lunes, 25 de mayo de 2009

Llamadas desde la tercera planta

Hace casi cinco años, cuando me separé de Guy, mi estado anímico no era el mejor, por lo que estuve yendo al psicólogo durante un tiempo. Un día esperando mi cita en el Centro de Salud Mental –curiosamente en la calle de la Cabeza- me encontré con mi vecino Jorge, que me saludó con timidez “Hombre Laura, ¿qué tal?” “Pues aquí…” -respondí yo. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Además, hacía no mucho nos habíamos encontrado en el Centro de Salud, el general –qué rachita- y allí también habíamos tenido un breve intercambio de palabras

-Hola Laura, ¿Qué tal todo?
-Bueno, bien… le contesté ahorrándole la verdad.
-Todo bien, ¿no? Y ¿“Gei” qué tal?
-Mmm… Parece que no lo va a dejar estar -pensé. Y dije: Bueno, Guy y yo ya no estamos juntos.
-Ah, vaya, no lo sabía… Pero todo bien, ¿no? –preguntó como si le acabara de contar que me habían revisado la instalación del gas.

Aún así, supongo que cuando me vio en el Centro de Salud Mental unos días después, no tuvo más remedio que atar cabos.

Jorge tiene como cincuenta años, pero no son cincuenta años bien llevados. Es poco más alto que yo –que no es demasiado- calvo, con barriga cervecera y los dientes manchados de fumar. Usa gayumbos tipo slip, bastante ajados, y lo sé porque veo su colada; es lo que tiene ser vecinos. Cuando yo llegué al bloque vivía con su madre, pero ahora ella está en una residencia y él vive solo. Nunca le visita nadie, y nunca le he visto acompañado. Su piso es interior y siempre tiene las persianas bajadas. Lleva en el paro al menos diez años; no sé si habrá trabajado alguna vez y desconozco el origen de sus ingresos.

Un par de días después de nuestro encuentro en el Centro de Salud Mental, sonó mi timbre. Abrí la puerta y ahí estaba él, que empezó a explicarme medio azorado que claro, en estos tiempos que corren, con el estrés y eso, él estaba yendo a que le echaran una mano con “lo suyo”… Me dio la sensación de que estaba avergonzado de lo que pudiera pensar de él por ir al “loquero” y quería justificarse ¿¡Pero a mí qué me estás contando, tío!? ¡Que yo estaba allí también!

El caso es que después de aquello empezó a llamarme por teléfono de vez en cuando para preguntarme que qué tal estaba. Aunque vive a sólo ocho escalones de mi casa, en vez de llamar a mi timbre prefirió agenciarse mi número en alguna carta de la comunidad de vecinos y llamarme por teléfono. Sus llamadas me desconcertaban; no entendía si la psicóloga le había dicho que se socializara y yo era parte de su terapia, o si estaba intentando ligar conmigo.

Durante mucho tiempo me preocupó que poco a poco fuera subiendo la intensidad y frecuencia de sus llamadas y verme en el incómodo trance de tener que pararle los pies. Por eso en cierta ocasión en que llamó a mi puerta y Quique estaba en casa, le pedí que le abriera él y le dijera que yo estaba en la ducha. Como era verano Quique no llevaba camiseta, así que la escena fue perfecta. Luego hubo alguna otra de esas; un amigo cogió el teléfono cuando yo vi en la pantalla que era él... y no sé, alguna más. Pensé que eso, y que tenía que verme subir con amigos, o salir de casa por la mañana bien acompañada, acabarían resultando circunstancias disuasorias, y dejaría de llamar.

Pero no; durante estos cinco años él ha continuado llamando con constancia –una vez al mes más o menos- aunque lo cierto es que se ha mantenido siempre lejos del área de peligro; en todo este tiempo su insinuación más atrevida fue hace ya un par de años que me propuso tomar un café alguna vez, e inmediatamente se apresuró a explicar que lo decía “en el buen sentido” (sic). Decididamente es inofensivo. Cuando me llama se limita a pasarme su cuestionario:

-¿Qué tal estás?
-¿Qué tal el trabajo?
-¿Y tus padres?
-Oye, ¿Y con la bici qué? Irás con cuidado, ¿no? ¿Llevas casco?
-¿Qué tal el yoga?
-¿No has salido/ vas a salir/ este puente/esta Semana Santa/de vacaciones?

Él va soltando las preguntas –tal vez hasta las tenga en una lista- y yo voy contestando afablemente, procurando dar un toque dinámico a la conversación, y a la vez ocultar mi desconcierto. Luego para romper tanta asimetría procuro preguntarle algo yo también, pero como no me quiero meter en su vida personal suelo limitarme a una pregunta; “¿Y tú qué tal?” Él me cuenta escuetamente lo que estima conveniente, hace algún comentario pretendidamente ingenioso y se despide con un “un abrazo, Laura.” Las conversaciones no durarán más de un par de minutos.

He llegado a un punto en que he dejado de preguntarme por qué o para qué, y me tomo sus llamadas como “una de esas cosas”. Y si a él le sientan bien, pues mira, me alegro por ello.

10 comentarios:

  1. Me has recordado el libro que estoy leyendo, All in the Mind en que el psy les manda deberes a sus pacientes... a lo mejor los deberes de Jaime son llamarte...
    desconcertante debe ser un rato...

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  2. Hay más gente sola de la que pensamos...

    Eres la leche moza, yo no se si sería capaz de aguantar a alguien que hiciera eso...

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  3. Que si Jaime piratea güifi??? No sé, pero dudo que sea computer-literate... Por quée??

    Pues eso Sislen, es lo que me huelo yo. El pobre... Pero ya son cinco años haciéndolo, así que no creo que esté tramando nada. Desconcertante era al principio, ahora ya es parte de mi vida. ¿¿Te imaginas que dejara de llamar y lo echara de menos??? Yo no :D

    Popi, por eso me da penilla, porque se le ve bastante solo. Alguna vez me cuenta que ha salido con amigos, y va a ver a su madre a la residencia... pero qué vida. Alguna vez me he planteado ir de samaritana y tomarme un café con él, pero en seguida se me pasa :D

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  4. Aún queda gente buena en el mundo!!!
    Santa paciencia tienes...yo creo que no le hubiera dado pie a la tercera llamada.
    Jaime tiene suerte de tenerte como phone-mate

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  5. Misstake, me encantaría creer que tolero sus llamadas porque soy buena persona, pero creo que es más bien porque en su día no supe reaccionar de otra forma, y ahora ya francamente... me da igual. ¡Y a lo mejor hasta me da puntos para ir al cielo! XD

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  6. Mis sospechas se confirman: estás como una cabra!!

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  7. Es que fui a un colegio de monjas...

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  8. tú sé buena.
    ;)

    (o pánfila, que a veces es lo mismo)

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  9. Ya, eso es de lo que me vengo dando cuenta últimamente, de que de buena soy tonta. Pero en este caso en concreto, no me parece estar haciendo el pánfilo, porque no me perjudica en nada, así que le seguiré cogiendo el teléfono.

    Cuando tenga mi teléfono nuevo y VEA que es él, ya se verá... :D

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