jueves, 6 de noviembre de 2008

La yaya

Solo he tenido una abuela, la madre de mi madre; le llamábamos "la yaya". Hoy hace cuatro años que murió, aunque muchas veces siento que aún está a mi lado.

La yaya no era una de esas abuelas dulces que te achuchan, que casi no te dejan respirar con los abrazos amorosos que te prodigan... y yo me alegro de que no fuera así. La yaya no era sobre-efusiva –en la familia ninguno lo somos. Te dejaba espacio, pero estaba siempre pendiente, encantada de ofrecer su ayuda. Cuando mi hermano mayor y yo éramos adolescentes, y más mayorcitos también, y nuestros padres se iban unos días de vacaciones con mis hermanos pequeños, nunca faltaba su llamada diciéndonos que ya sabíamos, que para cualquier cosa que necesitáramos, ella estaba allí. Nos cuidaba y sabíamos que nos quería. Siempre se le alegraba la cara de vernos a sus nietos, y sólo mencionar a los bisnietos era sonrisa de oreja a oreja garantizada.

Y espero, bueno, estoy segura de que nosotros sus nietos, también en la forma no sobre-efusiva de la familia, le mostrábamos cuánto la queríamos.

Yo no sólo la quería mucho, sino que sentía, y siento, muchísimo respeto y admiración por la persona que fue. Por su carácter, por su fortaleza. Sus hijos lo saben muy bien. Yo, como nieta, recuerdo cosas como que cuando su patita empezó a darle guerra, le costó muchísimo resignarse a usar bastón. Por eso, para disimular, salía por el barrio con el carrito de la compra vacío, para apoyarse en él.

Pero ni el bastón, ni la silla de ruedas le hicieron perder su fortaleza ante mis ojos, y los ojos de los demás. Ella no lo permitió.

Cuando compré mi casa, ella se lamentaba de que no podría verla, porque estaba en un tercer piso sin ascensor. Yo siempre le decía que por qué no, hasta que un día nos cogimos un bus la yaya, mi madre y yo -la yaya en la silla de ruedas- para que como poco viera la casa desde fuera, con la idea de que si se animaba, poquito a poquito podría intentar subir. Y una vez allí no hubo que insistir; cogimos una silla que íbamos poniendo en cada descansillo para que parase un poco después de cada tramo, y la yaya vio mi casa. ¡Así era la yaya!

Pocos meses antes de que muriera estábamos hablando ella y yo en su casa, y me dijo “A mí lo que me gustaría sería poder coger la puerta y salir a la calle sola” Recordar esto me da mucha pena, pero también me hace sentir muchísimo orgullo.

8 comentarios:

  1. muy buen homenaje a tu yaya, me has hecho recordar a mi lala.

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  2. Me alegra comprobar que tu espíritu "libertario" sigue siendo compatible con un profundo apego a tus raíces. El respeto a los mayores y a su memoria es un signo de salud mental.

    Conocí a mis cuatro abuelos; murieron hace tiempo, pero siguen presentes en tantas cosas...: libros, dichos, acentos, sabores (¡no puedo tomar frambuesas o nueces sin recordar las vacaciones en su casa!)... y en ver cómo sus hijos van poco a poco ocupando su lugar.

    Gracias por tu post de hoy Laurita

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  3. Quería escribir algo, pero no se el que, así que seguiré llorando emocionad@...

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  4. Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. La verdad es que dudé si incluir el post, y me reconforta sentir vuestra "mano en mi hombro" :´)

    No había oído nunca llamar "lala" a una abuela; Es bonito :)

    Danny... ¡cuánto tiempo!, ¿no? A ver si me paso por tu casita pronto, joé.

    Pipo, mi yaya también sigue presente en muchas cosas, y muchas veces la siento conmigo. Y es raro, porque no es algo que esperaba que pasara, pero me gusta mucho.

    Anónimo, muchas gracias por dejar tu granito de arena aunque no supieras muy bien qué decir ;)

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  5. Qué hermoso lo que escribiste de tu abuela, la yaya. Qué buena foto de ella con tu madre... Poder recuperar de nuestra memoria todas esas huellas, esas significaciones que nos hacen ser de una manera y no de otra... Vos sos yaya, me parece.
    Un saludito

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  6. Andrés, qué bonito eso que me has dicho de que yo soy yaya... creo que sé a lo que te refieres, y me encantaría que así fuera :)

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