Lo que hoy me gusta, quién sabe si mañana seguirá gustándome. Un ejemplo fácil; la ropa. Después de algunas temporadas poniéndome una prenda, con frecuencia acaba por aburrirme, por resultarme anodina. Entonces me sorprende recordar que cuando me la compré quería ponérmela todos los días; si quedaba con tres grupos distintos de personas tres días sucesivos, tres días sucesivos que me ponía el jersey, o el pantalón nuevo. Y esos mismos pantalones, los estoy mirando cuatro años más tarde, cavilando a quién se los puedo colocar, porque ya no me los pongo.
Por esta misma razón espero tener la sensatez de no hacerme nunca un tatuaje. Un compromiso de por vida es demasiado para mí; sé cuán mudable soy y me agobio sólo de pensar en vérmelo ahí pegado día tras día, año tras año, después de que haya dejado de hacerme gracia.
Eso no significa que los tatuajes me disgusten per se. Recuerdo a mis veinticinco un viaje que hicimos Ana y yo en coche por Andalucía; estábamos un día en la playita, ociosas, y se me ocurrió entretenerme pintándome un tatuaje en el hombro con un pilot negro -probablemente un ancla o algo por el estilo. Cuando acabé con el mío seguí con Ana, que se dejó hacer sin rechistar, entre otras cosas porque le encantaban las cosquillitas del boli en la piel: “Házmelo más grande; que me ocupe toda la espalda….” (bueno, eso me lo acabo de inventar). Al día siguiente otra vez en la playa, acabamos de borrarnos los rastros de los dibujitos del día anterior y nos montamos otra sesión de tatuajes -y así prácticamente todos los días que quedaban. Y es que ciertamente molaban mucho las cosquillitas cuando te estaban dibujando, pero además molaba llevarlos luego; era un poco chorra, pero molaba.
Hace unos cuantos veranos empezaron a salir “tatuajes” en las bolsas de pipas, kikos y demás. El primero que llegó a mis manos fue uno de esos tribales, y era el concepto revisado de las calcomanías de cuando era pequeña… ¡cómo me gustaban a mí aquellas calcomanías! Venían con los chicles, creo recordar. Te las ponías contra la piel y les echabas agua un rato hasta que el papelito se deslizaba casi solo, y voilà. Si no había agua le echabas babas. Con tal arrebato de nostalgia no me pude resistir y me lo pegué sin dilación en mis carnes morenas.
Desde entonces, como los señores de las pipas han debido de decidir que los calco-tatuajes son un buen gancho para vender más bolsas, cuando llega el verano me empiezan a llegar; no siempre me tocan a mí; a veces me los da alguien que sabe que me los pongo, otras me los encuentro tirados por la calle....
Según el tatuaje hay que elegir la parte del cuerpo donde más va: el omóplato, el tobillo, el ombligo… Y hay una ley: si llega a mis manos un tatuaje que no mola, porque tiene purpurina, o es muy cursi o una horterada –como los de los nombres de los “wrestlers”, por ejemplo- no hay opción; la ley es inflexible y hay que ponérselo. A veces hay suerte, y puesto no queda tan mal, o hasta queda bien. Si no hay suerte, hay que joderse y llevarlo con dignidad, frotar sin querer un poquito en la ducha… y sobre todo, dar gracias de que no sea permanente.
Por esta misma razón espero tener la sensatez de no hacerme nunca un tatuaje. Un compromiso de por vida es demasiado para mí; sé cuán mudable soy y me agobio sólo de pensar en vérmelo ahí pegado día tras día, año tras año, después de que haya dejado de hacerme gracia.
Eso no significa que los tatuajes me disgusten per se. Recuerdo a mis veinticinco un viaje que hicimos Ana y yo en coche por Andalucía; estábamos un día en la playita, ociosas, y se me ocurrió entretenerme pintándome un tatuaje en el hombro con un pilot negro -probablemente un ancla o algo por el estilo. Cuando acabé con el mío seguí con Ana, que se dejó hacer sin rechistar, entre otras cosas porque le encantaban las cosquillitas del boli en la piel: “Házmelo más grande; que me ocupe toda la espalda….” (bueno, eso me lo acabo de inventar). Al día siguiente otra vez en la playa, acabamos de borrarnos los rastros de los dibujitos del día anterior y nos montamos otra sesión de tatuajes -y así prácticamente todos los días que quedaban. Y es que ciertamente molaban mucho las cosquillitas cuando te estaban dibujando, pero además molaba llevarlos luego; era un poco chorra, pero molaba.
Hace unos cuantos veranos empezaron a salir “tatuajes” en las bolsas de pipas, kikos y demás. El primero que llegó a mis manos fue uno de esos tribales, y era el concepto revisado de las calcomanías de cuando era pequeña… ¡cómo me gustaban a mí aquellas calcomanías! Venían con los chicles, creo recordar. Te las ponías contra la piel y les echabas agua un rato hasta que el papelito se deslizaba casi solo, y voilà. Si no había agua le echabas babas. Con tal arrebato de nostalgia no me pude resistir y me lo pegué sin dilación en mis carnes morenas.
Desde entonces, como los señores de las pipas han debido de decidir que los calco-tatuajes son un buen gancho para vender más bolsas, cuando llega el verano me empiezan a llegar; no siempre me tocan a mí; a veces me los da alguien que sabe que me los pongo, otras me los encuentro tirados por la calle....
