se podía haber referido con eso de que éramos “graciosos”. Y me di cuenta de que en efecto, para alguien ajeno a la familia, mi hermano y yo tenemos muchas peculiaridades -que además compartimos. No sé; un puntillo pedante en el uso del lenguaje, un componente sacapuntas, un escepticismo crónico que nos hace cuestionarnos todo, un toque lúdico-payasil… Recuerdo por ejemplo que hice alarde de haber conseguido hacer una postura de yoga de equilibrio y flexibilidad que me resultó un poco chunga, y me puse ahí a ejecutarla. Mi hermano en vez de decir “Buah, ya está esta con sus tonterías” se puso a intentar hacerla también; él suele seguirme la bolilla con esas cosas.
Curiosamente, al día siguiente del cumple, tomando el aperitivo, Cari me sorprendió diciéndome la misma frase, casi calcada: “Eres muy graciosa” justo en el mismo sentido que lo había dicho Ana Jarre. Le conté la anécdota del día anterior y le confesé cómo me gusta en realidad descubrir que tengo esas cosas en común con mi hermano; cuando estamos juntos nos parece lo más natural, pero en nuestros respectivos círculos de amigos, nuestras particularidades no pasan desapercibidas.
/Continuará/
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lista, maja y ...
ResponderEliminar...graciosa!
Ahí, ahí... ;)
ResponderEliminarY no olvidemos lo del sistema psicomotriz. :D
ResponderEliminarHabeis inventado el botellón-para-todos-los-publicos. Patentadlo.
ResponderEliminarBotellón para todos los públicos... moooola, no lo había visto así :D
ResponderEliminarvaya vaya vaya, por fin me he decidido y accedo a tu blog, a partir de ahora te vas a enterar porque todo lo que digas va a ser sacapunteado....
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