Hace un par de findes conocí a Iñaki en la ciclonudista; el siguiente finde le sugería un cine: “Tengo unas entradas que me ha pasado una amiga…” “No digas una amiga, di Cari…” Yo no recordaba haberle hablado de Cari: “¿¿Pero tío, cómo sabes..??” “Es que sale en tu blog por todas partes.”
Cierto es. En el blog hablo con bastante frecuencia de Cari, de Heather, de Quique, de Pacopepe, de Pili, de Guy… de Flecha. Y claro, yo no me doy cuenta, pero hasta es posible que quienes me leéis tengáis una opinión de ellos –por supuesto sesgada por mi propia opinión.
Recientemente uno de estos “Personajes Cotidianos” me hizo llegar un cuentecito que había escrito, y he decidido –con su aprobación- publicarlo aquí para que conozcáis algo de su parte sin mediación mía. Eso sí, primero tendréis que adivinar quién de los mencionados más arriba es el/la artífice. Os dejo con su cuento.
LA COLEÓPTERA SE VA DE VIAJE
Cierto es. En el blog hablo con bastante frecuencia de Cari, de Heather, de Quique, de Pacopepe, de Pili, de Guy… de Flecha. Y claro, yo no me doy cuenta, pero hasta es posible que quienes me leéis tengáis una opinión de ellos –por supuesto sesgada por mi propia opinión.
Recientemente uno de estos “Personajes Cotidianos” me hizo llegar un cuentecito que había escrito, y he decidido –con su aprobación- publicarlo aquí para que conozcáis algo de su parte sin mediación mía. Eso sí, primero tendréis que adivinar quién de los mencionados más arriba es el/la artífice. Os dejo con su cuento.
LA COLEÓPTERA SE VA DE VIAJE
Mi primer novio me preguntó si yo era de las que veía el vaso medio vacío o de las que lo veía medio lleno; le respondí que el vaso casi siempre lo veía doble, porque lo que faltaba hasta llenarlo me lo había bebido yo, y resulta que era un cognac buenísimo, que además se me subía a la cabeza de manera fulminante. Discretamente, él me depositó en mi lugar de origen, y yo me dejé al vuelo mi par de gafas y las alas. Claro, aquella historia no podía funcionar y en seguida vertebré dos nuevas alitas, una petaca y, ya puesta, unas lentillas último modelo que tornasolaban los líquidos de las botellas.
Este nuevo equipamiento hizo que se me terminara de curar el existencialismo, así que salí de nuevo de mi establo dando alegres coces. Oh, tenían que llegar la navaja de Occam, el asno de Buridán y todas aquellas piedras del camino (al único que no encontré fue a Santo Tomás, andaría por sus vías, digo yo), así que todo se hizo bastante interesante.
Besé a mi segundo novio un amanecer en mitad del Puente de Toledo, hacía frío y cada vez que abríamos los ojos parecía que era más temprano. Tenía el pelo fuerte y cara de bruto y me escribió las cartas más preciosas que he recibido nunca, me dejó con ellas y volvió a la calle por la que iba cuando lo encontré. Yo lloré oyendo a Branduardi y seguí llevándole en ese trozo de corazón que él me descubrió, lleno de fibras sensibles y tiernas. Mi corazón…
Después tuve algunos novietes; unos venían con flores, otros con palabras, o penas y poses, o con la alegría de los veinte y los sobacos llenos de proyectos. Yo batía alegre mis alitas y era muy fácil despedirse. Les hice poemas a todos (entonces escribía mucho) y seguí volando, feliz abejorra veraniega.