Según el tatuaje hay que elegir la parte del cuerpo donde más va: el omóplato, el tobillo, el ombligo… Y hay una ley: si llega a mis manos un tatuaje que no mola, porque tiene purpurina, o es muy cursi o una horterada –como los de los nombres de los “wrestlers”, por ejemplo- no hay opción; la ley es inflexible y hay que ponérselo. A veces hay suerte, y puesto no queda tan mal, o hasta queda bien. Si no hay suerte, hay que joderse y llevarlo con dignidad, frotar sin querer un poquito en la ducha… y sobre todo, dar gracias de que no sea permanente.
mola el sol del ombligo,
ResponderEliminaryo tengo uno en el tobillo, sentí más que cosquillitas, pero eso del boli que no lo lea una que sé yo porque es adictivo...
Laura un consejo... vete a la puerta de los colegios... por lo visto llevan droga!!!!
ResponderEliminar¿Cómo que vaya horitas? ¡Vaya horitas tú!
ResponderEliminar¿Hace cuánto tienes el tatu del tobillo? ¿Y has empezado a cansarte ya? Si se te borrara solo por arte de magia, ¿te volverías a hacer el mismo?
Sí Dani, me acordé de la leyenda urbana de lo de la droga en las calcomanías... qué ganas de meter miedo a los niños, y ¿pa´qué? En fin.
Pero es que en eso está la gracia, ¿no? que sea para siempre. No lo veo como un compromiso de por vida tipo matrimonio o algo así, es, simplemente, algo que en un momento de tu vida te gustó, o te llamó la atención, o se te plantó en los huevos hacerte, y nada más. Significa lo que significaba para ti en ese momento de tu vida. Además, tío, si quieres pintarte algo de por vida, no seas gañán, y tatúate en algún sitio que no se vea a no ser que tu no quieras...
ResponderEliminar¿Que lo tienes que llevar toda la vida? pues si. Si no, no tendría gracia.
Otra opción: Te compras mil bolsas de pipas, y cuando se te vaya quitando, pones otro. Asi no te duele la agujita. Terminas con toda probabilidad con cancer de piel, pero haces un cadáver precioso, lleno de pelotillas de tinta en el pliegue del ombligo.
O, si no, mira, mejor. No te laves. Es peor que lo del cancer de piel, pero sólo para los demás. Con este sistema, no hace falta siquiera comprar las pipas. Si dejas el tiempo suficiente, te sale solito un tribal debajo de los sobacos, y unas estrellitas preciosas entre los dedos de los pies, que están muy de moda.
Aunque a ver quién es el listo que dice que nunca se ha frotado en la ducha. Pero, claro, eso es otra cosa...
La opción más barata, sin duda, es entrar en el ministerio con un bote con una mosca viva dentro. Te sientas delante del funcionario que está jugando al solitario, abres el bote, y esperas que la mosca se pose encima de tu cabeza, como suelen hacer las moscas. El funcionario, movido por lo que los expertos llamamos “síndrome del tampón de oficina, no de los otros” Saltará sobre tí, y con agilidad felina, te matasellará un bonito escudo nacional con el texto “ministerio de hacienda” en la frente. Con el mismo, mismito azul de los tatuajes “amor de madre” de estribador de puerto marítimo.
Yo mismo he intentado el mismo procedimiento con éxito. Lo malo es que lo hice en el almacén de debajo de casa, y en mi tatuaje se lee “Salida”, y, claro, provoca malentendidos desagradables cuando trato de entablar conversación en alguna circunstancia.
Como ves, hay opciones. Y no te hablo de mi tatuaje “magefesa” de cuando se me ocurrió abrir la cafetera caliente. Es cuestión de adaptarse a los acontecimientos, queridos niños.
Gracias por volver. Gracias por volverme. Besos paranoicos.
Feroz... publica estos comentarios (también) en tu blog porque es que no tienen precio.
ResponderEliminar¿Besos paranoicos?
1.- no me he cansado del tatuaje.
ResponderEliminar2.- no me haría el mismo, me haría otro más bonito y más grande.
oye, hermosa, si alguna vez se me pira la pinza demasiao y eso, dímelo.
ResponderEliminarque es que me pongo a escribir y me ciego. Creo que tengo demasiado tiempo libre....
Feroz; nos encantan tus desvaríos, por eso te decía que los publicaras también en tu blog. Y hablo en plural, porque Cari me ha dicho que la flipa con tus idas de olla, así que al menos somos dos. Es un privilegio recibir tus comentarios. ;)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¿desvaríos? pero si hablaba en serio!
ResponderEliminaroyes, mira, te tomo la palabra, esta noche me pongo a copiarlos. Es sospechoso que estas sandeces sólo se me ocurran aquí. Tu blog es lisérgico.
Por cierto, cómo mola eso de poner "dvdg" en vez de Davidiego. Le pega a un tío que siempre va corriendo a todos sitios. Es como "oye, tú como te llamas?" "yomellamodevedegéy nomagasperderelritmoquementralflato".
bueno, que me lío otra vez, y me tengo que ir a currar.
Besos y besas.
Feroz, el del puerto marítimo no es el estribador, sino el estibador.
ResponderEliminarAy, qué cobarde... eso lo pones en anónimo para que no te llamen sacapuntas -con razón. ¡¡¡Pero yo se quién eresss!! :D
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