lunes, 14 de abril de 2008

La Maldición de las llaves

El mismo día que Federico llegó a casa comenzó La Maldición. Esa noche me había ido a la cama ya sobre la una y media, dejándoles a él y a Cristina todavía en el salón. No sabía si ella se iría pronto a su casa o si pensaba quedarse a dormir, pero quise tomar la precaución de ponerme los tapones para los oídos que suelo tener reservados para mis siestas, para que el murmullo de sus conversaciones no me desvelara. Pero a pesar de tener un silencio absoluto en mi cabeza, no podía dormirme.

Mi insomnio ya apenas me molesta, he aprendido a convivir con él, así que descansaba despierta, relajada, cuando de repente oí el sonido de mi móvil taladrando la gomaespuma de mis oídos “¿¡Quée?! ¡¿A estas horas?!” Miré el número y no lo reconocí y estuve a punto de no contestar, pero la curiosidad me pudo; me quité los tapones, y al otro lado del teléfono oí una voz femenina que me decía agitada “Federico está abajo y la llave no le funciona y no puede entrar… me ha ido a acompañar al coche y ahora la llave no le funciona…”

Frustrado y a buen seguro airado por no poder abrir la puerta y no recibir respuesta al telefonillo durante quince, veinte minutos, Federico pensó en llamar a su chica para que volviera a buscarle y le llevara con ella a pasar la noche en casa de sus padres –una opción menos mala que pasarla en la calle- pero como en una cadena de despropósitos, se había dejado el móvil en su habitación, y con él todos sus números. Y no se sabía el de Cristina. Entonces se le ocurrió la única opción posible; ir a un teléfono público y, a las dos de la mañana, llamar a sus padres en Italia -¿quién no conoce el número de sus padres?- para que le dieran el teléfono de Cristina, para poder llamarla y que le rescatara de aquella pesadilla Kafkiana en la que se encontraba inmerso. Afortunadamente ella tuvo la ocurrencia de, antes de emprender el rescate, llamarme a mí, y el resto de la historia ya la conocéis.

Desde aquel día, desde el primer día, la maldición de las llaves nos persigue. Llaves que no abren, llaves que no aparecen en el bolso o en el bolsillo cuando llegamos a casa… y se extiende; los allegados están empezando a sufrirla también. Ya nadie está a salvo.

1 comentario:

  1. pobre hombre, pero lo que me he podido reir leiendolo.... eso no tiene precio... o por lo menos un precio mas alto que el de la llamada telefonica a italia jajajajaja

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