Zumbando zumbando llamé la atención de un caza-polillas, ¡horror! que hizo un hueco entre sus manos y me hizo creer que ésa podría ser mi casa… la adornó con cubos de miel y olores hipnotizantes… y yo, pensando que eso debía ser lo que la gente-feliz-con-pareja construía para vivir, me quedé. Durante demasiados días mi irisada fuerza vital fue desapareciendo, se me secaron todos los apéndices (aunque, de no usarlos, ni me di cuenta) y, mientras él engordaba y engordaba, yo perdía las células de mi piel, capas enteras de mí misma que no sabía dónde iban a parar. ¡Deconstruirme sí, pero no así! ¡Eso era un desguace! Cuando quiso savia fresca, dejó mi cáscara detrás y corrió a atrapar nuevas bichitas… ¡pobres! ¡Inocentes navegantes del aire, huid! ¡¡Huid!!
Así que el estupor se me terminó pasando con mucho caldito y reposo y, como en la lenta rehidratación los vasos medio vacíos eran un comienzo que no podía despreciar, me los bebí todos. Poco a poco el cognac fue recobrando sus grados y sus tonalidades, y yo aprendí a no ver doble, aunque sin perder el gusto por hacer eses de vez en cuando.
Era estupendo descubrir las prestaciones de mis nuevas alas, que volvieron a brotar a pares, pequeñitas y fuertes, o grandes y radiantes, a veces algo torpes y algunas hasta con airbag.
Bichito alegre al sol, conocí a P******. Y el corazón se me llenó de pececitos de colores y nos fuimos juntos a explorar antípodas, a canallear palabras, a cenar en los parques. A bañarnos en lentejas y subir montañas. Y como yo hablo inglés y él sabe conducir por la izquierda, en diez días nos cogemos la chaqueta, el bañador y un avión a Alaska y desde ahí a Hawai.
Este nuevo equipamiento hizo que se me terminara de curar el existencialismo, así que salí de nuevo de mi establo dando alegres coces. Oh, tenían que llegar la navaja de Occam, el asno de Buridán y todas aquellas piedras del camino (al único que no encontré fue a Santo Tomás, andaría por sus vías, digo yo), así que todo se hizo bastante interesante.

Después tuve algunos novietes; unos venían con flores, otros con palabras, o penas y poses, o con la alegría de los veinte y los sobacos llenos de proyectos. Yo batía alegre mis alitas y era muy fácil despedirse. Les hice poemas a todos (entonces escribía mucho) y seguí volando, feliz abejorra veraniega.
Zumbando zumbando llamé la atención de un caza-polillas, ¡horror! que hizo un hueco entre sus manos y me hizo creer que ésa podría ser mi casa… la adornó con cubos de miel y olores hipnotizantes… y yo, pensando que eso debía ser lo que la gente-feliz-con-pareja construía para vivir, me quedé. Durante demasiados días mi irisada fuerza vital fue desapareciendo, se me secaron todos los apéndices (aunque, de no usarlos, ni me di cuenta) y, mientras él engordaba y engordaba, yo perdía las células de mi piel, capas enteras de mí misma que no sabía dónde iban a parar. ¡Deconstruirme sí, pero no así! ¡Eso era un desguace! Cuando quiso savia fresca, dejó mi cáscara detrás y corrió a atrapar nuevas bichitas… ¡pobres! ¡Inocentes navegantes del aire, huid! ¡¡Huid!!
Así que el estupor se me terminó pasando con mucho caldito y reposo y, como en la lenta rehidratación los vasos medio vacíos eran un comienzo que no podía despreciar, me los bebí todos. Poco a poco el cognac fue recobrando sus grados y sus tonalidades, y yo aprendí a no ver doble, aunque sin perder el gusto por hacer eses de vez en cuando.
Era estupendo descubrir las prestaciones de mis nuevas alas, que volvieron a brotar a pares, pequeñitas y fuertes, o grandes y radiantes, a veces algo torpes y algunas hasta con airbag.
Bichito alegre al sol, conocí a P******. Y el corazón se me llenó de pececitos de colores y nos fuimos juntos a explorar antípodas, a canallear palabras, a cenar en los parques. A bañarnos en lentejas y subir montañas. Y como yo hablo inglés y él sabe conducir por la izquierda, en diez días nos cogemos la chaqueta, el bañador y un avión a Alaska y desde ahí a Hawai.